miércoles, 16 de mayo de 2018

Primer capítulo de ESPÍAME, SI PUEDES





Aitana miraba por la ventana del comedor de Hugo, cómo caía la lluvia sobre el cristal, mientras recordaba cómo se habían conocido unos días antes.
El CNI les había proporcionado a ella y a su compañera Chloe, invitaciones para una fiesta de disfraces en la que debían ir de super héroes y ella había elegido vestirse de Electra. Si algún personaje de ficción le fascinaba era Daredevil. Ver cómo un invidente era capaz de poder con el enemigo, de moverse entre las sombras, de luchar contra los delincuentes con total soltura, le parecía digno de admiración; y qué mejor disfraz que el de su enamorada. Se había puesto un traje de charol negro compuesto por un top por encima del ombligo y unos pantalones ceñidos, había escondido su rubia melena bajo una peluca morena hasta la cintura, y se había calzado unos zapatos de charol negros con unos tacones de infarto. Además, se había maquillado a conciencia.
Lo cierto es que se veía estupenda, poderosa, y así se lo hizo ver a Hugo, cuando pasó por su lado y lo miró desafiante, esperando provocar la reacción que no se hizo esperar en él.
Se acercó a la barra y pidió un whisky con Coca-Cola, inquieta ante la idea de que su mirada no hubiese surtido el efecto deseado, y ese chico, disfrazado de James Bond, pasara de ella y prefiriera seguir con los frikis de sus amigos. Y, ¿qué pintaba el agente 007 en aquella fiesta? Desde luego, su objetivo debía de ser un tipo muy raro, pero eso no le importó. Ella debía hacer su trabajo, debía descubrir qué tramaba aquel hombre extraño, y debía hacerlo bien. De lo contrario no podría demostrar al Servicio de Inteligencia que estaba recuperada del fatídico accidente que le había hecho estar en coma durante tres días y convaleciente durante seis meses después. Necesitaba volver a estar en activo, su trabajo lo era todo para ella, además de Lucas, su novio, quien a pesar de que no sabía quién ni qué era ella en realidad, le gustaba e intentaba encontrar huecos en su ajetreada vida para pasarlo con él.
—Un Martini seco con Vodka, agitado, no removido y con una corteza de limón –Escuchó que decía una voz masculina a su lado.
Ella giró la cabeza lentamente y sonrió al darse cuenta de que no había perdido su feeling. Seguía logrando cuanto se proponía con sus ojos verdes; su mirada cautivadora conseguía siempre atrapar a sus objetivos, y la prueba de ello era que su James Bond particular estaba allí, mirándola con una sonrisa enigmática que por un momento la cautivó.
Pronto movió la cabeza a ambos lados y se recordó que tenía novio. Debía llegar a aquel tipo, pero despacio; ganarse a su objetivo sin faltarle a Lucas, siempre que no fuera necesario llegar a más, claro, pues como decía, su trabajo era lo más importante.
—Hola, preciosa –susurró el chico, en su oído, para poder hacerse escuchar entre el murmullo de los asistentes.
—Hola, ¿de qué vas disfrazado? –preguntó ella, haciéndose la ingenua.
—¿Disfrazado?, ¿acaso te parece que lo estoy? –protestó él, con un carisma en los labios que por un momento hizo que deseara besarlo.
«No, Aitana, tienes que quitarte eso de la cabeza. Esto no es más que trabajo, y él solo lleva un disfraz».
—¿No lo estás? –preguntó la agente del CNI, confundida.
—No, preciosa. Soy el mismísimo James Bond.
Entonces Aitana soltó una carcajada y él se hizo el ofendido.
—Tú eres, Electra. Imagino.
—Sí, en cuerpo y alma –bromeó ella—. Aunque prefiero que me llamen Aitana, por no confundirme, más que nada.
—Aitana, bonito nombre. Pero, si te parece, esta noche yo te llamaré, Vesper.
—¿Vesper?, ¿por qué?
—Porque me he enamorado de ti en cuanto me has mirado, y si te apetece jugar conmigo, esta noche me gustaría que fueras la agente doble con la que trabajé en Casino Royal. ¿Sabes? Esta bebida lleva tu nombre.
—Ah, ¿sí?, ¿por qué?
—La bauticé como Vesper, porque una vez la pruebas, no quieres otra cosa.
—A mí no me has probado –le faltó decir todavía, pero sabía que sería demasiado tentador.
—No, pero me encantaría hacerlo –le volvió a susurrar, poniéndola cada vez más nerviosa.
—Está bien, pues seré Vesper, si es lo que quieres. ¿Qué se supone que debemos hacer ahora? –preguntó Aitana, intentando separarse de él.
—Podríamos bailar –le susurró con voz firme, acortando la distancia que ella acababa de delimitar, y provocándole un escalofrío.
—Pues bailemos –aceptó, poniéndose en pie de un salto.
Y así, pasaron la noche, sin separarse el uno del otro. Ella siendo lo que en realidad era; y él fingiendo ser un hombre completamente diferente a lo que su rutinaria vida le permitía ser.
Aitana observó por el rabillo del ojo cómo Chloe se había hecho con su objetivo, y en un momento en el que sus miradas se cruzaron, se guiñaron el ojo en señal de que todo iba según lo planeado.
Cuando salieron de la fiesta y Bond se ofreció a llevarla a su casa, Aitana soltó una carcajada al comprobar que el supuesto agente secreto tenía un Ford Focus.
—¿Dónde está el Aston Martin? –preguntó, entre risas.
—Preciosa, uno no lo puede tener todo en la vida. Pero, si te apetece, podría llevarte a mi casa para que vieras mi santuario.
—¿Cómo dices?
—No pienses mal, no pretendo acostarme contigo. Yo no soy de esos.
Aitana suspiró al escuchar aquello, aunque sin entender por qué, se sintió un poco decepcionada.
—¿De esos?
—Sí. Aunque te parezca mentira, no acostumbro a acostarme con una mujer la primera noche –explicó, pues con su verdadera personalidad no lo haría ni la primera, ni la segunda, ni… En fin, que era un tímido informático que no estaba acostumbrado a relacionarse con mujeres y que tan solo había tenido dos novias, si se les podía llamar así, en su vida. Solo ser el agente del MI6 le permitía desinhibirse, ser otra persona; y en alguna ocasión, sí había llegado a más con alguna mujer, pero pocas, pues aunque se metía en su papel al cien por cien, la mayoría de las veces cuando llegaba al límite los nervios lo traicionaban y acababa siendo él mismo: un fracasado con las mujeres porque entendía mejor a los ordenadores que al sexo femenino—. ¿Vamos? Prometo dejarte luego en tu casa sana y salva.
—No sé si debería fiarme del agente 007, tu fama te precede –bromeó ella, un poco nerviosa.
—Fíate de mí, me llamo Hugo. Encantado de conocerte, ¿Aitana?
—Sí –confirmó ella, con una sonrisa relajada.
Subió a su coche y dejó que la llevase a su casa. Bien pensado, era lo mejor que le podía pasar. Así, además de conseguir una información valiosa, pues ya sabría su domicilio, podría intentar averiguar algo mientras estuviese allí.
Llegaron a una callejuela del centro de Madrid y dieron cuatro vueltas hasta que Hugo encontró un sitio donde aparcar su viejo coche. Mientras tanto, mascullaba entre dientes, quejándose por vivir en un sitio céntrico sin tener plaza de garaje.
Entraron en el edificio y Aitana suspiró aliviada al darse cuenta de que aunque la finca era vieja, tenía ascensor. Los tacones la estaban matando y subir escaleras habría sido demoledor para sus pies.
Una vez dentro, quedó maravillada al comprobar que desde la entrada de la casa, estaba todo repleto de objetos de películas de Bond, posters, e incluso fotos de Hugo, vestido con esmoking en poses seductoras, como si fuera el mismísimo agente 007.
—¡Uau, ya veo que te apasiona James Bond! –exclamó, asombrada de que aquel tipo fuera tan friki.
—Sí, es el mejor. Ven, te enseñaré el resto de la casa. ¿Quieres tomar algo?
—Lo cierto es que es tarde y estoy cansada –mintió, pues en el fondo temía que aquel chico, que ahora mostraba un aire más natural, quisiera algo más de ella y pretendiera emborracharla para su fin.
—¿Una Coca-Cola?
—De acuerdo, tomaré una Coca-Cola –aceptó, sentándose en el sofá y quitándose los zapatos—. ¿A qué te dedicas en realidad? –preguntó, mientras lo oía traginar en la cocina y observaba la estancia, estupefacta.
 Hugo volvió con dos Coca-Colas de bote en una mano, y dos vasos de cristal en la otra.
—Soy informático.
—¿Qué tipo de informático? –quiso saber, empezando con su operación secreta.
—De los que arreglan sistemas operativos. Ya sabes, lo que para cualquier persona normal sería un coñazo.
—¿Coñazo? Señor Bond, no esperaba ese lenguaje de usted –lo recriminó ella, con cierto brillo en los ojos.
—Ni yo que Electra se quitase los zapatos en el comedor de un desconocido pero ya ves, las cosas no siempre son como uno imagina. Por cierto, siento no haber sido Matt Murdock esta noche, habríamos formado la pareja perfecta, pero es que eso de llevar máscara no es lo mío.
—No te preocupes, me ha gustado ser tu Vesper.
—Pues brindemos por ello –celebró Hugo, moviendo su vaso de Coca-Cola para que ella hiciese lo mismo y brindase con él.
Aitana acercó su vaso y brindaron, intercalando miradas que la excitaron de tal manera, que hizo que tuviera que girar la cabeza y apuntar hacia otro sitio.
—¿Te apetece escuchar algo de música? –preguntó Hugo, poniéndose en pie, como si en realidad no necesitase respuesta.
Ella asintió con la cabeza y vio cómo el chico cogía un mando, pulsaba varias veces un botón, buscando la canción que quería poner, y daba al play. Cuando empezó a sonar Adele, sonrió al escuchar la canción de la que se trataba.
—Skyfall, cómo no –resopló ella.
—Ya sabes, soy todo un friki.
—Me encanta esta canción, a pesar de que no sea demasiado fan de James Bond.
—¿Cómooo? –se sorprendió Hugo, como si fuera algo inverosímil.
—Las películas me parecen demasiado fantasiosas, la realidad no es así.
—¿Acaso sabes tú algo de cómo es el trabajo de un agente del MI6? –Hugo parecía verdaderamente indignado, y ella no quería perder la baza de creer que había algo en ella que le gustaba y que podía acercarlo a él, así que tuvo que retractarse.
—No, nada, ¿cómo voy a saber yo algo de eso? Solo soy una simple monitora de zumba. Perdona, no quería herir tus sentimientos.
—No importa, tranquila –aceptó, más relajado. Para él, Bond era su ídolo, y no podía entender que hubiera a quien no le gustase.
—La canción es preciosa.
—¿Bailamos?
—¿Cómo Aitana y Hugo, o como Electra y James?
—Como Vesper y Bond, si no te importa volver a jugar conmigo un rato más –sugirió Hugo poniéndose en pie y tendiéndole la mano, con esa mirada seductora que caracterizaba tanto a su personaje.
—¿Quiénes son Aitana y Electra? –preguntó ella, poniendo los ojos en blanco, como si no hubiera más opción que ser Vesper—. Pero, ¿Vesper no sale en Casino Royal?, ¿no habría sido más apropiado que pusieras la canción de Chris Cornel?
—Vaya, veo que algo enterada sí estás sobre las películas de Bond.
—Sobre las películas no, aunque sí he visto algunos trailers; por eso creo que Vesper no sale en Skyfall sino en Casino Royal. Sin embargo, las bandas sonoras me apasionan.
—Me alegro de que al menos haya algo que te guste.
—Me gustan más cosas de las que te crees.
—Pues me encantará descubrirlas –Y tras carraspear un poco porque su verdadero yo le hacía estar muy nervioso ante una chica tan bonita, tragó saliva y se atrevió a decir—: He puesto Skyfall porque has llegado a mi vida como caída del cielo.
—Oh, vaya –Fue lo único que Aitana pudo emitir, ruborizándose ante el comentario y sintiéndose culpable porque para ella, él no era más que trabajo; un objetivo al que debía investigar y posiblemente hacer que fuera a la cárcel, si es que el CNI estaba en lo cierto y estaba tramando crear un virus en el sistema informático del Gobierno.
Bailaron en silencio, más cerca de lo que una chica con novio hubiera debido, pero el olor de ese James Bond particular la embriagó de tal manera que por un momento se olvidó de Lucas, y se dejó llevar.
Cuando terminó la canción, ambos se separaron como si sus cuerpos quemasen, y desviaron sus miradas hacia otro lado. Aitana todavía estaba flipando con la decoración de la casa: posters de las películas enmarcados como si fueran obras de arte, objetos decorando las estanterías que supuso que pertenecerían a películas de su personaje favorito y que debían de ser muy importantes para él, aunque para ella no fueran más que juguetes. Se dio cuenta de que no tenía un Aston Martín de verdad, pero sí tenía uno en miniatura sobre una estantería, y no pudo evitar sonreír.
«No, Aitana, no sonrías. Este tío es un tipo extraño, un friki, y sobre todo, tu objetivo», se dijo. «Quítate de la cabeza cualquier estúpida idea que pueda hacer que te guste, tienes novio y lo más probable es que este hombre sea un terrorista que quiere atentar contra el Gobierno de la nación. ¡Haz tu trabajo, coño!», se recriminó.
—Es tarde, debería irme ya –anunció.
—Vale, te llevaré a casa.
Hugo condujo en silencio, pensando en lo mucho que le había gustado aquella chica, y preguntándose si querría quedar con él al día siguiente. En el fondo, cuando no hacía su papel de James Bond, era un hombre bastante tímido y común; se pasaba el día de cara a su ordenador trabajando, y solo salía con sus amigos, con los que le encantaba hacer juegos de rol, encarnando él siempre a su ídolo.
—¿Te… te gustaría quedar mañana para tomar un café? –se decidió a preguntar al fin.
—Eh, sí, sí. Estaría bien –aceptó ella, pensando en que había quedado en ir a comer con Lucas, y tendría que anularlo. El trabajo era antes que nada, y debía averiguar qué se proponían ese hombre y sus amigos, colegas, o quienes fueran los integrantes del grupo terrorista del que su jefe le había hablado.
—Genial. ¿Te recojo entonces sobre las tres y media? Podríamos ir al cine después, si quieres.
—El café estará bien. Luego ya veremos.
Esa respuesta no era la que Hugo hubiese deseado, pero aceptó porque al menos sabía que la volvería a ver. Después de intercambiarse sus números de teléfono por si surgía cualquier imprevisto, arrancó el coche y volvió a su casa.
En cuanto Aitana entró en la habitación de su piso compartido, cogió su móvil para ver si su compañera le había mandado algún mensaje, pues lo había tenido en silencio durante el tiempo que había pasado con su objetivo, y al ver que no había señales de Chloe, decidió escribirle ella.
«¿Cómo te ha ido?»
«Objetivo localizado, pero no he conseguido sacar de él más que es un friki total que no sabe hablar más que de cachivaches. ¿Y a ti?»
«Lo mismo, pero al menos he estado en su casa y he quedado con él mañana. Creo que le gusto»
«¿Y cómo no? Siempre encandilas a tus víctimas con esos ojazos que tienes, cabrona»
«Te recuerdo que no son víctimas, sino delincuentes. Y sí, he de agradecerle a mi madre el haber sacado sus ojos; creo que el resto de mí no dice demasiado»
«No seas boba, ¿quieres?»
«También he conseguido su teléfono. En cuanto pueda le pondré un localizador»
«¿Quieres que le diga a José que lo pinche?»
«Todavía no, prefiero ver qué averiguo por mí misma»
«¿Todavía no? ¿Quién eres y qué has hecho con mi amiga?», preguntó Chloe, extrañada ante la respuesta. Unos segundos después, viendo que Aitana no decía nada, volvió a escribirle: «Oye, si todavía no te sientes preparada lo entenderé; todos lo entendemos, después de lo que te pasó…»
«Estoy apta para el trabajo… y no somos amigas», escribió la agente, sin pensar en el daño que podría hacerle a su compañera. Desde que el accidente que tuvo y que la llevó al coma, persiguiendo a un narcotraficante, acabara con la vida de su mejor amiga Fátima, quien para ella era como una hermana, había decidido que tener amigos era un lujo que ella no se podía permitir, y así se lo hizo constar.
«Bueno fea, nos vemos el lunes en la reunión del gimnasio», escribió Chloe, intentando entender a su compañera y no enfadarse con ella.
«Hasta el lunes. Y gracias por el piropo, simpática», ironizó Aitana.

Cuando al día siguiente Aitana bajó las escaleras de la vieja finca en la que vivía, casi no reconoció a Hugo. El día anterior le había parecido que tenía el pelo moreno y sin embargo ese día, a la luz del sol, se veía de un castaño rojizo que para nada era lo que habría imaginado de él. Claro que ella, sin su peluca morena, también debía de haberle sorprendido a él, y eso hizo que pensara que estaban en igualdad de condiciones.
Vestía un pantalón vaquero ancho, unas deportivas y una camisa de cuadros, que no es que le quedasen mal, pero para nada le daban ese aire hipnótico que el traje de James Bond le había provocado.
Eso le gustó. Ya le había sabido bastante mal tener que aplazar su cita con Lucas por “motivos de trabajo”, como para además sentir algo por un posible delincuente.
Hugo tuvo la misma sensación. A pesar de que Aitana le pareció más guapa al natural, para nada esperaba que fuese rubia, y eso que sus claras cejas deberían de haber hecho que lo imaginase.
No iba maquillada. Aitana se había mentalizado en que aquello no era una cita y que por tanto, no debía arreglarse como si lo fuese; sin embargo, eso a él también le gustó. Nunca le habían gustado las mujeres que se maquillaban en exceso, aunque la noche anterior, disfrazada de Electra, había hecho una excepción porque sus ojos verdes lo habían embriagado desde el primer momento.
—Vaya, ¿rubia? –Fue lo primero que dijo Hugo, cuando la chica salió de su patio.
—Y tú, ¿pelirrojo?
—Castaño cobrizo, más bien. Anoche me lo oscurecí. No me acaba de convencer Daniel Craig porque James Bond debe ser moreno, pero la verdad es que eso me da cierta ventaja para el día que no tenga espuma de color ¿verdad? –rio, nervioso, y continuó hablando—: Supongo que lo tuyo era una peluca, ¿no? Bastante buena, por cierto. No me di ni cuenta de que no era tu pelo natural. Supongo que solo me fijé en tus ojos –Siendo él mismo, no solo perdía el carismático poder de la seducción de Bond, sino que además le daba por hablar sin parar, por los nervios que le provocaba estar ante una chica tan guapa.
—Y yo en los tuyos, guapo –advirtió ella, queriendo piropearle para que pensase que le gustaba de todos modos—. Pero… ¿Roger Moore no era rubio también?
—Touché –chasqueó Hugo la lengua, indicándole con el dedo que tenía razón.
La no cita fue corta. Aitana puso la excusa de que esa tarde debía preparar una coreografía para la clase del día siguiente en el gimnasio, e intentó aprovechar el corto tiempo que estuvo con él para indagar más sobre su trabajo, sobre qué tipos de amigos tenía, a qué se dedicaba cuando no estaba de cara al ordenador, cuáles eran sus ideales…
—Ey, menudo interrogatorio –se quejó él—. ¿Qué me dices de ti?, ¿tienes hermanos?
—No, soy hija única. ¿Y tú?
—Sí, una hermana pequeña. A mis padres les vino por sorpresa, cuando mi madre pensaba que ya había entrado en la menopausia. Nos llevamos quince años.
—Vaya, menuda faena –opinó ella, como si le importase.
—Bueno, les pilló mayores y por eso la han consentido un poco más de lo normal. Tiene catorce años y está repitiendo primero de secundaria porque no le gusta estudiar. En primaria repitió un curso porque no se puede repetir más; de lo contrario, igual todavía seguía ahí. No tiene ninguna afición, no hay demasiadas cosas que le gusten… Es un poco rara.
—Claro, al contrario que tú –habló Aitana, con sarcasmo.
—¿Por qué lo dices? –preguntó él, sorprendido.
—Por nada. Tener toda la casa llena de objetos de James Bond como si vivieras en un museo no es para nada extraño, qué va.
—Me gusta. ¿Es que tú no tienes gustos?
—Claro que sí, pero no soy tan fan de nada.
—Pues tú te lo pierdes.
Esa conversación, y el hecho de que Aitana ya había advertido que se tenía que ir pronto, hizo que fuese él quien diera por terminada la cita, pensando que a esa chica él no le interesaba en absoluto. Por esa razón, se despidió de ella sin proponer una segunda cita, o tercera, si contaba la noche anterior como primera. No es que pensara que todo el mundo tuviera que compartir su afición por el agente 007, pero le había dejado claro que para ella él era un rarito, y estaba demasiado acostumbrado a que las mujeres no quisieran saber de él por eso mismo. Si a Aitana no le gustaba como era, no pensaba ponerla en la tesitura de tener que inventar alguna excusa para no volver a quedar con él. Prefería irse a su casa y evitar un rechazo que heriría su orgullo y bajaría su autoestima.
El caso es que Aitana se fue a casa de su novio desilusionada,  pues ni siquiera había estado un momento a solas con el móvil de Hugo para poder ponerle el chip rastreador; y ni estar esa noche con Lucas y hacer el amor con él hizo que se le fuera la sensación de haberla cagado. Si había algo que odiara con todas sus fuerzas, era hacer mal su trabajo; y si no le caía bien a su objetivo, pues eso era lo que pensaba tras la manera en la que el chico se había marchado, no podría averiguar nada más de él. Necesitaba estar cerca para investigarlo.
Por eso, después de la reunión del lunes en la sala oculta del gimnasio en donde se reunía cada semana con sus compañeros del CNI para hablar de los avances conseguidos por cada uno, y de que el Director General de Inteligencia, el señor César Bermúdez, le echara una buena reprimenda por haber sido tan estúpida, sobre todo por haber dejado que el objetivo conociera su domicilio, pues era ella quien debía descubrir información y no al revés; decidió presentarse en su casa sin avisar, con la ilusión de que en el fondo ella, aunque fuera un poquito, le gustase a Hugo y le alegrase su visita. Sabía que trabajaba en su piso, sabía que lo encontraría allí; pero lo que no sabía, es que no se tomaría bien esa visita inesperada.
Por si fuera poco, ahora debía buscar un nuevo piso compartido; aunque eso era el menor de sus problemas. De todos modos, no le caía demasiado el compañero con el que vivía.
—Hola guapo, pasaba por aquí y he decidido venir a verte. ¿Te alegras de verme? –anunció cuando le abrió la puerta.  El informático estaba vestido con un chándal de estar por casa, llevaba el pelo despeinado y tenía los ojos rojos de estar tanto rato de cara al ordenador.
—Nno mme gustan las sorpresas –reprobó él, nervioso porque le había pillado en una situación comprometedora, al ver la cara de felicidad de ella, pese a que había salido de su casa sin paraguas porque no tenía pinta de llover, y se había empapado de los pies a la cabeza desde donde había dejado el coche hasta llegar a su piso.
Estaba claro que no se alegraba, no había separado la vista del ordenador desde que se volviera a sentar en su silla de trabajo después de dejarla pasar (porque eso sí, si la chica había ido hasta allí, no la iba a echar, por muy ocupado que estuviera. Solo tenía que seguir con su trabajo y terminar lo antes posible para poder hacer caso a la guapísima rubia que lo tenía fascinado) y de sacarle una vieja camiseta para que se cambiase, ya que con su ropa mojada no podía más que coger una pulmonía. No tenía secador de pelo, por lo que tuvo que frotarlo con una toalla para quitar la humedad y dejar que se secase al viento. Por lo menos no hacía mucho frío, pese a estar a finales de noviembre.
 Ella, ahora, mientras veía caer la lluvia sobre el cristal, se preguntaba qué debía hacer para volver a provocar en él la magia de la noche en la que se habían conocido.
Decidida, se acercó hasta él, lo movió para retirarlo de la mesa, mirando de reojo la pantalla del ordenador sin poder ver nada, pues él había sido más rápido y en cuanto la vio llegar lo había apagado, y se sentó sobre sus piernas.
—¿Dónde ha quedado eso de que llegué a ti caída del cielo? –preguntó, jugando con un mechón de su corta melena rubia mientras le ponía ojitos.
—No sé, Aitana, podías haberme llamado. Para eso están los teléfonos.
—Quería darte una sorpresa. Creí que te alegraría –lamentó ella, haciéndose la inocente víctima de un rechazo, que si no hubiese sido porque necesitaba sacarle información, le habría dado igual.
—Y me alegra verte, pero tengo que trabajar. ¿Es que tú no trabajas?
—Ya he trabajado esta mañana. Solo doy clase por las tardes dos días a la semana –improvisó—. Pensaba que como trabajas en casa, podrías dejarlo durante unas horas y seguir con la faena cuando me hubiese ido.
—Ya, bubueno, ¿y qué te apetece que hagamos? –preguntó Hugo, más nervioso cuanto más cerca la tenía, y sintiéndose culpable por cómo la había tratado—. Está lloviendo a cántaros, no es que popodamos salir a dar un paseo.
—No sé, ¿te apetece que veamos una película? Estoy segura de que tienes la filmografía completa de James Bond.
—¿De verdad te apetece hacer eso? –preguntó él, extrañado, pues había creído que no tenían los mismos gustos. Lo cierto es que después de su cita del pasado domingo, estaba tan convencido de que la chica no estaba interesada en él, que verla allí, mirándolo con esos ojos verdes que le llegaban al alma, lo tenía descolocado.
—Sí, me apetece cualquier cosa que pueda hacer contigo –Y para corroborar sus palabras, se acercó a él y le plantó un beso en los labios. Por una extraña razón, sintió un escalofrío al hacerlo, y al instante se sintió culpable por lo que podría pensar Lucas si llegase a enterarse de eso.
—Mumuy bien pues, si quieres, podemos ver Skyfall.
—Perfecto –aceptó, levantándose porque empezaba a sentirse incómoda sentada sobre sus piernas.
Hugo se levantó de su silla con las piernas temblorosas, abrió un armario lleno de CD’s, y buscó la película que iban a ver. Mientras, Aitana se acomodó en el sofá, se quitó las botas, y subió los pies como si estuviese en su propia casa.
—Ponte cómoda, no te cortes –la instó él, burlón, mostrando esa sonrisa que tanto le había gustado a Aitana el sábado. Estaba cansado de sentirse tan patoso delante de ella; si quería llegar a conquistarla, tenía que ponerse la armadura de James Bond y ser el hombre que a ella le gustaría que fuese: carismático y sobre todo, seguro de sí mismo.
—Perdona, me hace sentir tan bien estar aquí –se justificó la agente, tratando de coger confianza para que así, él se soltase con ella y pudiera averiguar cuáles eran sus intenciones respecto al Gobierno—. Por cierto, ¡estoy quemada, muy quemada! –exclamó de pronto—. Menos mal que por fin has cambiado tu actitud  conmigo porque con el día que llevo, lo único que me hacía feliz era verte, y tu reacción no ha sido la que me esperaba.
—Perdóname, por favor, me has pillado en algo importante y como no te esperaba, no he sabido reaccionar. No he debido tratarte mal, pero si te soy sincero, no tengo fama de saber tratar demasiado bien a las mujeres. Más bien cero patatero, y no porque no quiera, sino porque no sé, simplemente. Lo siento, ¿vale? ¿Quieres contarme qué es lo que te ha pasado?
—A mí no me pareció el sábado que no supieras tratar a las mujeres –le contradijo Aitana.
—El sábado era Bond. Cuando soy Hugo, entiendo mejor a los ordenadores que a las mujeres, créeme. ¿Me lo cuentas?
—¡Claro! Pues resulta que esta mañana cuando he llegado al gimnasio, mi jefe ha querido que fuera a su despacho para decirme que me tiene que bajar el sueldo porque no me puede pagar más. Me ha reducido al salario mínimo interprofesional, ¿te lo puedes creer? ¿Cómo voy a vivir solo con eso? ¡Por mucho que diga el presidente del Gobierno, el salario mínimo es una mierda! ¡Cómo se nota que él cobra un dineral mensual y no sabe lo que es vivir con tan solo setecientos euros! ¿Qué opinas tú de los políticos? ¡Menudos sinvergüenzas! ¡Y menos mal que comparto piso porque si no…!
—Lo siento por ti, preciosa, pero no me gusta hablar de política.
—¿No? Vaya, pues eres el primer tío que prefiere callar ante una injusticia política, porque que cobren esa burrada por ¡total, ¿qué hacen?!, ¿eh? ¿De qué partido eres tú?
—De ninguno, soy apolítico.
—¿En serio?
—Sí, me parecen todos el mismo perro pero con distinto collar. Veamos la película, ¿vale, mi chica caída del cielo? –intentó ser seductor, para desviar el tema y que su chica de ojos verdes dejara de hablar de algo de lo que él tenía prohibido mencionar.
Aitana se mordió los labios para no seguir hablando del tema. Pensaba que contarle aquella mentira habría hecho que Hugo se rebotase y saltase contra el sistema, despotricando y haciéndole ver lo que pensaba al respecto. Sin embargo, había creado un muro sobre el asunto y se dio cuenta de que le iba a costar más de lo que se imaginaba conseguir algo de él.
Vieron la película en silencio, aunque Aitana, en alguna ocasión puso los ojos en blanco ante las situaciones tan exageradas que se representaban. Cuando acabó, aprovechó el momento en el que Hugo fue al baño, para coger su teléfono móvil, que estaba sobre la mesa, e introducirle un chip rastreador. Habría querido entrar en su ordenador, pero no contaba con tiempo suficiente, así que decidió dejarlo para otro día.
—¿Qué te ha parecido la película? –preguntó el informático cuando regresó del baño.
—Fantástica –respondió ella, más por lo inverosímil que le parecían las situaciones que se daban, que porque le hubiese parecido un film maravilloso.
De pronto, el móvil de Hugo sonó, y este, al ver de quién se trataba, lo cogió y salió del comedor, dejando a Aitana en aquel extraño museo, muerta de curiosidad.
La joven no tardó en ponerse en pie, y como estaba descalza, sigilosa, se acercó hasta donde lo podía escuchar sin ser vista.
—Ahora no puedo hablar, no estoy solo –oyó que susurraba—. Podemos quedar dentro de una hora tal y como habíamos acordado, no creo que tarde mucho en irse… Sí, es la chica de la fiesta… ¡Claro que tengo cuidado!... No sé mucho de ella, pero ¿qué cojones? Solo la conozco desde hace tres días pero parece buena persona… Sé que habíamos quedado, pero se ha presentado sin avisar… Tranquilo que eso no va a impedir que acuda… ¡Claro, por eso he tenido que desconectarme! ¿Qué querías que hiciera si se me ha sentado en las rodillas?... No, no sé nada… Me ha dado un beso, pero eso no quiere decir que le guste… ¿Y yo qué sé por qué ha venido?... Vale sí, parece que le gusto, ¿tan difícil es de creer?... Vale, vale, eres muy gracioso, ja ja –marcó una risa irónica, y Aitana se puso nerviosa pues parecía que la conversación fuera a acabar, pero no quería moverse de su sitio porque no pensaba perder detalle alguno—. Te veo en una hora, ya veré qué excusa le pongo… Que síiii, que no te fallo, ¿alguna vez lo he hecho?... Ni por una chica de ojos verdes, te lo juro por James Bond… Jajajajaja, sabes que eso en mí no falla… ¿Cómo voy a decepcionar al gran agente 007?... Jajajaja… Nos vemos, Enzo.
Aitana corrió al comedor y se dejó caer sobre el sofá, mirándose las uñas como si estuviera pensando en hacerse la manicura.
—Siento haberte dejado sola, era trabajo –se disculpó el chico, al darse cuenta de lo aburrida que se la veía.
—No importa, ya estás aquí. ¿Tienes que volver al tajo o podemos ver otra peli? ¡Al final conseguirás que me enganche! –improvisó sobre la marcha.
—Lo siento pero debo trabajar, ya he perdido demasiado tiempo.
—Si no llevo aquí ni tres horas –reprobó ella, haciéndose la remolona.
—Tres horas que tengo que recuperar. Por favor, no te disgustes. Me encanta estar contigo, pero podemos quedar otro día… del fin de semana, ¿vale? Intento dejar a un lado el ordenador cuando llega el viernes por la noche.
—¿Intentas?
—Sí, porque no siempre lo consigo –rio, pensando que ella debía de creer que era un adicto al trabajo.
—Oh, vaya, pues es una pena. Uno debe desconectar el fin de semana, ¿tú te has visto los ojos?
—Lo sé, pero mi trabajo es importante.
—¿Reparar sistemas operativos es tan importante? –preguntó ella, haciéndole ver que no pensaba que le fuera a salvar la vida a nadie con ello.
—Sí, bueno… —Hugo no se refería a ese trabajo, pero no podía darle más información, así que tuvo que retractarse— Tienes razón, mi trabajo es una mierda. ¿Nos vemos el viernes?
—No sé, no sé –respondió Aitana, poniéndose la mano en la barbilla, como si se lo estuviese pensando—. Ya te llamo yo, si no tengo otro plan.
—¿En serio? –Hugo no se podía creer la actitud de aquella mujer: parecía no querer que terminase la improvisada cita de esa tarde, le advertía de que no hacía bien trabajando los fines de semana, ¿y ahora se hacía la desinteresada para volver a verse el viernes? Desde luego, cada día entendía menos a las mujeres.
—Es broma, supongo que podré quedar; pero de todos modos, hablamos.
—De acuerdo. Y oye –dijo antes de que Aitana, una vez puestas las botas y cogido el bolso, se dispusiese a marcharse—, no es que te esté echando, ¿vale? Es que tengo que trabajar, en serio.
—Vale guapo, no pasa nada. Nos vemos el viernes –lo tranquilizó ella, dándole un beso en la mejilla, ahora presurosa por irse, pues por nada del mundo pensaba dejar que fuera a dondequiera que hubiese quedado con ese tal Enzo, sin que ella lo siguiese.
Corrió hasta su coche, y una vez allí, antes de entrar en él, se dio cuenta de que se había ido con la vieja camiseta de Hugo y se había dejado su jersey de lana sobre la calefacción, lugar en donde lo había colocado para que se secase con el calor. Bien, no pensaba volver en ese momento; sabía que Hugo le había mentido, iba a salir en breve y eso le serviría de excusa para volver a verlo antes del viernes. Una sonrisa perversa asomó de sus labios al pensar que le estaban saliendo las cosas mejor de lo que en un principio habría imaginado.

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