martes, 17 de febrero de 2015

CUANDO TE VI POR PRIMERA VEZ


Relato creado para la antología “Bajo el hechizo de Cupido”

Dedicado a mi madre, la mujer más fuerte y generosa,
que me enseñó a luchar en la vida y a valorar lo realmente importante.
Te echo de menos cada día mamá, pero sé siempre estarás conmigo.
Te quiero

“Maldito San Valentín”, me dije esa mañana cuando sonó el despertador. Me incorporé en la cama malhumorada, me restregué los ojos quitándome las legañas y me dije que debía hacerme el ánimo y levantarme para ir a trabajar, justo uno de los días en los que más faena había en la joyería. ¿Por qué la gente esperaba al último momento para hacer las compras? Y ¿por qué yo nunca llegaba a San Valentín con pareja? Durante mis veinticinco años de vida, había salido con muchos chicos, pero la relación más larga que había tenido me había durado diez meses, de marzo a diciembre, y ni regalo de Navidad, puesto que terminó antes. Y no es que me importaran los regalos. Lo que me molestaba era estar sin pareja en las fechas en las que me daba la sensación de que todo el mundo lo estaba. Me sentía el bicho raro, como si no fuera digna de que alguien me quisiera o no lo mereciera por cualquier cosa que hubiera hecho en otra vida. Porque en esta, me consideraba una buena persona, no podía ser que tuviera tan mala suerte en el amor una chica que siempre se brindaba a ayudar a los demás: en el instituto pasaba los apuntes a las amigas que se pelaban las clases a sabiendas de que yo les salvaría el cuello; ayudaba a las ancianitas a cruzar la calle, era solidaria y colaboraba en varias ong’s; era generosa, nunca le había dado problemas a mis padres y aunque no quise estudiar una carrera (aunque sí tenía el título de músico), encontré trabajo muy joven y lo mantenía, que pocas personas podían decir lo mismo a su edad. ¿Por qué entonces no encontraba el amor?
Bajé las escaleras a trompicones porque todavía iba medio grogui. ¡Cómo odiaba trabajar los sábados! Y más, ese sábado en cuestión, en el que la joyería estaría decorada con globos con forma de corazón y Cupidos que me estarían recordando todo el santo día mi desgracia.
Me sorprendí al escuchar jaleo en el comedor y me acerqué curiosa.
Mierda, el amor de mi vida, el hombre más guapo, sexy y excitante que había visto jamás, el mejor amigo de mi hermano Carlos estaba allí jugando a la Xbox con él. Como creí que no se habían dado cuenta de mi presencia, me di media vuelta camino de la cocina, sería horrible que Robert me viera así. Pero no había dado más que un paso cuando el impertinente de mi hermano mayor me llamó e hizo que me diera la vuelta.
- Pequeñaja, ¿espiándonos?
- ¡Qué más quisieras! – emití con ese sonido de recién levantada que es lo primero que dice en la mañana. Por dios, la cosa no podía ir peor. Volví a girarme pero entonces fue Robert quien hizo que me parara.
- ¿No piensas saludar a tu invitado? – me preguntó.
- Tú no eres un invitado, tú parece que vivas aquí. – dije, girando la cabeza pero sin mover los pies del sitio.
Cuando me miró con sus ojos verdes y giró la boca de medio lado emitiendo una sonrisa casi imperceptible, creí morir. ¿Cómo podía estar tan bueno? Es más, ¿cómo podía haber un tío así todos los días en mi casa y que yo no me tirara encima?
- ¿Dónde vas? – me preguntó.
Mi hermano seguía con el mando enzarzado en el juego ignorándonos y yo quería irme de allí cuanto antes para ponerme decente pero al parecer, Robert se había dado cuenta de lo incómoda que estaba y se estaba regodeando de la situación.
- ¿Tú qué crees? Voy a desayunar y después a currar.
- ¿Trabajas hoy?
- ¿Eres idiota o qué? Como si no lo supieras. – y al ver que se partía de risa, no quise ser más su fuente de distracción y me largué de allí, sintiéndome una cría que no sabe qué hacer ante su amor platónico. Parecía mentira que tuviera veinticinco años. Ante él, me comportaba como una adolescente insegura a la que le gusta un chico y no quiere que lo sepa. Y no es porque tuviera problemas para tener al tipo que quisiera. Que no me duraran las relaciones no quería decir que no ligara. Ligaba, y mucho. El problema es que tenía muy claro que Robert estaba vetado. Siendo el mejor amigo de mi hermano sabía que intentar algo con él sería una locura porque con mi historial de noviazgos, estaba claro que lo nuestro estaría destinado a un inminente final, ¿y después qué? ¿Seguiría viniendo a mi casa cada día como si tal cosa? ¿O perdería la relación con mi hermano por mi culpa? No estaba dispuesta a eso. Carlos era un hombre demasiado introvertido y Robert le había brindado su amistad desde el primer día. Cuando mi hermano llegó a la banda de Robert para la prueba que llevaba semanas pensándose hacer, el cantante de Heartless guys lo recibió como si lo conociera de toda la vida, haciendo que sus miedos desaparecieran y tocara la batería como nunca lo había hecho. Robert tuvo muy claro desde que vio a mi hermano coger sus baquetas, que él era el quinto miembro de su grupo, y desde el primer día se hicieron uña y carne. Nunca olvidaré lo emocionado que estaba Carlos cuando esa misma noche llegó a casa y me presentó a su nuevo compañero de banda. Me quedé petrificada al ver al mismísimo cantante de los Heartless guys en mi propia casa y bueno, cuando se lo conté a mis amigas del instituto y se corrió la voz, fui la envidia de todas las chicas durante meses. Además de la banda, la afición de Roberto y Carlos por las videoconsolas y la falta de familia del cantante habían hecho que se pasara las tardes que tenían libres en mi casa y yo no podía permitir ni que uno perdiera lo que empezaba a considerar como su familia, ni que el otro perdiera el único buen amigo que había tenido en su vida solo porque cada vez que viera a ese chico se me humedecieran las braguitas.
- ¿Me preparas algo a mí? – escuché que me decía desde el comedor.
“Pero ¡tendrá morro!”, pensé. “Si quiere algo, que levante el culo y que se lo haga él, como si yo no tuviera el tiempo justo para hacerme lo mío, arreglarme y…” Y pensando en el jeta de Robert, me giré tras coger el azúcar de un armario y choqué mi nariz contra su pecho, haciendo que el azúcar se derramara por su camiseta. Umm, qué bien olíiiiiaaaaa.
- Te decía… - empezó a decir, quitándome el azucarero de mi mano temblorosa con una mano mientras con la otra se espolsaba  –  si me podrías preparar algo a mí. ¿Te pongo nerviosa?
- Ja, me has asustado. No te esperaba a mi espalda. – dije dándome la vuelta porque no podía mirarlo a los ojos, tan cerca, sin ponerme a sudar como una cerdita.
- No me gusta que me ignoren, pequeñaja. – le había cogido el gusto a llamarme como lo hacía mi hermano, y en su boca no me sonaba tan crispante.
- No te estoy ignorando y lo sabes, es solo que tengo prisa. – le contesté mientras me echaba el azúcar en mi café con leche.
- Igual luego me paso a verte.
- ¿A la joyería? – pregunté, nerviosa, porque no se me ocurría para qué tendría que ir a verme allí.
- Sí, tengo que comprar algo.
Mierda. Eso significaba que tenía novia, y no lo sabía. Normalmente me enteraba cada vez que salía con alguien, bien porque mi hermano me solía contar su vida como si se tratase de un libro abierto, bien porque la llevaba a mi casa o bien porque salía en la prensa rosa. El caso es que de una manera u otra yo sabía cuando el cantante Robert Blanes estaba pillado, y en esta ocasión me había pillado a mí, pero por sorpresa.
- Bien, pues allí estaré. – dije intentando que mi voz sonara a indiferencia.
Cuando me fui de casa dejando a mi hermano junto con su amigo frente a la consola, no pude sentir otra cosa que envidia. Sabía que esa noche yo estaría libre y serían ellos lo que les tocaría currar, pero es que era tan diferente el trabajo de cada uno. A ellos al menos les gustaba su trabajo. Yo, en cambio, pese a que estaba muy a gusto en la joyería, mi jefe era un encanto y no cobraba mal, para como estaban los sueldos, no era lo que más me llenaba en la vida. Envidiaba a mi hermano porque había entrado en el  grupo de Robert, pero más envidiaba a las chicas que iban con ellos a las giras haciéndoles los coros. Yo sabía que cantaba bien, tanto mi hermano como yo habíamos ido de críos al conservatorio y teníamos la carrera terminada, él como percusionista y yo como pianista; pero yo tenía muy claro que tocar el piano no me serviría como profesión así que lo dejé y olvidé tanto, que a veces me sentaba de cara a las teclas y ni se me ocurría qué tocar. Sin embargo cantar era mi pasión, y me había resignado a hacerlo cuando nadie me escuchaba, en la ducha como todo el mundo o en la joyería cuando no había nadie.
Llegué al centro comercial echando pestes de cómo estaba el tráfico. Menos mal que abría yo y que mi jefe los sábados no solía aparecer, daba igual que me retrasara diez minutos. La cola para comprar lotería por el día de San Valentín era inmensa, ¿es que la gente se había vuelto loca o qué? Moví la cabeza a ambos lados pensando en lo mal que estaba la gente y mi pulso empezó a temblar cuando vi la puerta de la joyería abierta. La que me iba a caer encima.
- Hola Esther, buenos días tardona. Espero que no siempre llegues a estas horas ¿no? A ver si como a primera hora yo no suelo estar aprovechas para abrir cuando te da la gana.
- Ho… hola Joseph, lo siento pero es que había un tráfico de buena mañana… Pero te aseguro que siempre abro puntual.
- Eso espero, preciosa. Venga, pasa un poco el polvo por los escaparates que si no te lo digo yo…
¿Había dicho que mi jefe era un encanto? No sé, tal vez no lo era tanto, y eso me hizo recordar lo frustrada que me sentía.
- Por cierto, ¿cómo es que has venido un sábado y a esta hora? – me atreví a preguntar.
- Encargué una pulsera para mi mujer y hasta hoy a primera hora no la traían. Mira. – dice, mostrándome una pulsera trenzada de oro blando y veintidós diamantes. El tipo estaba podrido en dinero y se permitía derrochar en una pulsera la mitad de lo que me pagaba a mí en nómina. ¿Y todavía se quejaba cuando le pedía que me subiera el sueldo alegando que con la crisis me pagaba demasiado?
- Es preciosa. – dije educadamente y fingiéndome maravillada por la exquisitez de la joya cuando en realidad estaba pensando “cretino ya podrías gastarte menos en regalitos para tu mujer y ayudar a quien lo necesita” .
Por suerte, Joseph tardó poco en desaparecer dejándome a mí al cargo con todo, y me quedé tranquila, porque sola era como mejor hacía mi trabajo y como más a gusto me sentía.
Dos horas después, cuando había hecho casi quinientos euros de caja, volvió a sonar la campanita de la puerta anunciando que alguien entraba y mis piernas empezaron a temblar.
 - Vaya, cuanto tiempo sin verte. – ironicé.
- ¿Me echabas de menos? – me preguntó con una sonrisa que si llego a tener hipo en ese momento, por seguro que me lo quita.
- ¿Dónde te has dejado a tu perrito faldero? – me refería a mi hermano, claro está.
Robert empezó a reírse y yo cogí el plumero, pues desde que mi jefe me había dicho que quitara el polvo, aún no lo había hecho, y empecé a pasarlo por la estantería para disimular mi nerviosismo.
- Desde luego, mira que eres mala con tu hermano, pequeñaja.
- ¿Acaso no lo es también él conmigo? Si él no me llamara así, tú tampoco lo harías, y sin embargo no tengo bastante con aguantar a uno, que además también te tengo que aguantar a ti. – fingí estar enfadada.
- ¿Ah, sí? ¿Te supone un gran esfuerzo tener que aguantarme? – me preguntó acercándose a mí para observar  justo lo que había en la estantería que estaba limpiando.
- Bueno, ¿qué quieres? – pregunté poniéndome en jarras con el plumero todavía en la mano.
- Ya te lo he dicho antes, quiero hacer un regalo.
- Bien, ¿en qué has pensado? – me dirigí al mostrador y me coloqué detrás para marcar las distancias, porque estar tan cerca de él aumentaba mi pulso y mi corazón se agitaba hasta el punto que creía me daría un infarto.
- No lo sé, ¿me aconsejas?
Uy, eso no me lo esperaba, ¿podría irme peor la mañana que encima ahora me tocaba aconsejar al chico de quien estaba pillada para que le comprara un regalo a su novia?
- Pues… no sé, las joyas son algo muy personal. Yo, si no conozco a la chica no sé qué podría gustarle. Además, depende de cuánto tiempo llevéis juntos, porque si lleváis poco y te gastas mucho la puedes asustar. – le dije, con toda la intención de averiguar su vida personal.
- Podría decirse que llevamos juntos muchos años, pero en realidad nunca le he comprado nada.
Lo miré escéptica y se apoyó sobre el mostrador, acercando su cabeza hacia mí como si me fuera a contar un secreto. Um, qué a gusto le habría cogido de esos pómulos marcados y habría arrastrado su boca hasta la mía.
- Pequeñaja, en realidad no hemos intimado nunca.
- ¿Que no habéis qué?
- Que no somos novios. Es solo una amiga muy especial que me gustaría que fuera algo más.
- O sea, que has quedado con ella como amiga y lo que le regales le tiene que demostrar que en realidad no la quieres solo como amiga sino como… ¿follamiga?
- No, Esther, le quiero demostrar que la quiero de verdad.
- Entonces ¿puede ser que Robert Blanes se haya enamorado? ¿Ya no eres un chico sin corazón? – lo decía por el nombre del grupo, claro.
- Seré un chico sin corazón mientras la banda dure, pero solo musicalmente. En la realidad, soy muy enamoradizo, y a esta chica la amo desde el primer día que la vi.
Una punzada me aguijoneó en toda la tripa. Nunca lo había escuchado hablar así de ninguna chica y sentí tantos celos hacía esa “amiga” de quien no había escuchado hablar nunca que me dieron ganas de llorar. Pero tenía que ser fuerte, ¿qué esperaba? ¿No estaba Robert completamente vetado en mi vida? Pues él tendría que hacer la suya ¿no? Que yo estuviera sola en San Valentín y que estuviera cada vez más deprimida porque llevara media mañana vendiendo joyas a hombres, chicos ¡e incluso a adolescentes! para sus novias y mujeres, no me daba derecho a querer que Robert también estuviera solo ese día.
- Mira, podrías regalarle unos pendientes -  dije sacando una caja rectangular de uno de los cajones.
- Yo había pensado más bien en… un anillo.
- ¿Qué quieres, asustarla y que te mande a paseo antes de empezar? Un anillo es para cuando le pidas matrimonio.
- No veo por qué, un anillo es de las joyas más bonitas que existen, es algo que llevas siempre puesto porque te acostumbras a llevarlo y no molesta, no te lo estás cambiando como los pendientes, collares, etc.
Lo miré angustiada. Para mí, que le regalara un anillo a una chica significaba mucho, por más que él dijera lo contrario. Aun así, fui fuerte y saqué la caja, la abrí y se la mostré sin demasiado entusiasmo.
- Me gusta este, ¿y a ti? – me preguntó.
- Te tiene que gustar a ti.
- En serio, Esther, así no me ayudas.
Hice un esfuerzo y miré la sortija que me mostraba. Era un solitario de oro blanco de 0.09 quilates y un diamante de 0,03. Costaba casi doscientos euros, y eso que estábamos de promoción por ser un día “tan especial”. Tragué saliva y le dije que me gustaba mucho con la poca voz que me salió.
- ¿Me permites? – me preguntó, cogiendo mi mano cuidadosamente para colocar el anillo en mi dedo anular. – Perfecto.
- Sí, es precioso, estoy segura de que le encantará. – cada vez estaba más enfadada y no entendía por qué me molestaba tanto que se gastara esa pasta en alguien. Pero si hasta mi hermano salía con una de las coristas de Heartless guys desde hacía más de dos años. No tenía que importarme que Robert quisiera tener novia además, estaba segura de que en las giras no le faltaba compañía, y eso no era de mi incumbencia.
- Bien pues, me lo llevo. – dijo sacándome el anillo con tanta suavidad que creí derretirme encima del mostrador. Y no solo eso, lo peor fue que el muy cretino me miraba fijamente a los ojos como si estuviera buscando algo en los míos, tal vez me estaba provocando una vez más para reírse de mí, pero yo no pensaba darle ese gusto e hice lo mismo, lo miré a sus verdes ojos y aguanté todo lo que pude.
- Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida. – me dijo de pronto.
Genial, había roto el hielo y ahora ya podía dejar de mirarle, así que rompí a reír.
- ¿Te parece gracioso?
- No, lo que me parece gracioso es que tengas tanta jeta. ¿Te lo envuelvo para regalo? – pregunté levantando la diminuta cajita para que se diera cuenta de que tenía una chica a la que quería conquistar con la sortija.
- Valep.
Notaba cómo me observaba mientras lo envolvía y traté de hacerlo lo más rápido que pude. No podía soportar estar tanto tiempo a solas con él. Cuando iba a mi casa por lo menos estaba siempre mi hermano y era con él con quien estaba. Yo simplemente era una más que vivía también allí, y nos hacíamos caso por compromiso y educación. Sí es cierto que alguna vez me había desahogado con él cuando me había dejado algún chico pero eso no quería decir que fuera mi amigo. Simplemente, yo llegaba a casa con lágrimas en los ojos sin creer por qué me había dejado el chico en cuestión sin motivo aparente, y Robert, que estaba en mi casa, se preocupaba por mí y me preguntaba. Pero nada más.
- ¿Vendrás al concierto esta noche? – me preguntó antes de irse.
- ¿El concierto? – contesté como si lo hubiera olvidado.
Robert movió la cabeza a ambos lados y sacó unas papeletas del bolsillo de su cazadora de cuero.
- Como imagino que con lo despistado que es tu hermano no te habrá conseguido entradas. – dijo dejando cuatro entradas sobre el mostrador – Para que vengas con tus amigas.
- Gracias, pero no sé si tienen otros planes.
- ¿En serio? – me sonrió antes de salir por la puerta y no esperó a que contestara.
Cuando por fin me quedé sola, me senté en una silla y suspiré profundamente. Para mis amigas yo era la envidia de todas porque mi hermano tocaba en la Heartless guys y era el mejor amigo del guapísimo cantante, pero ellas no sabían lo mal que lo pasaba yo por tenerlo siempre tan cerca sin poder llegar a nada.
A mediodía mi amiga Rocío vino a comer conmigo al centro comercial, como acostumbraba hacer cuando le daba por salir de compras. Se volvió loca cuando le dije que tenía entradas para el concierto de mi hermano pero yo no estaba segura de querer ir. No quería presenciar cuando Robert le entregara el anillo a su futura novia y había sopesado alejarme de él porque me había dado cuenta de que cuanto más cerca estuviera, cada vez lo desearía más, me enamoraría más, y prefería poner tierra de por medio. Sí, me presentaría a algún casting en algún programa musical de la televisión y si con un poco de suerte me cogían, pasaría meses fuera de casa, puede que más.
Estábamos comiendo cuando la Heartless guys  casi al completo apareció por el restaurante.
- ¿Molestamos? – preguntó Robert, sentándose al lado de Rocío. Noté cómo se puso nerviosa y no pude evitar sentir una mezcla de celos y risa.
- No, claro que no. Solo trataba de tener una conversación íntima con mi amiga. – dije con sarcasmo.
Rocío me miró con los ojos abiertos como platos pero yo la ignoré.
- ¿Qué hacéis aquí? – pregunté.
Mi hermano se sentó a mi lado con su novia al otro costado y las otras dos coristas entre la susodicha y Robert. Me pregunté si sería alguna de ellas la afortunada que esa noche recibiría la sortija y traté de quitármelo de la cabeza porque me dolía pensarlo.
- A tu hermano se le ha roto una baqueta y hemos tenido que venir a comprar para esta noche.
- ¿Y no tenías de repuesto? – le pregunté.
- Tenía, pero se me han ido rompiendo y nunca me acordaba de reponer.
- Os hemos visto desde fuera y hemos pensado tomar café con vosotras mientras hacemos tiempo a que habrán la tienda. – dijo Robert.
- Las tiendas del centro comercial no cierran en todo el día. – dije levantando las manos.
- Entonces ¿por qué tu joyería está cerrada?
- Pues porque yo tengo que comer, soy la única que atiende porque mi jefe pasa de trabajar los sábados.
- Oh, qué manera de aprovecharse de los empleados. – dijo Yolanda, una de las coristas.
- Ya, bueno, es lo que hay. – dije, mirándola de arriba debajo de nuevo sospechando si sería ella la amiga de Robert.
Estuvieron con nosotras durante veinte minutos, tanto que no pude hablar con Rocío de nada más porque tenía que volver a abrir la joyería.
- Esther, te espero esta noche en el concierto. – me dijo Robert antes de marcharse.
- En serio, Robert, no sé si iré. Cierro la tienda a las diez y el concierto es a las doce así que apenas tendré tiempo de llegar a casa, ducharme y arreglarme. No me apetece correr para ver un concierto que ya he escuchado miles de veces en casa.
- Pequeñaja, que sepas, que si no vienes me decepcionarás. – y me lo dijo tan serio que no pude más que decirle que allí estaría.
Rocío empezó a aplaudir ante mi afirmación y le aseguró que aunque fuera a rastras me llevaría al concierto.
- Claro, como tú no tienes que trabajar. – le dije a mi amiga por lo bajini.
- ¿En serio que es por eso?
Pero la ignoré. No obstante, cuando mi amiga terminó el recorrido por todas las tiendas de moda y arrambló con todo lo que le apeteció, se pasó por la joyería cargada de bolsas.
- ¿Me vas a contar por qué no querías ir al concierto de esta noche?
- Por nada, ya se lo he dicho a Robert, porque estaré cansada.
- Ni de coña, bonita. Salimos de fiesta todos los sábados y no te quejas por haber trabajado.
- Ya pero salgo de aquí sin prisas y acudo a donde estéis tú y las demás, no es lo mismo. Además, es que hoy no estoy de humor.
- Pequeñaja, yo tampoco tengo pareja y no pasa nada, ¿no te apetece que nos montemos un mano a mano en el concierto?
- ¿Tú también? – pregunté refiriéndome al calificativo con el que me acababa de llamar.
- Esther, yo creo que esto no es porque estés sola, creo que hay algo más que no me cuentas pero que no hace falta porque es evidente.
- ¿A qué te refieres? – le pregunté haciéndome la ingenua.
- A que estás loca por Robert, pero si te sirve de consuelo, ya somos una millonada de chicas que lo estamos jajajaja.
- ¿Tú también? – volví a preguntar, esta vez refiriéndome a algo peor.
- No, yo no, porque desde el primer día me di cuenta de lo que sentías por él y lo veté como tío que posiblemente se liará con mi amiga.
- ¡Qué va! Eso nunca pasará, es el mejor amigo de mi hermano y seguramente me debe querer como la hermana que nunca tuvo. El pobre como no tiene familia pasa más tiempo en mi casa que en la suya y yo creo que quiere a mis padres como si fueran los suyos ¿te das cuenta? ¡Es horrible!
Los padres de Robert habían muerto ambos por culpa de un infarto, primero el padre, cuatro años después la madre, dejándolo solo puesto que no tenía ni abuelos, ni tíos porque tanto uno como otro eran hijos únicos, ni más familia que un Golden retriever que murió hace dos años, dejando completamente solo al cantante. Robert quería a mis padres con locura y ahora que me daba cuenta de que mis sentimientos hacia él se estaban descontrolando, no me pareció que fuera nada bueno.
A punto estaba de cerrar la joyería cuando sonó mi móvil.
“Por favor, no faltes al concierto”, me decía el mismísimo Robert.
Me quedé paralizada. ¿Desde cuándo le importaba a él tanto que yo fuera a uno de sus conciertos? Y es más, ¿desde cuándo me pedía las cosas por favor? Sacudí la cabeza como quien despierta de una ensoñación y me dispuse a escribir: “Sí bwana”.
Dos horas después estaba junto con Rocyo y dos amigas más que se habían apuntado, en la zona Vip del estadio de Fútbol Olímpic, esperando a que el concierto empezara. Me había duchado deprisa, me había retocado el maquillaje, colocado unos vaqueros ajustados negros y una blusa de organza roja, las botas altas y la chupa de piel negra, y había salido de casa aún con mi larguísima melena húmeda.
Mi hermano me había dicho que dijera que íbamos de su parte y que directamente nos conducirían a la zona Vip, y así lo hicieron, haciendo que por primera vez en el día me sintiera contenta al ver a mis amigas tan felices. Pusieron música de fondo mientras los músicos se preparaban y mis amigas y yo empezamos con el primer cubata de la noche, bailando animosamente. Ninguna teníamos novio en realidad, y me sentí una idiota por lo mal que lo había pasado durante todo el día por haber hecho un mundo de una tontería.
Empezó el concierto y mis amigas a chillar. Solía llegar con la garganta afónica de tanto gritar “Robert tío bueno”, a sabiendas de que era el único momento en el que lo podía decir puesto que ni me veía ni me oía.
Pero a la cuarta canción, algo se iluminó en nuestra zona y empezó a buscar a alguien. Mis amigas y yo, que ya habíamos tomado dos cubatas, empezamos a reírnos bromeando sobre a quién de las cuatro estaría buscando el foco.
- Esta noche es una noche muy especial. – oí que empezó a decir Robert a su público – Veo el estadio lleno de parejas de enamorados, amigos, amantes, hermanos… amooooorr, sí señor.
El público aplaudía, saltaba y gritaba al ritmo de Heartlees guys, Robert Blanes más bueno que los panes, incluso Carlos el batería quiero ser tu tía. Mis amigas y yo moríamos de la risa, y conseguí olvidar el desagradable día de enamorados que había tenido.
- Y como es el día de San Valentín, es una noche muy especial. Esta noche… - Robert estaba agitado por el directo y el calor, e iba parando a descansar la voz haciendo que las chicas gritaran más y más – Esta noche quiero brindar la oportunidad a una persona muy especial, de hacer que uno de sus sueños se hagan realidad.
Me quedé mirándolo con los ojos abiertos como platos. Mi hermano no me había comentado que pensaran hacer nada esa noche que se saliera de lo común así que me pilló por sorpresa como a cualquier fan.
- Así que Esther, si eres tan amable de venir al escenario – de pronto el foco dichoso se clavó sobre mi cabeza haciendo que toda yo quedara iluminada y un calor abrasador me recorrió el cuerpo ante la vergüenza de saber que miles de personas estaban fijando sus ojos en mí – Me gustaría que cantaras la siguiente canción con nosotros.
Giré la cabeza a ambos lados, petrificada como estaba en el sitio.
- Vamos. – me instó mi amiga Sandra.
- ¿Qué? ¡No!
- Vamos. – dijeron las tres a la vez, cogiéndome de los brazos para que avanzara. Sabía que evitarlo sería quedar como una adolescente pero ¿en serio iba a subir a un escenario ante tanto público? Ni pensarlo. Así que me resistí.
- Esther, por favor, ¿serías tan amable de venir a cantar con nosotros? – repitió Robert, para desasosiego mío.
Entonces, el público empezó a vitorear “Estheer, Estheer, Estheer” y yo decidí que o iba o cuanta más expectación creara sería peor.
Subí al escenario ayudada por dos guardias de seguridad y cuando estuve frente a Robert le dije, a sabiendas de que como no llevaba puesto el micro solo me oiría él.
- ¿De qué vas? No sé qué pretendes con esta jugarreta pero yo no me sé vuestras canciones.
- ¿A quién quieres engañar, pequeñaja? Te he escuchado cantar miles de veces, y te he escuchado cantar nuestras canciones. – me dijo sonriéndome nuevamente de una manera escalofriante y sexy.
Antes de que me diera cuenta tenía un micrófono en mis manos y a un Robert susurrándome al oído:
- Vamos a cantar “Cuando te vi por primera vez”.
Mierda, esa era mi preferida. Me debía de haber escuchado cantarla sin que yo me diera cuenta, y me sentí como un niño a quien pillan comiendo chuches.
Mi hermano dio el comienzo de la canción y la música empezó a sonar. Robert me cogió una mano y se acercó el micro a sus gruesos y sonrosados labios, mirándome a los ojos como si me estuviera dedicando a mí la letra de la canción. Tuve que hacer un esfuerzo para mentalizarme de que todo aquello era puro teatro y que mi medio hermano solo quería dedicarme una canción porque sabía lo que odiaba el día de San Valentín y lo mal que lo había pasado. Seguramente aquello era una forma de agradecerme la ayuda de esa mañana.
Cantamos juntos la canción y cuando terminó yo hice el intento de bajar del escenario, pero él me cogió del brazo y me lo impidió.
- Quédate con las chicas y haznos los coros.- me dijo.
- Robert, mis amigas.
- ¿Me vas a decir que no te apetece? ¿En serio?
La verdad es que había disfrutado como una enana cantando sobre el escenario, con los focos dándonos, con el público gritando como loco, con Robert a mi lado. Hacerles los coros era lo mejor que me podía pasar esa noche, así que me uní al trío con una sonrisa de oreja a oreja.
Terminó el concierto y yo estaba eufórica. Había sido alucinante, excitante, asombroso, y me sentía tan a gusto que olvidé que el amor de mi vida estaba enamorado de otra.
Bajamos del escenario y sentí una mano cogiéndome el brazo y arrastrándome por entre maletas de instrumentos, camiones y cableados hasta que llegamos a un lugar íntimo en el que nadie nos podía ver. Como estaba tan entusiasmada por el concierto, no me planteé qué querría el mejor amigo de mi hermano, ese para quien yo era como una hermana, de mí.
- Pequeñaja yo… quería decirte que la canción que hemos cantado juntos no la he elegido al azar. – empezó a decir, todavía agitado por la actuación – Cuando te vi por primera vez, me pareció que eras la chica más bonita que había visto en mi vida. – tarareó.
- Oh. – se me quedó la boca seca y apenas pude decir nada, ya que además no me creía lo que estaba pasando en ese momento, más bien parecía otra de sus bromas. Pero cuando Robert metió una mano en el bolsillo de su cazadora de cuero y sacó la cajita que yo misma había envuelto esa mañana, mi corazón empezó a palpitar con tanta fuerza que creí que se saldría de mi pecho.
- Llevo años diciéndome que eres la hermana de Carlos y que lo mejor es que seamos solo amigos, pero ya no puedo aguantar más. Esther, te amo desde el día en que te vi por primera vez y quiero, si tú sientes algo por mí, si te gusto aunque sea un poco, que me des la oportunidad de demostrártelo. – y poniéndose de rodillas, tras lo cual yo ya no sabía si mi cuerpo estaba allí o si ya me había desplomado al suelo, pues estaba tan nerviosa que no me sentía las piernas; tendió la cajita hacia mí y continuó – Pequeñaja, ¿te gustaría salir conmigo al cine, a cenar, o donde te apetezca, los dos solos?
- Yo… pero… ¿y si no sale bien? ¿Mi hermano?
- ¿Qué pasa con tu hermano? Ya te digo que yo le di vueltas por si a él le molestaba que tú y yo fuéramos novios, por si se sentía desplazado, pero hemos estado hablando y me ha dicho que no hay un hombre en la tierra que le parezca más adecuado para ti que yo. Además de que dice estar seguro de que estás loca por mí – esto último lo dijo con una de esas sonrisas suyas que me hacían perder el sentido, por si fuera poco.
- Ya pero, ¿y si no sale bien? ¿Qué pasará entonces con Carlos? ¿Seguirías siendo su amigo, yendo a mi casa tan a menudo?
- Bueno, lo de ir a tu casa asiduamente la verdad es que lo he estado haciendo todos estos años solo por verte a ti.
- ¿En serio?
- ¿Acaso no te dabas cuenta de lo que sentía? Estoy enamorado de ti desde siempre, Esther, es increíble que no lo notaras.
- No, no me di cuenta. Como siempre te estabas metiendo conmigo…
- Eso era para provocarte, porque me encantaba como te ponías a la defensiva o tratabas de evitarme; y también para crear cierta distancia entre nosotros. Pero como te digo, no puedo seguir lejos de ti, te quiero.
- Pero… yo… no sé si recuerdas que los novios no me suelen durar demasiado. Me da miedo que salgamos juntos, que intimemos, como decías tú esta mañana – al decir esto fue cuando por fin me di cuenta de que era yo la chica de la que me había estado hablando y de quien me había estado preocupando todo el día, ¿cómo no me había dado cuenta con tanta indirecta? – Si sale mal seguramente no seamos ni amigos después, como suele pasar. No me apetece seguir viéndote por mi casa si hemos acabado mal, saber que sigues formando parte de mi familia y yo no tener ganas de dirigirte la palabra. Tú, te vas de gira y pasaremos mucho tiempo separados; yo, estaré siempre pensando en lo peor, en que tienes miles de chicas locas por ti y que tú puedes elegir y disponer de cualquiera cuando te apetezca. Robert, claro que me gustas, me muero por ti, pero creo que no deberíamos dar un paso adelante.
- Pequeñaja, para empezar, no pienso irme de gira ni a ningún sitio sin ti. Quiero que dejes la joyería y seas un miembro más de los Heartless guys, que vengas con nosotros a las giras, a todo. No pienso despegarme de ti, eso que te quede claro.
- Pero yo, no creo que pueda…
- No acepto un no por respuesta - ¿a quién quería engañar? Era el sueño de mi vida, me moría por pertenecer al grupo y cada vez estaba más feliz esa noche - Y en segundo lugar, que te hayan durado poco los noviazgos durante los últimos años en parte ha sido por mi culpa.
- ¿Cómo? – pregunté frunciendo el ceño, pues no entendía nada.
- Oh, pequeñaja, no sabes lo fácil que es romper una relación cuando se trata de mí: una cierta mirada, un ligero movimiento, cualquier detalle que le hiciera suponer a mi adversario que entre tú y yo había algo era suficiente para crear la duda, la inseguridad, y zas. Cariño, no soportaba que llegara San Valentín y verte con alguien que no fuera yo.
- Pero ¡tú si has estado con chicas!!! – le grité exasperada al tiempo que levantaba la mano para darle un bofetón.
Pero Robert la cogió al vuelo, la pasó por detrás de mi espalda, y aprisionándome contra una pared, acercó su caliente cuerpo hasta mí y me susurró en el oído:
- Ninguna ha significado nunca nada para ti, solo te he amado a ti, pequeñaja. – y colocó sus labios sobre los míos con tanta ternura, que todo mi enfado desapareció, mi cuerpo se relajó, mi entrepierna se humedeció, mi estómago sintió un cosquilleó y mi corazón una felicidad como nunca antes. Entonces lo cogí de la cintura de la mano que tenía libre, agarré su culito respingón, y lo apreté hasta mí, haciendo que su erección tocara mi entrepierna – Te amo. – gimió.

- Y yo estoy loca por ti, desde el día en que te conocí.

1 comentario:

  1. Me ha encantado este relato incluso se puede decir que me he quedado con mas ganas de saber de esta historia jajajaj. ¿ Sabes? porque no me canso nunca de leer lo que escribes Cristina. Estoy deseando leer lo siguiente que escribas con tu pluma....

    ResponderEliminar