Aitana miraba por la ventana del
comedor de Hugo, cómo caía la lluvia sobre el cristal, mientras recordaba cómo
se habían conocido unos días antes.
El CNI les había proporcionado a ella
y a su compañera Chloe, invitaciones para una fiesta de disfraces en la que
debían ir de super héroes y ella había elegido vestirse de Electra. Si algún personaje
de ficción le fascinaba era Daredevil.
Ver cómo un invidente era capaz de poder con el enemigo, de moverse entre las
sombras, de luchar contra los delincuentes con total soltura, le parecía digno
de admiración; y qué mejor disfraz que el de su enamorada. Se había puesto un
traje de charol negro compuesto por un top por encima del ombligo y unos
pantalones ceñidos, había escondido su rubia melena bajo una peluca morena
hasta la cintura, y se había calzado unos zapatos de charol negros con unos tacones
de infarto. Además, se había maquillado a conciencia.
Lo cierto es que se veía estupenda,
poderosa, y así se lo hizo ver a Hugo, cuando pasó por su lado y lo miró
desafiante, esperando provocar la reacción que no se hizo esperar en él.
Se acercó a la barra y pidió un whisky
con Coca-Cola, inquieta ante la idea de que su mirada no hubiese surtido el
efecto deseado, y ese chico, disfrazado de James Bond, pasara de ella y
prefiriera seguir con los frikis de sus amigos. Y, ¿qué pintaba el agente 007
en aquella fiesta? Desde luego, su objetivo debía de ser un tipo muy raro, pero
eso no le importó. Ella debía hacer su trabajo, debía descubrir qué tramaba
aquel hombre extraño, y debía hacerlo bien. De lo contrario no podría demostrar
al Servicio de Inteligencia que estaba recuperada del fatídico accidente que le
había hecho estar en coma durante tres días y convaleciente durante seis meses
después. Necesitaba volver a estar en activo, su trabajo lo era todo para ella,
además de Lucas, su novio, quien a pesar de que no sabía quién ni qué era ella
en realidad, le gustaba e intentaba encontrar huecos en su ajetreada vida para pasarlo
con él.
—Un Martini seco con Vodka, agitado,
no removido y con una corteza de limón –Escuchó que decía una voz masculina a
su lado.
Ella giró la cabeza lentamente y
sonrió al darse cuenta de que no había perdido su feeling. Seguía logrando
cuanto se proponía con sus ojos verdes; su mirada cautivadora conseguía siempre
atrapar a sus objetivos, y la prueba de ello era que su James Bond particular
estaba allí, mirándola con una sonrisa enigmática que por un momento la
cautivó.
Pronto movió la cabeza a ambos lados
y se recordó que tenía novio. Debía llegar a aquel tipo, pero despacio; ganarse
a su objetivo sin faltarle a Lucas, siempre que no fuera necesario llegar a
más, claro, pues como decía, su trabajo era lo más importante.
—Hola, preciosa –susurró el chico, en
su oído, para poder hacerse escuchar entre el murmullo de los asistentes.
—Hola, ¿de qué vas disfrazado?
–preguntó ella, haciéndose la ingenua.
—¿Disfrazado?, ¿acaso te parece que
lo estoy? –protestó él, con un carisma en los labios que por un momento hizo
que deseara besarlo.
«No, Aitana, tienes que quitarte eso
de la cabeza. Esto no es más que trabajo, y él solo lleva un disfraz».
—¿No lo estás? –preguntó la agente
del CNI, confundida.
—No, preciosa. Soy el mismísimo James
Bond.
Entonces Aitana soltó una carcajada y
él se hizo el ofendido.
—Tú eres, Electra. Imagino.
—Sí, en cuerpo y alma –bromeó ella—.
Aunque prefiero que me llamen Aitana, por no confundirme, más que nada.
—Aitana, bonito nombre. Pero, si te
parece, esta noche yo te llamaré, Vesper.
—¿Vesper?, ¿por qué?
—Porque me he enamorado de ti en
cuanto me has mirado, y si te apetece jugar conmigo, esta noche me gustaría que
fueras la agente doble con la que trabajé en Casino Royal. ¿Sabes? Esta bebida
lleva tu nombre.
—Ah, ¿sí?, ¿por qué?
—La bauticé como Vesper, porque una
vez la pruebas, no quieres otra cosa.
—A mí no me has probado –le faltó
decir todavía, pero sabía que sería demasiado tentador.
—No, pero me encantaría hacerlo –le
volvió a susurrar, poniéndola cada vez más nerviosa.
—Está bien, pues seré Vesper, si es
lo que quieres. ¿Qué se supone que debemos hacer ahora? –preguntó Aitana,
intentando separarse de él.
—Podríamos bailar –le susurró con voz
firme, acortando la distancia que ella acababa de delimitar, y provocándole un
escalofrío.
—Pues bailemos –aceptó, poniéndose en
pie de un salto.
Y así, pasaron la noche, sin
separarse el uno del otro. Ella siendo lo que en realidad era; y él fingiendo
ser un hombre completamente diferente a lo que su rutinaria vida le permitía
ser.
Aitana observó por el rabillo del ojo
cómo Chloe se había hecho con su objetivo, y en un momento en el que sus
miradas se cruzaron, se guiñaron el ojo en señal de que todo iba según lo
planeado.
Cuando salieron de la fiesta y Bond
se ofreció a llevarla a su casa, Aitana soltó una carcajada al comprobar que el
supuesto agente secreto tenía un Ford Focus.
—¿Dónde está el Aston Martin?
–preguntó, entre risas.
—Preciosa, uno no lo puede tener todo
en la vida. Pero, si te apetece, podría llevarte a mi casa para que vieras mi
santuario.
—¿Cómo dices?
—No pienses mal, no pretendo
acostarme contigo. Yo no soy de esos.
Aitana suspiró al escuchar aquello,
aunque sin entender por qué, se sintió un poco decepcionada.
—¿De esos?
—Sí. Aunque te parezca mentira, no
acostumbro a acostarme con una mujer la primera noche –explicó, pues con su
verdadera personalidad no lo haría ni la primera, ni la segunda, ni… En fin,
que era un tímido informático que no estaba acostumbrado a relacionarse con
mujeres y que tan solo había tenido dos novias, si se les podía llamar así, en
su vida. Solo ser el agente del MI6 le permitía desinhibirse, ser otra persona;
y en alguna ocasión, sí había llegado a más con alguna mujer, pero pocas, pues
aunque se metía en su papel al cien por cien, la mayoría de las veces cuando
llegaba al límite los nervios lo traicionaban y acababa siendo él mismo: un
fracasado con las mujeres porque entendía mejor a los ordenadores que al sexo
femenino—. ¿Vamos? Prometo dejarte luego en tu casa sana y salva.
—No sé si debería fiarme del agente
007, tu fama te precede –bromeó ella, un poco nerviosa.
—Fíate de mí, me llamo Hugo.
Encantado de conocerte, ¿Aitana?
—Sí –confirmó ella, con una sonrisa
relajada.
Subió a su coche y dejó que la
llevase a su casa. Bien pensado, era lo mejor que le podía pasar. Así, además
de conseguir una información valiosa, pues ya sabría su domicilio, podría
intentar averiguar algo mientras estuviese allí.
Llegaron a una callejuela del centro
de Madrid y dieron cuatro vueltas hasta que Hugo encontró un sitio donde
aparcar su viejo coche. Mientras tanto, mascullaba entre dientes, quejándose
por vivir en un sitio céntrico sin tener plaza de garaje.
Entraron en el edificio y Aitana
suspiró aliviada al darse cuenta de que aunque la finca era vieja, tenía
ascensor. Los tacones la estaban matando y subir escaleras habría sido
demoledor para sus pies.
Una vez dentro, quedó maravillada al
comprobar que desde la entrada de la casa, estaba todo repleto de objetos de
películas de Bond, posters, e incluso fotos de Hugo, vestido con esmoking en
poses seductoras, como si fuera el mismísimo agente 007.
—¡Uau, ya veo que te apasiona James
Bond! –exclamó, asombrada de que aquel tipo fuera tan friki.
—Sí, es el mejor. Ven, te enseñaré el
resto de la casa. ¿Quieres tomar algo?
—Lo cierto es que es tarde y estoy
cansada –mintió, pues en el fondo temía que aquel chico, que ahora mostraba un
aire más natural, quisiera algo más de ella y pretendiera emborracharla para su
fin.
—¿Una Coca-Cola?
—De acuerdo, tomaré una Coca-Cola
–aceptó, sentándose en el sofá y quitándose los zapatos—. ¿A qué te dedicas en
realidad? –preguntó, mientras lo oía traginar en la cocina y observaba la
estancia, estupefacta.
Hugo volvió con dos Coca-Colas de bote en una
mano, y dos vasos de cristal en la otra.
—Soy informático.
—¿Qué tipo de informático? –quiso
saber, empezando con su operación secreta.
—De los que arreglan sistemas
operativos. Ya sabes, lo que para cualquier persona normal sería un coñazo.
—¿Coñazo? Señor Bond, no esperaba ese
lenguaje de usted –lo recriminó ella, con cierto brillo en los ojos.
—Ni yo que Electra se quitase los
zapatos en el comedor de un desconocido pero ya ves, las cosas no siempre son
como uno imagina. Por cierto, siento no haber sido Matt Murdock esta noche,
habríamos formado la pareja perfecta, pero es que eso de llevar máscara no es
lo mío.
—No te preocupes, me ha gustado ser
tu Vesper.
—Pues brindemos por ello –celebró
Hugo, moviendo su vaso de Coca-Cola para que ella hiciese lo mismo y brindase
con él.
Aitana acercó su vaso y brindaron,
intercalando miradas que la excitaron de tal manera, que hizo que tuviera que
girar la cabeza y apuntar hacia otro sitio.
—¿Te apetece escuchar algo de música?
–preguntó Hugo, poniéndose en pie, como si en realidad no necesitase respuesta.
Ella asintió con la cabeza y vio cómo
el chico cogía un mando, pulsaba varias veces un botón, buscando la canción que
quería poner, y daba al play. Cuando empezó a sonar Adele, sonrió al escuchar
la canción de la que se trataba.
—Skyfall, cómo no –resopló ella.
—Ya sabes, soy todo un friki.
—Me encanta esta canción, a pesar de
que no sea demasiado fan de James Bond.
—¿Cómooo? –se sorprendió Hugo, como
si fuera algo inverosímil.
—Las películas me parecen demasiado fantasiosas,
la realidad no es así.
—¿Acaso sabes tú algo de cómo es el
trabajo de un agente del MI6? –Hugo parecía verdaderamente indignado, y ella no
quería perder la baza de creer que había algo en ella que le gustaba y que
podía acercarlo a él, así que tuvo que retractarse.
—No, nada, ¿cómo voy a saber yo algo
de eso? Solo soy una simple monitora de zumba. Perdona, no quería herir tus
sentimientos.
—No importa, tranquila –aceptó, más
relajado. Para él, Bond era su ídolo, y no podía entender que hubiera a quien
no le gustase.
—La canción es preciosa.
—¿Bailamos?
—¿Cómo Aitana y Hugo, o como Electra
y James?
—Como Vesper y Bond, si no te importa
volver a jugar conmigo un rato más –sugirió Hugo poniéndose en pie y
tendiéndole la mano, con esa mirada seductora que caracterizaba tanto a su
personaje.
—¿Quiénes son Aitana y Electra?
–preguntó ella, poniendo los ojos en blanco, como si no hubiera más opción que
ser Vesper—. Pero, ¿Vesper no sale en Casino Royal?, ¿no habría sido más
apropiado que pusieras la canción de Chris Cornel?
—Vaya, veo que algo enterada sí estás
sobre las películas de Bond.
—Sobre las películas no, aunque sí he
visto algunos trailers; por eso creo que Vesper no sale en Skyfall sino en
Casino Royal. Sin embargo, las bandas sonoras me apasionan.
—Me alegro de que al menos haya algo
que te guste.
—Me gustan más cosas de las que te
crees.
—Pues me encantará descubrirlas –Y
tras carraspear un poco porque su verdadero yo le hacía estar muy nervioso ante
una chica tan bonita, tragó saliva y se atrevió a decir—: He puesto Skyfall
porque has llegado a mi vida como caída del cielo.
—Oh, vaya –Fue lo único que Aitana
pudo emitir, ruborizándose ante el comentario y sintiéndose culpable porque
para ella, él no era más que trabajo; un objetivo al que debía investigar y
posiblemente hacer que fuera a la cárcel, si es que el CNI estaba en lo cierto
y estaba tramando crear un virus en el sistema informático del Gobierno.
Bailaron en silencio, más cerca de lo
que una chica con novio hubiera debido, pero el olor de ese James Bond
particular la embriagó de tal manera que por un momento se olvidó de Lucas, y
se dejó llevar.
Cuando terminó la canción, ambos se
separaron como si sus cuerpos quemasen, y desviaron sus miradas hacia otro lado.
Aitana todavía estaba flipando con la decoración de la casa: posters de las
películas enmarcados como si fueran obras de arte, objetos decorando las
estanterías que supuso que pertenecerían a películas de su personaje favorito y
que debían de ser muy importantes para él, aunque para ella no fueran más que
juguetes. Se dio cuenta de que no tenía un Aston Martín de verdad, pero sí
tenía uno en miniatura sobre una estantería, y no pudo evitar sonreír.
«No, Aitana, no sonrías. Este tío es
un tipo extraño, un friki, y sobre todo, tu objetivo», se dijo. «Quítate de la
cabeza cualquier estúpida idea que pueda hacer que te guste, tienes novio y lo
más probable es que este hombre sea un terrorista que quiere atentar contra el
Gobierno de la nación. ¡Haz tu trabajo, coño!», se recriminó.
—Es tarde, debería irme ya –anunció.
—Vale, te llevaré a casa.
Hugo condujo en silencio, pensando en
lo mucho que le había gustado aquella chica, y preguntándose si querría quedar
con él al día siguiente. En el fondo, cuando no hacía su papel de James Bond,
era un hombre bastante tímido y común; se pasaba el día de cara a su ordenador
trabajando, y solo salía con sus amigos, con los que le encantaba hacer juegos
de rol, encarnando él siempre a su ídolo.
—¿Te… te gustaría quedar mañana para
tomar un café? –se decidió a preguntar al fin.
—Eh, sí, sí. Estaría bien –aceptó
ella, pensando en que había quedado en ir a comer con Lucas, y tendría que
anularlo. El trabajo era antes que nada, y debía averiguar qué se proponían ese
hombre y sus amigos, colegas, o quienes fueran los integrantes del grupo
terrorista del que su jefe le había hablado.
—Genial. ¿Te recojo entonces sobre
las tres y media? Podríamos ir al cine después, si quieres.
—El café estará bien. Luego ya
veremos.
Esa respuesta no era la que Hugo
hubiese deseado, pero aceptó porque al menos sabía que la volvería a ver. Después
de intercambiarse sus números de teléfono por si surgía cualquier imprevisto,
arrancó el coche y volvió a su casa.
En cuanto Aitana entró en la
habitación de su piso compartido, cogió su móvil para ver si su compañera le
había mandado algún mensaje, pues lo había tenido en silencio durante el tiempo
que había pasado con su objetivo, y al ver que no había señales de Chloe, decidió
escribirle ella.
«¿Cómo te ha ido?»
«Objetivo localizado, pero no he
conseguido sacar de él más que es un friki total que no sabe hablar más que de
cachivaches. ¿Y a ti?»
«Lo mismo, pero al menos he estado en
su casa y he quedado con él mañana. Creo que le gusto»
«¿Y cómo no? Siempre encandilas a tus
víctimas con esos ojazos que tienes, cabrona»
«Te recuerdo que no son víctimas,
sino delincuentes. Y sí, he de agradecerle a mi madre el haber sacado sus ojos;
creo que el resto de mí no dice demasiado»
«No seas boba, ¿quieres?»
«También he conseguido su teléfono.
En cuanto pueda le pondré un localizador»
«¿Quieres que le diga a José que lo
pinche?»
«Todavía no, prefiero ver qué
averiguo por mí misma»
«¿Todavía no? ¿Quién eres y qué has
hecho con mi amiga?», preguntó Chloe, extrañada ante la respuesta. Unos
segundos después, viendo que Aitana no decía nada, volvió a escribirle: «Oye,
si todavía no te sientes preparada lo entenderé; todos lo entendemos, después
de lo que te pasó…»
«Estoy apta para el trabajo… y no
somos amigas», escribió la agente, sin pensar en el daño que podría hacerle a
su compañera. Desde que el accidente que tuvo y que la llevó al coma,
persiguiendo a un narcotraficante, acabara con la vida de su mejor amiga
Fátima, quien para ella era como una hermana, había decidido que tener amigos era
un lujo que ella no se podía permitir, y así se lo hizo constar.
«Bueno fea, nos vemos el lunes en la
reunión del gimnasio», escribió Chloe, intentando entender a su compañera y no
enfadarse con ella.
«Hasta el lunes. Y gracias por el piropo,
simpática», ironizó Aitana.
Cuando al día siguiente Aitana bajó
las escaleras de la vieja finca en la que vivía, casi no reconoció a Hugo. El
día anterior le había parecido que tenía el pelo moreno y sin embargo ese día,
a la luz del sol, se veía de un castaño rojizo que para nada era lo que habría
imaginado de él. Claro que ella, sin su peluca morena, también debía de haberle
sorprendido a él, y eso hizo que pensara que estaban en igualdad de
condiciones.
Vestía un pantalón vaquero ancho,
unas deportivas y una camisa de cuadros, que no es que le quedasen mal, pero
para nada le daban ese aire hipnótico que el traje de James Bond le había
provocado.
Eso le gustó. Ya le había sabido
bastante mal tener que aplazar su cita con Lucas por “motivos de trabajo”, como
para además sentir algo por un posible delincuente.
Hugo tuvo la misma sensación. A pesar
de que Aitana le pareció más guapa al natural, para nada esperaba que fuese
rubia, y eso que sus claras cejas deberían de haber hecho que lo imaginase.
No iba maquillada. Aitana se había
mentalizado en que aquello no era una cita y que por tanto, no debía arreglarse
como si lo fuese; sin embargo, eso a él también le gustó. Nunca le habían
gustado las mujeres que se maquillaban en exceso, aunque la noche anterior,
disfrazada de Electra, había hecho una excepción porque sus ojos verdes lo
habían embriagado desde el primer momento.
—Vaya, ¿rubia? –Fue lo primero que
dijo Hugo, cuando la chica salió de su patio.
—Y tú, ¿pelirrojo?
—Castaño cobrizo, más bien. Anoche me
lo oscurecí. No me acaba de convencer Daniel Craig porque James Bond debe ser
moreno, pero la verdad es que eso me da cierta ventaja para el día que no tenga
espuma de color ¿verdad? –rio, nervioso, y continuó hablando—: Supongo que lo
tuyo era una peluca, ¿no? Bastante buena, por cierto. No me di ni cuenta de que
no era tu pelo natural. Supongo que solo me fijé en tus ojos –Siendo él mismo,
no solo perdía el carismático poder de la seducción de Bond, sino que además le
daba por hablar sin parar, por los nervios que le provocaba estar ante una
chica tan guapa.
—Y yo en los tuyos, guapo –advirtió
ella, queriendo piropearle para que pensase que le gustaba de todos modos—.
Pero… ¿Roger Moore no era rubio también?
—Touché –chasqueó Hugo la lengua,
indicándole con el dedo que tenía razón.
La no cita fue corta. Aitana puso la
excusa de que esa tarde debía preparar una coreografía para la clase del día
siguiente en el gimnasio, e intentó aprovechar el corto tiempo que estuvo con
él para indagar más sobre su trabajo, sobre qué tipos de amigos tenía, a qué se
dedicaba cuando no estaba de cara al ordenador, cuáles eran sus ideales…
—Ey, menudo interrogatorio –se quejó
él—. ¿Qué me dices de ti?, ¿tienes hermanos?
—No, soy hija única. ¿Y tú?
—Sí, una hermana pequeña. A mis
padres les vino por sorpresa, cuando mi madre pensaba que ya había entrado en
la menopausia. Nos llevamos quince años.
—Vaya, menuda faena –opinó ella, como
si le importase.
—Bueno, les pilló mayores y por eso
la han consentido un poco más de lo normal. Tiene catorce años y está
repitiendo primero de secundaria porque no le gusta estudiar. En primaria
repitió un curso porque no se puede repetir más; de lo contrario, igual todavía
seguía ahí. No tiene ninguna afición, no hay demasiadas cosas que le gusten… Es
un poco rara.
—Claro, al contrario que tú –habló
Aitana, con sarcasmo.
—¿Por qué lo dices? –preguntó él,
sorprendido.
—Por nada. Tener toda la casa llena
de objetos de James Bond como si vivieras en un museo no es para nada extraño,
qué va.
—Me gusta. ¿Es que tú no tienes
gustos?
—Claro que sí, pero no soy tan fan de
nada.
—Pues tú te lo pierdes.
Esa conversación, y el hecho de que
Aitana ya había advertido que se tenía que ir pronto, hizo que fuese él quien
diera por terminada la cita, pensando que a esa chica él no le interesaba en
absoluto. Por esa razón, se despidió de ella sin proponer una segunda cita, o
tercera, si contaba la noche anterior como primera. No es que pensara que todo
el mundo tuviera que compartir su afición por el agente 007, pero le había
dejado claro que para ella él era un rarito, y estaba demasiado acostumbrado a
que las mujeres no quisieran saber de él por eso mismo. Si a Aitana no le
gustaba como era, no pensaba ponerla en la tesitura de tener que inventar
alguna excusa para no volver a quedar con él. Prefería irse a su casa y evitar
un rechazo que heriría su orgullo y bajaría su autoestima.
El caso es que Aitana se fue a casa
de su novio desilusionada, pues ni
siquiera había estado un momento a solas con el móvil de Hugo para poder
ponerle el chip rastreador; y ni estar esa noche con Lucas y hacer el amor con
él hizo que se le fuera la sensación de haberla cagado. Si había algo que
odiara con todas sus fuerzas, era hacer mal su trabajo; y si no le caía bien a
su objetivo, pues eso era lo que pensaba tras la manera en la que el chico se
había marchado, no podría averiguar nada más de él. Necesitaba estar cerca para
investigarlo.
Por eso, después de la reunión del
lunes en la sala oculta del gimnasio en donde se reunía cada semana con sus
compañeros del CNI para hablar de los avances conseguidos por cada uno, y de
que el Director General de Inteligencia, el señor César Bermúdez, le echara una
buena reprimenda por haber sido tan estúpida, sobre todo por haber dejado que
el objetivo conociera su domicilio, pues era ella quien debía descubrir
información y no al revés; decidió presentarse en su casa sin avisar, con la
ilusión de que en el fondo ella, aunque fuera un poquito, le gustase a Hugo y
le alegrase su visita. Sabía que trabajaba en su piso, sabía que lo encontraría
allí; pero lo que no sabía, es que no se tomaría bien esa visita inesperada.
Por si fuera poco, ahora debía buscar
un nuevo piso compartido; aunque eso era el menor de sus problemas. De todos
modos, no le caía demasiado el compañero con el que vivía.
—Hola guapo, pasaba por aquí y he
decidido venir a verte. ¿Te alegras de verme? –anunció cuando le abrió la
puerta. El informático estaba vestido
con un chándal de estar por casa, llevaba el pelo despeinado y tenía los ojos
rojos de estar tanto rato de cara al ordenador.
—Nno mme gustan las sorpresas
–reprobó él, nervioso porque le había pillado en una situación comprometedora,
al ver la cara de felicidad de ella, pese a que había salido de su casa sin
paraguas porque no tenía pinta de llover, y se había empapado de los pies a la
cabeza desde donde había dejado el coche hasta llegar a su piso.
Estaba claro que no se alegraba, no
había separado la vista del ordenador desde que se volviera a sentar en su
silla de trabajo después de dejarla pasar (porque eso sí, si la chica había ido
hasta allí, no la iba a echar, por muy ocupado que estuviera. Solo tenía que
seguir con su trabajo y terminar lo antes posible para poder hacer caso a la
guapísima rubia que lo tenía fascinado) y de sacarle una vieja camiseta para
que se cambiase, ya que con su ropa mojada no podía más que coger una pulmonía.
No tenía secador de pelo, por lo que tuvo que frotarlo con una toalla para
quitar la humedad y dejar que se secase al viento. Por lo menos no hacía mucho
frío, pese a estar a finales de noviembre.
Ella, ahora, mientras veía caer la lluvia
sobre el cristal, se preguntaba qué debía hacer para volver a provocar en él la
magia de la noche en la que se habían conocido.
Decidida, se acercó hasta él, lo
movió para retirarlo de la mesa, mirando de reojo la pantalla del ordenador sin
poder ver nada, pues él había sido más rápido y en cuanto la vio llegar lo
había apagado, y se sentó sobre sus piernas.
—¿Dónde ha quedado eso de que llegué
a ti caída del cielo? –preguntó, jugando con un mechón de su corta melena rubia
mientras le ponía ojitos.
—No sé, Aitana, podías haberme
llamado. Para eso están los teléfonos.
—Quería darte una sorpresa. Creí que
te alegraría –lamentó ella, haciéndose la inocente víctima de un rechazo, que
si no hubiese sido porque necesitaba sacarle información, le habría dado igual.
—Y me alegra verte, pero tengo que
trabajar. ¿Es que tú no trabajas?
—Ya he trabajado esta mañana. Solo
doy clase por las tardes dos días a la semana –improvisó—. Pensaba que como
trabajas en casa, podrías dejarlo durante unas horas y seguir con la faena
cuando me hubiese ido.
—Ya, bubueno, ¿y qué te apetece que hagamos?
–preguntó Hugo, más nervioso cuanto más cerca la tenía, y sintiéndose culpable
por cómo la había tratado—. Está lloviendo a cántaros, no es que popodamos
salir a dar un paseo.
—No sé, ¿te apetece que veamos una
película? Estoy segura de que tienes la filmografía completa de James Bond.
—¿De verdad te apetece hacer eso?
–preguntó él, extrañado, pues había creído que no tenían los mismos gustos. Lo
cierto es que después de su cita del pasado domingo, estaba tan convencido de
que la chica no estaba interesada en él, que verla allí, mirándolo con esos
ojos verdes que le llegaban al alma, lo tenía descolocado.
—Sí, me apetece cualquier cosa que
pueda hacer contigo –Y para corroborar sus palabras, se acercó a él y le plantó
un beso en los labios. Por una extraña razón, sintió un escalofrío al hacerlo,
y al instante se sintió culpable por lo que podría pensar Lucas si llegase a
enterarse de eso.
—Mumuy bien pues, si quieres, podemos
ver Skyfall.
—Perfecto –aceptó, levantándose
porque empezaba a sentirse incómoda sentada sobre sus piernas.
Hugo se levantó de su silla con las
piernas temblorosas, abrió un armario lleno de CD’s, y buscó la película que
iban a ver. Mientras, Aitana se acomodó en el sofá, se quitó las botas, y subió
los pies como si estuviese en su propia casa.
—Ponte cómoda, no te cortes –la instó
él, burlón, mostrando esa sonrisa que tanto le había gustado a Aitana el sábado.
Estaba cansado de sentirse tan patoso delante de ella; si quería llegar a
conquistarla, tenía que ponerse la armadura de James Bond y ser el hombre que a
ella le gustaría que fuese: carismático y sobre todo, seguro de sí mismo.
—Perdona, me hace sentir tan bien
estar aquí –se justificó la agente, tratando de coger confianza para que así,
él se soltase con ella y pudiera averiguar cuáles eran sus intenciones respecto
al Gobierno—. Por cierto, ¡estoy quemada, muy quemada! –exclamó de pronto—.
Menos mal que por fin has cambiado tu actitud
conmigo porque con el día que llevo, lo único que me hacía feliz era
verte, y tu reacción no ha sido la que me esperaba.
—Perdóname, por favor, me has pillado
en algo importante y como no te esperaba, no he sabido reaccionar. No he debido
tratarte mal, pero si te soy sincero, no tengo fama de saber tratar demasiado
bien a las mujeres. Más bien cero patatero, y no porque no quiera, sino porque
no sé, simplemente. Lo siento, ¿vale? ¿Quieres contarme qué es lo que te ha
pasado?
—A mí no me pareció el sábado que no
supieras tratar a las mujeres –le contradijo Aitana.
—El sábado era Bond. Cuando soy Hugo,
entiendo mejor a los ordenadores que a las mujeres, créeme. ¿Me lo cuentas?
—¡Claro! Pues resulta que esta mañana
cuando he llegado al gimnasio, mi jefe ha querido que fuera a su despacho para
decirme que me tiene que bajar el sueldo porque no me puede pagar más. Me ha
reducido al salario mínimo interprofesional, ¿te lo puedes creer? ¿Cómo voy a
vivir solo con eso? ¡Por mucho que diga el presidente del Gobierno, el salario
mínimo es una mierda! ¡Cómo se nota que él cobra un dineral mensual y no sabe
lo que es vivir con tan solo setecientos euros! ¿Qué opinas tú de los
políticos? ¡Menudos sinvergüenzas! ¡Y menos mal que comparto piso porque si
no…!
—Lo siento por ti, preciosa, pero no
me gusta hablar de política.
—¿No? Vaya, pues eres el primer tío
que prefiere callar ante una injusticia política, porque que cobren esa burrada
por ¡total, ¿qué hacen?!, ¿eh? ¿De qué partido eres tú?
—De ninguno, soy apolítico.
—¿En serio?
—Sí, me parecen todos el mismo perro
pero con distinto collar. Veamos la película, ¿vale, mi chica caída del cielo?
–intentó ser seductor, para desviar el tema y que su chica de ojos verdes
dejara de hablar de algo de lo que él tenía prohibido mencionar.
Aitana se mordió los labios para no
seguir hablando del tema. Pensaba que contarle aquella mentira habría hecho que
Hugo se rebotase y saltase contra el sistema, despotricando y haciéndole ver lo
que pensaba al respecto. Sin embargo, había creado un muro sobre el asunto y se
dio cuenta de que le iba a costar más de lo que se imaginaba conseguir algo de
él.
Vieron la película en silencio,
aunque Aitana, en alguna ocasión puso los ojos en blanco ante las situaciones
tan exageradas que se representaban. Cuando acabó, aprovechó el momento en el
que Hugo fue al baño, para coger su teléfono móvil, que estaba sobre la mesa, e
introducirle un chip rastreador. Habría querido entrar en su ordenador, pero no
contaba con tiempo suficiente, así que decidió dejarlo para otro día.
—¿Qué te ha parecido la película? –preguntó
el informático cuando regresó del baño.
—Fantástica –respondió ella, más por
lo inverosímil que le parecían las situaciones que se daban, que porque le
hubiese parecido un film maravilloso.
De pronto, el móvil de Hugo sonó, y
este, al ver de quién se trataba, lo cogió y salió del comedor, dejando a
Aitana en aquel extraño museo, muerta de curiosidad.
La joven no tardó en ponerse en pie,
y como estaba descalza, sigilosa, se acercó hasta donde lo podía escuchar sin
ser vista.
—Ahora no puedo hablar, no estoy solo
–oyó que susurraba—. Podemos quedar dentro de una hora tal y como habíamos
acordado, no creo que tarde mucho en irse… Sí, es la chica de la fiesta… ¡Claro
que tengo cuidado!... No sé mucho de ella, pero ¿qué cojones? Solo la conozco
desde hace tres días pero parece buena persona… Sé que habíamos quedado, pero
se ha presentado sin avisar… Tranquilo que eso no va a impedir que acuda…
¡Claro, por eso he tenido que desconectarme! ¿Qué querías que hiciera si se me
ha sentado en las rodillas?... No, no sé nada… Me ha dado un beso, pero eso no
quiere decir que le guste… ¿Y yo qué sé por qué ha venido?... Vale sí, parece
que le gusto, ¿tan difícil es de creer?... Vale, vale, eres muy gracioso, ja ja
–marcó una risa irónica, y Aitana se puso nerviosa pues parecía que la
conversación fuera a acabar, pero no quería moverse de su sitio porque no
pensaba perder detalle alguno—. Te veo en una hora, ya veré qué excusa le
pongo… Que síiii, que no te fallo, ¿alguna vez lo he hecho?... Ni por una chica
de ojos verdes, te lo juro por James Bond… Jajajajaja, sabes que eso en mí no
falla… ¿Cómo voy a decepcionar al gran agente 007?... Jajajaja… Nos vemos, Enzo.
Aitana corrió al comedor y se dejó
caer sobre el sofá, mirándose las uñas como si estuviera pensando en hacerse la
manicura.
—Siento haberte dejado sola, era
trabajo –se disculpó el chico, al darse cuenta de lo aburrida que se la veía.
—No importa, ya estás aquí. ¿Tienes
que volver al tajo o podemos ver otra peli? ¡Al final conseguirás que me
enganche! –improvisó sobre la marcha.
—Lo siento pero debo trabajar, ya he
perdido demasiado tiempo.
—Si no llevo aquí ni tres horas
–reprobó ella, haciéndose la remolona.
—Tres horas que tengo que recuperar.
Por favor, no te disgustes. Me encanta estar contigo, pero podemos quedar otro
día… del fin de semana, ¿vale? Intento dejar a un lado el ordenador cuando
llega el viernes por la noche.
—¿Intentas?
—Sí, porque no siempre lo consigo
–rio, pensando que ella debía de creer que era un adicto al trabajo.
—Oh, vaya, pues es una pena. Uno debe
desconectar el fin de semana, ¿tú te has visto los ojos?
—Lo sé, pero mi trabajo es
importante.
—¿Reparar sistemas operativos es tan
importante? –preguntó ella, haciéndole ver que no pensaba que le fuera a salvar
la vida a nadie con ello.
—Sí, bueno… —Hugo no se refería a ese
trabajo, pero no podía darle más información, así que tuvo que retractarse—
Tienes razón, mi trabajo es una mierda. ¿Nos vemos el viernes?
—No sé, no sé –respondió Aitana,
poniéndose la mano en la barbilla, como si se lo estuviese pensando—. Ya te
llamo yo, si no tengo otro plan.
—¿En serio? –Hugo no se podía creer
la actitud de aquella mujer: parecía no querer que terminase la improvisada
cita de esa tarde, le advertía de que no hacía bien trabajando los fines de
semana, ¿y ahora se hacía la desinteresada para volver a verse el viernes?
Desde luego, cada día entendía menos a las mujeres.
—Es broma, supongo que podré quedar;
pero de todos modos, hablamos.
—De acuerdo. Y oye –dijo antes de que
Aitana, una vez puestas las botas y cogido el bolso, se dispusiese a marcharse—,
no es que te esté echando, ¿vale? Es que tengo que trabajar, en serio.
—Vale guapo, no pasa nada. Nos vemos
el viernes –lo tranquilizó ella, dándole un beso en la mejilla, ahora presurosa
por irse, pues por nada del mundo pensaba dejar que fuera a dondequiera que
hubiese quedado con ese tal Enzo, sin que ella lo siguiese.
Corrió hasta su coche, y una vez
allí, antes de entrar en él, se dio cuenta de que se había ido con la vieja
camiseta de Hugo y se había dejado su jersey de lana sobre la calefacción,
lugar en donde lo había colocado para que se secase con el calor. Bien, no
pensaba volver en ese momento; sabía que Hugo le había mentido, iba a salir en
breve y eso le serviría de excusa para volver a verlo antes del viernes. Una
sonrisa perversa asomó de sus labios al pensar que le estaban saliendo las
cosas mejor de lo que en un principio habría imaginado.
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