Relato
creado para la antología “Bajo el hechizo de Cupido”
Dedicado a mi madre, la mujer más fuerte y
generosa,
que me enseñó a luchar en la vida y a
valorar lo realmente importante.
Te echo de menos cada día mamá, pero sé
siempre estarás conmigo.
Te quiero
“Maldito
San Valentín”, me dije esa mañana cuando sonó el despertador. Me incorporé en
la cama malhumorada, me restregué los ojos quitándome las legañas y me dije que
debía hacerme el ánimo y levantarme para ir a trabajar, justo uno de los días
en los que más faena había en la joyería. ¿Por qué la gente esperaba al último
momento para hacer las compras? Y ¿por qué yo nunca llegaba a San Valentín con
pareja? Durante mis veinticinco años de vida, había salido con muchos chicos,
pero la relación más larga que había tenido me había durado diez meses, de
marzo a diciembre, y ni regalo de Navidad, puesto que terminó antes. Y no es que
me importaran los regalos. Lo que me molestaba era estar sin pareja en las
fechas en las que me daba la sensación de que todo el mundo lo estaba. Me
sentía el bicho raro, como si no fuera digna de que alguien me quisiera o no lo
mereciera por cualquier cosa que hubiera hecho en otra vida. Porque en esta, me
consideraba una buena persona, no podía ser que tuviera tan mala suerte en el
amor una chica que siempre se brindaba a ayudar a los demás: en el instituto
pasaba los apuntes a las amigas que se pelaban las clases a sabiendas de que yo
les salvaría el cuello; ayudaba a las ancianitas a cruzar la calle, era
solidaria y colaboraba en varias ong’s; era generosa, nunca le había dado
problemas a mis padres y aunque no quise estudiar una carrera (aunque sí tenía
el título de músico), encontré trabajo muy joven y lo mantenía, que pocas
personas podían decir lo mismo a su edad. ¿Por qué entonces no encontraba el
amor?
Bajé
las escaleras a trompicones porque todavía iba medio grogui. ¡Cómo odiaba
trabajar los sábados! Y más, ese sábado en cuestión, en el que la joyería
estaría decorada con globos con forma de corazón y Cupidos que me estarían
recordando todo el santo día mi desgracia.
Me
sorprendí al escuchar jaleo en el comedor y me acerqué curiosa.
Mierda,
el amor de mi vida, el hombre más guapo, sexy y excitante que había visto
jamás, el mejor amigo de mi hermano Carlos estaba allí jugando a la Xbox con
él. Como creí que no se habían dado cuenta de mi presencia, me di media vuelta
camino de la cocina, sería horrible que Robert me viera así. Pero no había dado
más que un paso cuando el impertinente de mi hermano mayor me llamó e hizo que
me diera la vuelta.
-
Pequeñaja, ¿espiándonos?
-
¡Qué más quisieras! – emití con ese sonido de recién levantada que es lo primero
que dice en la mañana. Por dios, la cosa no podía ir peor. Volví a girarme pero
entonces fue Robert quien hizo que me parara.
-
¿No piensas saludar a tu invitado? – me preguntó.
-
Tú no eres un invitado, tú parece que vivas aquí. – dije, girando la cabeza
pero sin mover los pies del sitio.
Cuando
me miró con sus ojos verdes y giró la boca de medio lado emitiendo una sonrisa
casi imperceptible, creí morir. ¿Cómo podía estar tan bueno? Es más, ¿cómo
podía haber un tío así todos los días en mi casa y que yo no me tirara encima?
-
¿Dónde vas? – me preguntó.
Mi
hermano seguía con el mando enzarzado en el juego ignorándonos y yo quería irme
de allí cuanto antes para ponerme decente pero al parecer, Robert se había dado
cuenta de lo incómoda que estaba y se estaba regodeando de la situación.
-
¿Tú qué crees? Voy a desayunar y después a currar.
-
¿Trabajas hoy?
-
¿Eres idiota o qué? Como si no lo supieras. – y al ver que se partía de risa,
no quise ser más su fuente de distracción y me largué de allí, sintiéndome una
cría que no sabe qué hacer ante su amor platónico. Parecía mentira que tuviera
veinticinco años. Ante él, me comportaba como una adolescente insegura a la que
le gusta un chico y no quiere que lo sepa. Y no es porque tuviera problemas
para tener al tipo que quisiera. Que no me duraran las relaciones no quería
decir que no ligara. Ligaba, y mucho. El problema es que tenía muy claro que
Robert estaba vetado. Siendo el mejor amigo de mi hermano sabía que intentar
algo con él sería una locura porque con mi historial de noviazgos, estaba claro
que lo nuestro estaría destinado a un inminente final, ¿y después qué?
¿Seguiría viniendo a mi casa cada día como si tal cosa? ¿O perdería la relación
con mi hermano por mi culpa? No estaba dispuesta a eso. Carlos era un hombre
demasiado introvertido y Robert le había brindado su amistad desde el primer
día. Cuando mi hermano llegó a la banda de Robert para la prueba que llevaba
semanas pensándose hacer, el cantante de Heartless
guys lo recibió como si lo conociera de toda la vida, haciendo que sus
miedos desaparecieran y tocara la batería como nunca lo había hecho. Robert
tuvo muy claro desde que vio a mi hermano coger sus baquetas, que él era el
quinto miembro de su grupo, y desde el primer día se hicieron uña y carne.
Nunca olvidaré lo emocionado que estaba Carlos cuando esa misma noche llegó a
casa y me presentó a su nuevo compañero de banda. Me quedé petrificada al ver
al mismísimo cantante de los Heartless
guys en mi propia casa y bueno, cuando se lo conté a mis amigas del
instituto y se corrió la voz, fui la envidia de todas las chicas durante meses.
Además de la banda, la afición de Roberto y Carlos por las videoconsolas y la
falta de familia del cantante habían hecho que se pasara las tardes que tenían
libres en mi casa y yo no podía permitir ni que uno perdiera lo que empezaba a
considerar como su familia, ni que el otro perdiera el único buen amigo que
había tenido en su vida solo porque cada vez que viera a ese chico se me
humedecieran las braguitas.
-
¿Me preparas algo a mí? – escuché que me decía desde el comedor.
“Pero
¡tendrá morro!”, pensé. “Si quiere algo, que levante el culo y que se lo haga
él, como si yo no tuviera el tiempo justo para hacerme lo mío, arreglarme y…” Y
pensando en el jeta de Robert, me giré tras coger el azúcar de un armario y
choqué mi nariz contra su pecho, haciendo que el azúcar se derramara por su
camiseta. Umm, qué bien olíiiiiaaaaa.
-
Te decía… - empezó a decir, quitándome el azucarero de mi mano temblorosa con
una mano mientras con la otra se espolsaba
– si me podrías preparar algo a
mí. ¿Te pongo nerviosa?
-
Ja, me has asustado. No te esperaba a mi espalda. – dije dándome la vuelta
porque no podía mirarlo a los ojos, tan cerca, sin ponerme a sudar como una
cerdita.
-
No me gusta que me ignoren, pequeñaja. – le había cogido el gusto a llamarme
como lo hacía mi hermano, y en su boca no me sonaba tan crispante.
-
No te estoy ignorando y lo sabes, es solo que tengo prisa. – le contesté
mientras me echaba el azúcar en mi café con leche.
-
Igual luego me paso a verte.
-
¿A la joyería? – pregunté, nerviosa, porque no se me ocurría para qué tendría
que ir a verme allí.
-
Sí, tengo que comprar algo.
Mierda.
Eso significaba que tenía novia, y no lo sabía. Normalmente me enteraba cada
vez que salía con alguien, bien porque mi hermano me solía contar su vida como
si se tratase de un libro abierto, bien porque la llevaba a mi casa o bien
porque salía en la prensa rosa. El caso es que de una manera u otra yo sabía
cuando el cantante Robert Blanes estaba pillado, y en esta ocasión me había
pillado a mí, pero por sorpresa.
-
Bien, pues allí estaré. – dije intentando que mi voz sonara a indiferencia.
Cuando
me fui de casa dejando a mi hermano junto con su amigo frente a la consola, no
pude sentir otra cosa que envidia. Sabía que esa noche yo estaría libre y
serían ellos lo que les tocaría currar, pero es que era tan diferente el
trabajo de cada uno. A ellos al menos les gustaba su trabajo. Yo, en cambio,
pese a que estaba muy a gusto en la joyería, mi jefe era un encanto y no
cobraba mal, para como estaban los sueldos, no era lo que más me llenaba en la
vida. Envidiaba a mi hermano porque había entrado en el grupo de Robert, pero más envidiaba a las
chicas que iban con ellos a las giras haciéndoles los coros. Yo sabía que
cantaba bien, tanto mi hermano como yo habíamos ido de críos al conservatorio y
teníamos la carrera terminada, él como percusionista y yo como pianista; pero
yo tenía muy claro que tocar el piano no me serviría como profesión así que lo
dejé y olvidé tanto, que a veces me sentaba de cara a las teclas y ni se me
ocurría qué tocar. Sin embargo cantar era mi pasión, y me había resignado a
hacerlo cuando nadie me escuchaba, en la ducha como todo el mundo o en la
joyería cuando no había nadie.
Llegué
al centro comercial echando pestes de cómo estaba el tráfico. Menos mal que
abría yo y que mi jefe los sábados no solía aparecer, daba igual que me
retrasara diez minutos. La cola para comprar lotería por el día de San Valentín
era inmensa, ¿es que la gente se había vuelto loca o qué? Moví la cabeza a
ambos lados pensando en lo mal que estaba la gente y mi pulso empezó a temblar
cuando vi la puerta de la joyería abierta. La que me iba a caer encima.
-
Hola Esther, buenos días tardona. Espero que no siempre llegues a estas horas
¿no? A ver si como a primera hora yo no suelo estar aprovechas para abrir
cuando te da la gana.
-
Ho… hola Joseph, lo siento pero es que había un tráfico de buena mañana… Pero
te aseguro que siempre abro puntual.
-
Eso espero, preciosa. Venga, pasa un poco el polvo por los escaparates que si
no te lo digo yo…
¿Había
dicho que mi jefe era un encanto? No sé, tal vez no lo era tanto, y eso me hizo
recordar lo frustrada que me sentía.
-
Por cierto, ¿cómo es que has venido un sábado y a esta hora? – me atreví a
preguntar.
-
Encargué una pulsera para mi mujer y hasta hoy a primera hora no la traían.
Mira. – dice, mostrándome una pulsera trenzada de oro blando y veintidós
diamantes. El tipo estaba podrido en dinero y se permitía derrochar en una
pulsera la mitad de lo que me pagaba a mí en nómina. ¿Y todavía se quejaba
cuando le pedía que me subiera el sueldo alegando que con la crisis me pagaba
demasiado?
-
Es preciosa. – dije educadamente y fingiéndome maravillada por la exquisitez de
la joya cuando en realidad estaba pensando “cretino ya podrías gastarte menos
en regalitos para tu mujer y ayudar a quien lo necesita” .
Por
suerte, Joseph tardó poco en desaparecer dejándome a mí al cargo con todo, y me
quedé tranquila, porque sola era como mejor hacía mi trabajo y como más a gusto
me sentía.
Dos
horas después, cuando había hecho casi quinientos euros de caja, volvió a sonar
la campanita de la puerta anunciando que alguien entraba y mis piernas
empezaron a temblar.
- Vaya, cuanto tiempo sin verte. – ironicé.
-
¿Me echabas de menos? – me preguntó con una sonrisa que si llego a tener hipo
en ese momento, por seguro que me lo quita.
-
¿Dónde te has dejado a tu perrito faldero? – me refería a mi hermano, claro
está.
Robert
empezó a reírse y yo cogí el plumero, pues desde que mi jefe me había dicho que
quitara el polvo, aún no lo había hecho, y empecé a pasarlo por la estantería
para disimular mi nerviosismo.
-
Desde luego, mira que eres mala con tu hermano, pequeñaja.
-
¿Acaso no lo es también él conmigo? Si él no me llamara así, tú tampoco lo
harías, y sin embargo no tengo bastante con aguantar a uno, que además también
te tengo que aguantar a ti. – fingí estar enfadada.
-
¿Ah, sí? ¿Te supone un gran esfuerzo tener que aguantarme? – me preguntó
acercándose a mí para observar justo lo
que había en la estantería que estaba limpiando.
-
Bueno, ¿qué quieres? – pregunté poniéndome en jarras con el plumero todavía en
la mano.
-
Ya te lo he dicho antes, quiero hacer un regalo.
-
Bien, ¿en qué has pensado? – me dirigí al mostrador y me coloqué detrás para
marcar las distancias, porque estar tan cerca de él aumentaba mi pulso y mi
corazón se agitaba hasta el punto que creía me daría un infarto.
-
No lo sé, ¿me aconsejas?
Uy,
eso no me lo esperaba, ¿podría irme peor la mañana que encima ahora me tocaba
aconsejar al chico de quien estaba pillada para que le comprara un regalo a su
novia?
-
Pues… no sé, las joyas son algo muy personal. Yo, si no conozco a la chica no
sé qué podría gustarle. Además, depende de cuánto tiempo llevéis juntos, porque
si lleváis poco y te gastas mucho la puedes asustar. – le dije, con toda la
intención de averiguar su vida personal.
-
Podría decirse que llevamos juntos muchos años, pero en realidad nunca le he
comprado nada.
Lo
miré escéptica y se apoyó sobre el mostrador, acercando su cabeza hacia mí como
si me fuera a contar un secreto. Um, qué a gusto le habría cogido de esos
pómulos marcados y habría arrastrado su boca hasta la mía.
-
Pequeñaja, en realidad no hemos intimado nunca.
-
¿Que no habéis qué?
-
Que no somos novios. Es solo una amiga muy especial que me gustaría que fuera
algo más.
-
O sea, que has quedado con ella como amiga y lo que le regales le tiene que
demostrar que en realidad no la quieres solo como amiga sino como… ¿follamiga?
-
No, Esther, le quiero demostrar que la quiero de verdad.
-
Entonces ¿puede ser que Robert Blanes se haya enamorado? ¿Ya no eres un chico
sin corazón? – lo decía por el nombre del grupo, claro.
-
Seré un chico sin corazón mientras la banda dure, pero solo musicalmente. En la
realidad, soy muy enamoradizo, y a esta chica la amo desde el primer día que la
vi.
Una
punzada me aguijoneó en toda la tripa. Nunca lo había escuchado hablar así de
ninguna chica y sentí tantos celos hacía esa “amiga” de quien no había
escuchado hablar nunca que me dieron ganas de llorar. Pero tenía que ser
fuerte, ¿qué esperaba? ¿No estaba Robert completamente vetado en mi vida? Pues
él tendría que hacer la suya ¿no? Que yo estuviera sola en San Valentín y que
estuviera cada vez más deprimida porque llevara media mañana vendiendo joyas a
hombres, chicos ¡e incluso a adolescentes! para sus novias y mujeres, no me
daba derecho a querer que Robert también estuviera solo ese día.
-
Mira, podrías regalarle unos pendientes -
dije sacando una caja rectangular de uno de los cajones.
-
Yo había pensado más bien en… un anillo.
-
¿Qué quieres, asustarla y que te mande a paseo antes de empezar? Un anillo es
para cuando le pidas matrimonio.
-
No veo por qué, un anillo es de las joyas más bonitas que existen, es algo que
llevas siempre puesto porque te acostumbras a llevarlo y no molesta, no te lo
estás cambiando como los pendientes, collares, etc.
Lo
miré angustiada. Para mí, que le regalara un anillo a una chica significaba
mucho, por más que él dijera lo contrario. Aun así, fui fuerte y saqué la caja,
la abrí y se la mostré sin demasiado entusiasmo.
-
Me gusta este, ¿y a ti? – me preguntó.
-
Te tiene que gustar a ti.
-
En serio, Esther, así no me ayudas.
Hice
un esfuerzo y miré la sortija que me mostraba. Era un solitario de oro blanco
de 0.09 quilates y un diamante de 0,03. Costaba casi doscientos euros, y eso
que estábamos de promoción por ser un día “tan especial”. Tragué saliva y le
dije que me gustaba mucho con la poca voz que me salió.
-
¿Me permites? – me preguntó, cogiendo mi mano cuidadosamente para colocar el
anillo en mi dedo anular. – Perfecto.
-
Sí, es precioso, estoy segura de que le encantará. – cada vez estaba más
enfadada y no entendía por qué me molestaba tanto que se gastara esa pasta en
alguien. Pero si hasta mi hermano salía con una de las coristas de Heartless guys desde hacía más de dos
años. No tenía que importarme que Robert quisiera tener novia además, estaba
segura de que en las giras no le faltaba compañía, y eso no era de mi
incumbencia.
-
Bien pues, me lo llevo. – dijo sacándome el anillo con tanta suavidad que creí
derretirme encima del mostrador. Y no solo eso, lo peor fue que el muy cretino
me miraba fijamente a los ojos como si estuviera buscando algo en los míos, tal
vez me estaba provocando una vez más para reírse de mí, pero yo no pensaba
darle ese gusto e hice lo mismo, lo miré a sus verdes ojos y aguanté todo lo
que pude.
-
Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida. – me dijo de pronto.
Genial,
había roto el hielo y ahora ya podía dejar de mirarle, así que rompí a reír.
-
¿Te parece gracioso?
-
No, lo que me parece gracioso es que tengas tanta jeta. ¿Te lo envuelvo para
regalo? – pregunté levantando la diminuta cajita para que se diera cuenta de
que tenía una chica a la que quería conquistar con la sortija.
-
Valep.
Notaba
cómo me observaba mientras lo envolvía y traté de hacerlo lo más rápido que
pude. No podía soportar estar tanto tiempo a solas con él. Cuando iba a mi casa
por lo menos estaba siempre mi hermano y era con él con quien estaba. Yo
simplemente era una más que vivía también allí, y nos hacíamos caso por
compromiso y educación. Sí es cierto que alguna vez me había desahogado con él
cuando me había dejado algún chico pero eso no quería decir que fuera mi amigo.
Simplemente, yo llegaba a casa con lágrimas en los ojos sin creer por qué me
había dejado el chico en cuestión sin motivo aparente, y Robert, que estaba en
mi casa, se preocupaba por mí y me preguntaba. Pero nada más.
-
¿Vendrás al concierto esta noche? – me preguntó antes de irse.
-
¿El concierto? – contesté como si lo hubiera olvidado.
Robert
movió la cabeza a ambos lados y sacó unas papeletas del bolsillo de su cazadora
de cuero.
-
Como imagino que con lo despistado que es tu hermano no te habrá conseguido
entradas. – dijo dejando cuatro entradas sobre el mostrador – Para que vengas
con tus amigas.
-
Gracias, pero no sé si tienen otros planes.
-
¿En serio? – me sonrió antes de salir por la puerta y no esperó a que
contestara.
Cuando
por fin me quedé sola, me senté en una silla y suspiré profundamente. Para mis
amigas yo era la envidia de todas porque mi hermano tocaba en la Heartless guys y era el mejor amigo del
guapísimo cantante, pero ellas no sabían lo mal que lo pasaba yo por tenerlo
siempre tan cerca sin poder llegar a nada.
A
mediodía mi amiga Rocío vino a comer conmigo al centro comercial, como
acostumbraba hacer cuando le daba por salir de compras. Se volvió loca cuando
le dije que tenía entradas para el concierto de mi hermano pero yo no estaba
segura de querer ir. No quería presenciar cuando Robert le entregara el anillo
a su futura novia y había sopesado alejarme de él porque me había dado cuenta
de que cuanto más cerca estuviera, cada vez lo desearía más, me enamoraría más,
y prefería poner tierra de por medio. Sí, me presentaría a algún casting en
algún programa musical de la televisión y si con un poco de suerte me cogían,
pasaría meses fuera de casa, puede que más.
Estábamos
comiendo cuando la Heartless guys casi al completo apareció por el restaurante.
-
¿Molestamos? – preguntó Robert, sentándose al lado de Rocío. Noté cómo se puso
nerviosa y no pude evitar sentir una mezcla de celos y risa.
-
No, claro que no. Solo trataba de tener una conversación íntima con mi amiga. –
dije con sarcasmo.
Rocío
me miró con los ojos abiertos como platos pero yo la ignoré.
-
¿Qué hacéis aquí? – pregunté.
Mi
hermano se sentó a mi lado con su novia al otro costado y las otras dos
coristas entre la susodicha y Robert. Me pregunté si sería alguna de ellas la
afortunada que esa noche recibiría la sortija y traté de quitármelo de la
cabeza porque me dolía pensarlo.
-
A tu hermano se le ha roto una baqueta y hemos tenido que venir a comprar para
esta noche.
-
¿Y no tenías de repuesto? – le pregunté.
-
Tenía, pero se me han ido rompiendo y nunca me acordaba de reponer.
-
Os hemos visto desde fuera y hemos pensado tomar café con vosotras mientras
hacemos tiempo a que habrán la tienda. – dijo Robert.
-
Las tiendas del centro comercial no cierran en todo el día. – dije levantando
las manos.
-
Entonces ¿por qué tu joyería está cerrada?
-
Pues porque yo tengo que comer, soy la única que atiende porque mi jefe pasa de
trabajar los sábados.
-
Oh, qué manera de aprovecharse de los empleados. – dijo Yolanda, una de las
coristas.
-
Ya, bueno, es lo que hay. – dije, mirándola de arriba debajo de nuevo
sospechando si sería ella la amiga de Robert.
Estuvieron
con nosotras durante veinte minutos, tanto que no pude hablar con Rocío de nada
más porque tenía que volver a abrir la joyería.
-
Esther, te espero esta noche en el concierto. – me dijo Robert antes de
marcharse.
-
En serio, Robert, no sé si iré. Cierro la tienda a las diez y el concierto es a
las doce así que apenas tendré tiempo de llegar a casa, ducharme y arreglarme.
No me apetece correr para ver un concierto que ya he escuchado miles de veces
en casa.
-
Pequeñaja, que sepas, que si no vienes me decepcionarás. – y me lo dijo tan
serio que no pude más que decirle que allí estaría.
Rocío
empezó a aplaudir ante mi afirmación y le aseguró que aunque fuera a rastras me
llevaría al concierto.
-
Claro, como tú no tienes que trabajar. – le dije a mi amiga por lo bajini.
-
¿En serio que es por eso?
Pero
la ignoré. No obstante, cuando mi amiga terminó el recorrido por todas las
tiendas de moda y arrambló con todo lo que le apeteció, se pasó por la joyería
cargada de bolsas.
-
¿Me vas a contar por qué no querías ir al concierto de esta noche?
-
Por nada, ya se lo he dicho a Robert, porque estaré cansada.
-
Ni de coña, bonita. Salimos de fiesta todos los sábados y no te quejas por
haber trabajado.
-
Ya pero salgo de aquí sin prisas y acudo a donde estéis tú y las demás, no es
lo mismo. Además, es que hoy no estoy de humor.
-
Pequeñaja, yo tampoco tengo pareja y no pasa nada, ¿no te apetece que nos
montemos un mano a mano en el concierto?
-
¿Tú también? – pregunté refiriéndome al calificativo con el que me acababa de
llamar.
-
Esther, yo creo que esto no es porque estés sola, creo que hay algo más que no
me cuentas pero que no hace falta porque es evidente.
-
¿A qué te refieres? – le pregunté haciéndome la ingenua.
-
A que estás loca por Robert, pero si te sirve de consuelo, ya somos una
millonada de chicas que lo estamos jajajaja.
-
¿Tú también? – volví a preguntar, esta vez refiriéndome a algo peor.
-
No, yo no, porque desde el primer día me di cuenta de lo que sentías por él y
lo veté como tío que posiblemente se liará con mi amiga.
-
¡Qué va! Eso nunca pasará, es el mejor amigo de mi hermano y seguramente me
debe querer como la hermana que nunca tuvo. El pobre como no tiene familia pasa
más tiempo en mi casa que en la suya y yo creo que quiere a mis padres como si
fueran los suyos ¿te das cuenta? ¡Es horrible!
Los
padres de Robert habían muerto ambos por culpa de un infarto, primero el padre,
cuatro años después la madre, dejándolo solo puesto que no tenía ni abuelos, ni
tíos porque tanto uno como otro eran hijos únicos, ni más familia que un Golden
retriever que murió hace dos años, dejando completamente solo al cantante.
Robert quería a mis padres con locura y ahora que me daba cuenta de que mis
sentimientos hacia él se estaban descontrolando, no me pareció que fuera nada
bueno.
A
punto estaba de cerrar la joyería cuando sonó mi móvil.
“Por
favor, no faltes al concierto”, me decía el mismísimo Robert.
Me
quedé paralizada. ¿Desde cuándo le importaba a él tanto que yo fuera a uno de
sus conciertos? Y es más, ¿desde cuándo me pedía las cosas por favor? Sacudí la
cabeza como quien despierta de una ensoñación y me dispuse a escribir: “Sí
bwana”.
Dos
horas después estaba junto con Rocyo y dos amigas más que se habían apuntado,
en la zona Vip del estadio de Fútbol Olímpic, esperando a que el concierto
empezara. Me había duchado deprisa, me había retocado el maquillaje, colocado
unos vaqueros ajustados negros y una blusa de organza roja, las botas altas y
la chupa de piel negra, y había salido de casa aún con mi larguísima melena
húmeda.
Mi
hermano me había dicho que dijera que íbamos de su parte y que directamente nos
conducirían a la zona Vip, y así lo hicieron, haciendo que por primera vez en
el día me sintiera contenta al ver a mis amigas tan felices. Pusieron música de
fondo mientras los músicos se preparaban y mis amigas y yo empezamos con el
primer cubata de la noche, bailando animosamente. Ninguna teníamos novio en
realidad, y me sentí una idiota por lo mal que lo había pasado durante todo el
día por haber hecho un mundo de una tontería.
Empezó
el concierto y mis amigas a chillar. Solía llegar con la garganta afónica de
tanto gritar “Robert tío bueno”, a sabiendas de que era el único momento en el
que lo podía decir puesto que ni me veía ni me oía.
Pero
a la cuarta canción, algo se iluminó en nuestra zona y empezó a buscar a
alguien. Mis amigas y yo, que ya habíamos tomado dos cubatas, empezamos a
reírnos bromeando sobre a quién de las cuatro estaría buscando el foco.
-
Esta noche es una noche muy especial. – oí que empezó a decir Robert a su
público – Veo el estadio lleno de parejas de enamorados, amigos, amantes,
hermanos… amooooorr, sí señor.
El
público aplaudía, saltaba y gritaba al ritmo de Heartlees guys, Robert Blanes más bueno que los panes, incluso
Carlos el batería quiero ser tu tía. Mis amigas y yo moríamos de la risa, y
conseguí olvidar el desagradable día de enamorados que había tenido.
-
Y como es el día de San Valentín, es una noche muy especial. Esta noche… -
Robert estaba agitado por el directo y el calor, e iba parando a descansar la
voz haciendo que las chicas gritaran más y más – Esta noche quiero brindar la
oportunidad a una persona muy especial, de hacer que uno de sus sueños se hagan
realidad.
Me
quedé mirándolo con los ojos abiertos como platos. Mi hermano no me había
comentado que pensaran hacer nada esa noche que se saliera de lo común así que
me pilló por sorpresa como a cualquier fan.
-
Así que Esther, si eres tan amable de venir al escenario – de pronto el foco
dichoso se clavó sobre mi cabeza haciendo que toda yo quedara iluminada y un
calor abrasador me recorrió el cuerpo ante la vergüenza de saber que miles de
personas estaban fijando sus ojos en mí – Me gustaría que cantaras la siguiente
canción con nosotros.
Giré
la cabeza a ambos lados, petrificada como estaba en el sitio.
-
Vamos. – me instó mi amiga Sandra.
-
¿Qué? ¡No!
-
Vamos. – dijeron las tres a la vez, cogiéndome de los brazos para que avanzara.
Sabía que evitarlo sería quedar como una adolescente pero ¿en serio iba a subir
a un escenario ante tanto público? Ni pensarlo. Así que me resistí.
-
Esther, por favor, ¿serías tan amable de venir a cantar con nosotros? – repitió
Robert, para desasosiego mío.
Entonces,
el público empezó a vitorear “Estheer, Estheer, Estheer” y yo decidí que o iba
o cuanta más expectación creara sería peor.
Subí
al escenario ayudada por dos guardias de seguridad y cuando estuve frente a
Robert le dije, a sabiendas de que como no llevaba puesto el micro solo me
oiría él.
-
¿De qué vas? No sé qué pretendes con esta jugarreta pero yo no me sé vuestras
canciones.
-
¿A quién quieres engañar, pequeñaja? Te he escuchado cantar miles de veces, y
te he escuchado cantar nuestras canciones. – me dijo sonriéndome nuevamente de
una manera escalofriante y sexy.
Antes
de que me diera cuenta tenía un micrófono en mis manos y a un Robert
susurrándome al oído:
-
Vamos a cantar “Cuando te vi por primera vez”.
Mierda,
esa era mi preferida. Me debía de haber escuchado cantarla sin que yo me diera
cuenta, y me sentí como un niño a quien pillan comiendo chuches.
Mi
hermano dio el comienzo de la canción y la música empezó a sonar. Robert me
cogió una mano y se acercó el micro a sus gruesos y sonrosados labios,
mirándome a los ojos como si me estuviera dedicando a mí la letra de la
canción. Tuve que hacer un esfuerzo para mentalizarme de que todo aquello era
puro teatro y que mi medio hermano solo quería dedicarme una canción porque
sabía lo que odiaba el día de San Valentín y lo mal que lo había pasado.
Seguramente aquello era una forma de agradecerme la ayuda de esa mañana.
Cantamos
juntos la canción y cuando terminó yo hice el intento de bajar del escenario,
pero él me cogió del brazo y me lo impidió.
-
Quédate con las chicas y haznos los coros.- me dijo.
-
Robert, mis amigas.
-
¿Me vas a decir que no te apetece? ¿En serio?
La
verdad es que había disfrutado como una enana cantando sobre el escenario, con
los focos dándonos, con el público gritando como loco, con Robert a mi lado.
Hacerles los coros era lo mejor que me podía pasar esa noche, así que me uní al
trío con una sonrisa de oreja a oreja.
Terminó
el concierto y yo estaba eufórica. Había sido alucinante, excitante, asombroso,
y me sentía tan a gusto que olvidé que el amor de mi vida estaba enamorado de
otra.
Bajamos
del escenario y sentí una mano cogiéndome el brazo y arrastrándome por entre
maletas de instrumentos, camiones y cableados hasta que llegamos a un lugar
íntimo en el que nadie nos podía ver. Como estaba tan entusiasmada por el
concierto, no me planteé qué querría el mejor amigo de mi hermano, ese para
quien yo era como una hermana, de mí.
-
Pequeñaja yo… quería decirte que la canción que hemos cantado juntos no la he
elegido al azar. – empezó a decir, todavía agitado por la actuación – Cuando te
vi por primera vez, me pareció que eras la chica más bonita que había visto en
mi vida. – tarareó.
-
Oh. – se me quedó la boca seca y apenas pude decir nada, ya que además no me
creía lo que estaba pasando en ese momento, más bien parecía otra de sus
bromas. Pero cuando Robert metió una mano en el bolsillo de su cazadora de
cuero y sacó la cajita que yo misma había envuelto esa mañana, mi corazón
empezó a palpitar con tanta fuerza que creí que se saldría de mi pecho.
-
Llevo años diciéndome que eres la hermana de Carlos y que lo mejor es que
seamos solo amigos, pero ya no puedo aguantar más. Esther, te amo desde el día
en que te vi por primera vez y quiero, si tú sientes algo por mí, si te gusto
aunque sea un poco, que me des la oportunidad de demostrártelo. – y poniéndose
de rodillas, tras lo cual yo ya no sabía si mi cuerpo estaba allí o si ya me
había desplomado al suelo, pues estaba tan nerviosa que no me sentía las
piernas; tendió la cajita hacia mí y continuó – Pequeñaja, ¿te gustaría salir
conmigo al cine, a cenar, o donde te apetezca, los dos solos?
-
Yo… pero… ¿y si no sale bien? ¿Mi hermano?
-
¿Qué pasa con tu hermano? Ya te digo que yo le di vueltas por si a él le
molestaba que tú y yo fuéramos novios, por si se sentía desplazado, pero hemos
estado hablando y me ha dicho que no hay un hombre en la tierra que le parezca
más adecuado para ti que yo. Además de que dice estar seguro de que estás loca
por mí – esto último lo dijo con una de esas sonrisas suyas que me hacían
perder el sentido, por si fuera poco.
-
Ya pero, ¿y si no sale bien? ¿Qué pasará entonces con Carlos? ¿Seguirías siendo
su amigo, yendo a mi casa tan a menudo?
-
Bueno, lo de ir a tu casa asiduamente la verdad es que lo he estado haciendo
todos estos años solo por verte a ti.
-
¿En serio?
-
¿Acaso no te dabas cuenta de lo que sentía? Estoy enamorado de ti desde
siempre, Esther, es increíble que no lo notaras.
-
No, no me di cuenta. Como siempre te estabas metiendo conmigo…
-
Eso era para provocarte, porque me encantaba como te ponías a la defensiva o
tratabas de evitarme; y también para crear cierta distancia entre nosotros.
Pero como te digo, no puedo seguir lejos de ti, te quiero.
-
Pero… yo… no sé si recuerdas que los novios no me suelen durar demasiado. Me da
miedo que salgamos juntos, que intimemos, como decías tú esta mañana – al decir
esto fue cuando por fin me di cuenta de que era yo la chica de la que me había
estado hablando y de quien me había estado preocupando todo el día, ¿cómo no me
había dado cuenta con tanta indirecta? – Si sale mal seguramente no seamos ni
amigos después, como suele pasar. No me apetece seguir viéndote por mi casa si
hemos acabado mal, saber que sigues formando parte de mi familia y yo no tener
ganas de dirigirte la palabra. Tú, te vas de gira y pasaremos mucho tiempo
separados; yo, estaré siempre pensando en lo peor, en que tienes miles de
chicas locas por ti y que tú puedes elegir y disponer de cualquiera cuando te
apetezca. Robert, claro que me gustas, me muero por ti, pero creo que no
deberíamos dar un paso adelante.
-
Pequeñaja, para empezar, no pienso irme de gira ni a ningún sitio sin ti.
Quiero que dejes la joyería y seas un miembro más de los Heartless guys, que vengas con nosotros a las giras, a todo. No
pienso despegarme de ti, eso que te quede claro.
-
Pero yo, no creo que pueda…
-
No acepto un no por respuesta - ¿a quién quería engañar? Era el sueño de mi
vida, me moría por pertenecer al grupo y cada vez estaba más feliz esa noche -
Y en segundo lugar, que te hayan durado poco los noviazgos durante los últimos
años en parte ha sido por mi culpa.
-
¿Cómo? – pregunté frunciendo el ceño, pues no entendía nada.
-
Oh, pequeñaja, no sabes lo fácil que es romper una relación cuando se trata de
mí: una cierta mirada, un ligero movimiento, cualquier detalle que le hiciera
suponer a mi adversario que entre tú y yo había algo era suficiente para crear
la duda, la inseguridad, y zas.
Cariño, no soportaba que llegara San Valentín y verte con alguien que no fuera
yo.
-
Pero ¡tú si has estado con chicas!!! – le grité exasperada al tiempo que
levantaba la mano para darle un bofetón.
Pero
Robert la cogió al vuelo, la pasó por detrás de mi espalda, y aprisionándome
contra una pared, acercó su caliente cuerpo hasta mí y me susurró en el oído:
-
Ninguna ha significado nunca nada para ti, solo te he amado a ti, pequeñaja. –
y colocó sus labios sobre los míos con tanta ternura, que todo mi enfado
desapareció, mi cuerpo se relajó, mi entrepierna se humedeció, mi estómago
sintió un cosquilleó y mi corazón una felicidad como nunca antes. Entonces lo
cogí de la cintura de la mano que tenía libre, agarré su culito respingón, y lo
apreté hasta mí, haciendo que su erección tocara mi entrepierna – Te amo. –
gimió.
-
Y yo estoy loca por ti, desde el día en que te conocí.
Me ha encantado este relato incluso se puede decir que me he quedado con mas ganas de saber de esta historia jajajaj. ¿ Sabes? porque no me canso nunca de leer lo que escribes Cristina. Estoy deseando leer lo siguiente que escribas con tu pluma....
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