Biel y Helena estaban en el parque jugando
al escondite. Eran primos y se llevaban tan solo dos semanas, por lo que se
estaban criando juntos y se querían muchísimo. Era verano y estaban de
vacaciones. Esa mañana los estaba cuidando su iaia porque los papás estaban
trabajando. Además, la mamá de Biel había tenido que ir al médico y su hermana,
la mamá de Helena, la había acompañado.
La iaia no les quitaba la vista de encima,
pero se ponía nerviosa porque cuando uno de ellos estaba escondido, se preocupaba
por no verlo y parecía que ella también jugaba ya que buscaba con la mirada y
hacía el mismo itinerario que al que le tocaba encontrar.
Estaba Helena escondida y Biel la estaba
buscando. Cuando la descubrió, corrió hacia el lugar en el que tenían que
delatarse y Helena al verse descubierta hizo lo mismo. Era una carrera bastante
reñida y la iaia puso su vista sobre el
libro que de vez en cuando leía unos segundos, puesto que ya no había peligro.
Los dos se dirigían a “mare”. Pero de pronto Helena cayó en un agujero y se vio
bajo tierra en un santiamén. Biel, al ver que su prima había desaparecido,
corrió al lugar en donde la había visto caer y se asomó por el pequeño agujero.
Vio a su prima sentada en el suelo y un poco despeinada.
— Biel, baja
aquí conmigo, quiero enseñarte algo.— dijo Helena.
— Pero si no
nos ve la iaia se enfadará. – contestó el sensato de Biel.
— Va a ser
solo un momento. – aseguró su prima.
Biel hizo
caso a su querida prima y se dejó caer por el agujero. Era como un tobogán de
arena y le pareció muy divertido. Cuando estuvo con su prima, ésta le indicó
para que mirara una flecha que decía “PARA RESCATAR AL PRÍNCIPE PABLO”.
Helena tenía un hermano que le llevaba diez
años llamado Pablo. Su hermano hacía un mes que había desaparecido, pero no
estaban muy preocupados porque normalmente todo el que desaparecía en extrañas
circunstancias, a los dos meses aparecía en la “Oficina de objetos y no tan
objetos perdidos”, por lo que les quedaba esperar un mes más. Pero esa flecha
bajo tierra indicando un túnel subterráneo, la verdad es que era muy
sospechoso. O al menos eso quería ella pensar.
— ¿No estarás
pensando que esta flecha es para rescatar a tu hermano? ¡Sabes que Pablo no es
ningún príncipe! – exclamó Biel.
— Lo sé, pero
¿y si lo fuera?
— ¿Qué
quieres decir?
— Sea lo que
sea, hay un Pablo en apuros ¿no? Y está flecha indica el camino para
rescatarlo.
— Helena, has
dicho que bajara un momento. Si la iaia no nos ve nos la vamos a cargar. –
insinuó con toda la razón el primo Biel.
— Porfa
porfa, ¿y si se trata de mi hermano? – rogó Helena.
— Y aún así
¿qué podríamos hacer nosotros? Solo tenemos seis años. – argumentó Biel, otra
vez con razón de peso.
— Porfa porfa
– insistía su prima – Mira: Podríamos seguir la flecha a ver hasta donde nos
lleva y si vemos que se nos hace muy tarde volvemos ¿vale? Porfiii.
— Está bien –
dijo Biel haciéndose el remolón – Pero solo un rato ¿eh? Si nos lleva muy lejos
volvemos.
— ¡Gracias! –
exclamó Helena dándole un abrazo a su primo.
El túnel bajo tierra estaba iluminado con
unos farolitos de colores, lo que hizo que Biel y Helena se entretuvieran
mirándolos y no se dieran cuenta de lo lejos que se iban. De pronto llegaron a
una especie de charco con un tubo redondo que parecía que subía hasta la
superficie. En la pared del tubo había un cartel que ponía “POZO DE LOS DESEOS.
DA TRES SALTOS EN EL CHARCO MIENTRAS PIDES UN DESEO Y SE CUMPLIRÁ”.
Los dos primos se miraron asombrados y
decidieron que no les pasaría nada malo por intentarlo. La primera que lo hizo
fue Helena, la cual, levantándose un poco el vestido para que no se le mojara
al salpicar, dijo mientras daba los tres saltitos:
— Deseo
encontrar a mi hermano Pablo.
A
continuación salió del charco y dejó entrar e su primo, el cual hizo lo mismo
diciendo:
— Deseo tener
un hermano.
Helena se
sorprendió porque su primo nunca le había dicho nada al respecto, y le sonrió
porque pensó que ahora podría seguir convenciéndolo para buscar al príncipe
Pablo.
Los dos primos subieron por una escalera de
cuerda que había colgada y que llegaba hasta la superficie, y una vez arriba
vieron que estaban en un bosque. Al principio se asustaron mucho porque creían
que seguirían estando en el mismo parque c uando salieran, pero se calmaron al
ver que había otra indicación que decía “PARA RESCATAR AL PRÍNCIPE PABLO”. Como
no sabían dónde estaban, decidieron que lo mejor sería seguir buscando al
príncipe, y si conseguían rescatarlo, le pedirían ayuda para volver con su
iaia.
Siguieron la indicación de la flecha y enseguida
se adentraron en un camino con naranjos a ambos lados.
— Umm, ¡qué
hambre tengo! – exclamó Biel.
— No Biel, no
comas del árbol. – aconsejó Helena – Mi mamá me tiene dicho que no coma nada
que no me dé ella, y además no sabemos si esas naranjas son buenas o no.
— Ya lo sé,
mi mamá también me dice lo mismo. Pero tengo mucha hambre y no podemos volver
con la iaia porque nos hemos perdido ¿y de quién ha sido la culpa? – contestó
Biel malhumorado pensando en el bocadillo de jamón que su mamá le había
preparado para almorzar esa mañana y que no se podría comer.
— Bueno,
pruébala. Pero si está mala no te la comas. – insistió Helena.
— Pues claro,
¿te crees que soy tonto? – refunfuñó Biel, al tiempo que cogía una naranja de
un árbol.
— Claro que
no. – le contestó su prima.
Biel peló la
naranja y le dio un bocado mientras Helena esperaba a que con su cara al morder
le indicara si estaba buena o no. De pronto Biel empezó a reír a carcajadas.
— Jaaaaaaaaaaajajaja
jaaaaaaaaaaajajaja.
— Biel ¿qué
te pasa? – preguntó su prima intrigada.
— Jaaaaaaaaaaajajaja
jaaaaaaaaaaajajaja. – seguía riendo su primo.
Tal fue la risa que le entró que cayó al suelo
y empezó a rular desternillándose sin poder parar de reír. Helena se arrodilló
hasta donde estaba su primo y lo zarandeó preguntándole el motivo por el que se
reía tanto, pero Biel no podía contestar, y seguía mondándose de risa. Entonces
Helena vio un cartel colgando de un naranjo que decía “NARANJAS DE LA RISA. COMED SOLO EN CASO DE
SENTIRSE TRISTE”.
— Oh, no.— se
lamentó Helena por no saber hasta cuando duraría el efecto de la naranja en su
primo.
Al menos solo
se había comido un gajo, por lo que esperaba que no durara mucho rato. Tirar de
él con tal ataque de risa era muy pesado.
Siguieron caminando por el sendero de
naranjos durante unos veinte metros más, los cuales a Helena le parecieron
kilómetros y eso que todavía no entendían de medidas, pero cargar con su primo
el risueño era agotador.
De pronto el
camino se acabó y se vieron en el canto de una montaña. A Biel se le cortó la
risa en seco. A continuación tenían una cuesta hacia abajo tremendamente
empinada. Lo bueno era que al final de la cuesta había una casita, y pensaron
que allí podrían preguntar dónde se hallaban e intentarían volver al parque con
su iaia. Entonces fue cuando Biel vio la siguiente flecha clavada en el suelo
de la cuesta que decía “PARA RESCATAR AL PRÍNCIPE PABLO”. Biel se sentó en la
cima dispuesto a dejarse caer hasta abajo, pero ahora era Helena la que
permanecía de pie sin decidirse.
— ¡Vamos!
Siéntate conmigo – la instó Biel.
— Pero, mi
vestido, se me va a romper. – dijo Helena.
— Oh, no ¡Es
arena de playa! Está blandito ¡Vamos! ¿No quieres rescatar al príncipe?
— ¿Arena de
playa?
Entonces Biel
y Helena se dieron cuenta de que detrás de la casita que había al final de la
cuesta, estaba el mar.
— ¡Vamos! –
insistió Biel.
Helena hizo
caso a su primo y se sentó a su lado.
— Será como
un juego – dijo Biel – A la de una, a la de dos y a la que va… de… ¡tres! – y
se dejó caer dando vueltas por la arena.
Helena siguió
a su primo. La arena estaba calentita por el sol y empezaron a jugar sobre ella
al tiempo que iban bajando.
— Yujuuuuuuuuu
– gritó Biel.
— Wuauuuuuuuu
– lo acompañó Helena.
Cuando
llegaron abajo quedaron los dos sentados sobre una arena mojada más dura.
Helena se espolsó la arena seca de su vestido y con cuidado, ambos se
dirigieron a la casita. Desde la ventana pudieron ver a Pablo dentro de una
jaula como si fuera un animalito del zoo.
— ¡Oh, no!
Pobrecito mi hermano. – se lamentó Helena.
— Pero ¿Cómo
puede ser tu hermano el príncipe? – preguntó Biel sorprendido.
— No lo sé,
pero vamos a sacarlo de ahí. – contestó Helena.
Pero ¿cómo lo
harían? Primero tenían que asegurarse de que en la casa no había nadie más.
Quienquiera que hubiera secuestrado a Pablo, si los veía los metería también en
la jaula. Dieron la vuelta a la casa mirando por las ventanas que
afortunadamente no tenían persianas, y comprobaron que no había nadie en las
habitaciones ni en la cocina. Solo les quedaba por ver el cuarto de baño porque
no daba al exterior, pero decidieron entrar en la casa y esconderse hasta que
verificaran que tampoco allí había nadie. Volvieron a la ventana de la
habitación en la que habían visto a Pablo enjaulado y la abrieron con cuidado
de no hacer ruido ¿Cómo podía ser tan fácil? Seguramente no habían pensado que
nadie pudiera llegar hasta allí, pero ¡si habían carteles indicando el camino!
Los dos
primos entraron en la habitación y enseguida Pablo los vio.
— ¿Qué hacéis
aquí? ¿Os habéis vuelto locos? Como el brujo Isidoro os encuentre os encerrará
aquí conmigo.— dijo Pablo preocupado por su primo y hermana.
— Hemos
venido a rescatarte siguiendo las flechas que nos han indicado el camino. –
dijo Helena.
— Pero ¿eres
un príncipe? – preguntó Biel.
— Es una
historia larga para contar ahora. Si habéis venido a rescatarme, abrid la jaula
y vámonos antes de que os descubran. – dijo Pablo – La llave la lleva el brujo
siempre consigo, pero ahora está en el aseo duchándose para estar guapo porque
piensa ir a conquistar a mi princesa, por lo que imagino que las habrá dejado
en algún sitio. Aunque no creo que estén muy lejos de él.
— Habrá que
entrar en el aseo y buscarlas. – dijo Biel.
— Tened mucho
cuidado, por favor. – pidió Pablo.
Los dos
primos fueron en silencio hasta el cuarto de baño y oyeron el sonido del agua
en la ducha. Por suerte, el brujo estaba cantando “A la isla Margarita iré y a
la princesa conquistaré…” por lo que no oyó a los dos niños entrar. Biel y
Helena miraron por todas partes pero no veían la llave en ningún sitio. De
pronto Helena la vio colgando de una alcayata en la pared, pero era muy alto y
unos niños de seis años no llegaban hasta ella. No había ninguna silla en la
que subirse.
— Sube en mis
hombros – le dijo Biel a su prima agachándose un poco para que le fuera fácil.
Helena subió
a los hombros de su primo y sin no pocos equilibrios para mantenerse ambos en
pie, llegaron hasta la llave y una vez Helena la cogió, bajó al suelo y
salieron en silencio del aseo. Una vez fuera corrieron hasta la jaula, la
abrieron y salieron de la casa.
— ¡Vamos
chicos! Hay que coger una barca – dijo Pablo señalando las barcas que habían a
la orilla del mar.
— Pero Pablo
¡No es por ahí por donde hemos venido! – exclamó Helena.
— Lo sé
¡vamos! – insistió Pablo mientras corría dirigiéndose a las barcas.
Biel y Helena
lo siguieron porque al fin y al cabo, él era el mayor, y tenían que hacerle
caso. Arrastraron una barca hasta adentrarla en el mar, y una vez allí subieron
en ella al tiempo que Pablo decía:
— Vosotros
dos remad de un lado y yo remaré del otro.
— Pero ¿dónde
vamos? – preguntó Helena.
— Vale, creo
que os debo una explicación, sobre todo porque me habéis rescatado. – dijo
Pablo, y se dispuso a contarles su historia mientras remaban – Hace dos meses
conocí a la princesa Valentina, sabéis que el reino de sus padres es la isla
Margarita, pues allí es donde vamos. Me enamoré de ella al instante, y lo mejor
de todo es que fui correspondido. Pero había un problema, y era que su familia
nunca me aceptaría a no ser que fuera un príncipe. Valentina me habló del pozo
de los deseos y me dijo que en el momento en que yo fuera príncipe, con un beso
en los labios sellaríamos nuestro compromiso y ya nadie nos podría separar. Así
que fui hasta el pozo, y dando tres saltos pedí ser príncipe. Se cumplió al
instante, pero cuando salí del pozo el brujo Isidoro me estaba esperando y me
secuestró para impedir que fuera con la princesa porque él también está
enamorado de ella. Y por eso ahora nos dirigimos hacia la isla, para llegar
antes que el brujo, porque además en cuanto se dé cuenta de que he sido
rescatado empleará su brujería para llegar antes que nosotros, de eso estoy
seguro.
— ¡Pues
esperemos que tarde mucho en salir de la ducha! – exclamó Biel – Lo que no
entiendo es cómo es que habían flechas indicando para rescatarte.
— Yo tampoco,
pero por suerte eso ha hecho que me encontrarais ¿no?
— Sí. –
contestó Helena contenta de estar con su hermano.
Biel se quedó
un poco triste pensando que a sus primos se les había concedido el deseo del
pozo.
— Y si es un
brujo ¿cómo va a conquistar a la princesa? – preguntó Helena mientras Biel
seguía ensimismado.
— Precisamente
por ser brujo puede convertirse en lo que quiera. Creo que tenía pensando
transformarse en mí para convencerla y que le bese. – contestó Pablo a su
hermana.
Llegaron a la
orilla de la isla y falcaron la barca. Ahora tenían que encontrar un castillo.
Pero solo se veían árboles. Parecía una isla paradisíaca. Fue Biel el que vio
el sendero ladeado de manzanos con la flecha que indicaba “AL CASTILLO”.
— ¡Manzanas!
¡Qué hambre tengo! – exclamó Pablo.
— Espera un
momento. No quiero que pase como con las naranjas. – dijo Helena empezando a
buscar algún cartel que indicara si eran comestibles.
A los pocos
metros fue cuando lo vio. El cartel que colgaba del árbol decía “MANZANAS
ENERGÉTICAS. COMED SOLO EN CASO DE SENTIRSE MUY DÉBIL “.
— Pues yo me
voy a comer una, – dijo Pablo – porque la verdad es que ese brujo me tenía a
pan y agua y sí que me encuentro muy débil.
— Y yo
después de haber remado tanto, y que ya tenía hambre antes, también me voy a
comer una. – dijo Biel.
— Entonces me
comeré una yo también, porque no quiero ser la única que no tenga energía. – se
convenció Helena.
Los tres se comieron
la manzana y se sintieron llenos de energía. Biel dio tal salto que llegó a
tocar una nube y Helena cuando lo vio quiso hacer lo mismo. Empezaron a saltar
tocando nubes y cuando uno subía bajaba el otro y al revés. Y para divertirse
más quisieron chocarse las manos cuando se cruzaban por el aire. Era muy
divertido.
— Chicos,
vamos ya, dejad de jugar. Os recuerdo que tengo que besar a una princesa. – les
dijo Pablo.
— Eso, tú
tienes que besar a una princesa, no nosotros. – le contestó su hermana.
— Pues si no
pensáis ayudarme me adelanto a vosotros. No puedo permitir que me gane el
brujo. – les dijo Pablo saliendo disparado como una bala de rápido.
Cuando Pablo
llegó al castillo se encontró con que el brujo Isidoro había usado su magia
para llegar antes que él y se había transformado en una copia de sí mismo.
Tenía cogido a la princesa Valentina de la mano y oyó que ésta le decía:
— Al ver que
tardabas tanto, fui al pozo de los deseos y pedí que se solucionara cualquier
cosa que te impidiera estar conmigo, y ya estás aquí…
Pablo entró
en la sala del castillo en la que se encontraban la princesa y el brujo y le
gritó porque vio que estaba a punto de besarlo:
— ¡Nooooo,
princesa no le beses! Es el brujo Isidoro transformado en mí para sellar el
compromiso contigo. Me tenía secuestrado.
— No le hagas
caso. – dijo el brujo poniéndole el morro para que Valentina lo besara.
— ¡Pero esto
qué significa? – se extrañó la princesa al ver a dos príncipes Pablo.
— Valentina,
el Pablo que te tiene cogida de la mano es un farsante. – insistió el verdadero
Pablo.
— No, él es
el farsante. – gritó el brujo Isidoro.
La princesa
estaba aturdida y no sabía a qué Pablo creer. Entonces aparecieron Biel y
Helena, que ya se habían cansado de jugar y habían llegado al castillo para
ayudar a su primo y hermano.
— ¿Quiénes
sois vosotros? – preguntó la princesa.
— Son mi
hermana y mi primo. – dijo el falso Pablo. Los niños creyeron que era el
verdadero Pablo puesto que los había reconocido.
— No le
hagáis caso. – dijo el verdadero – Son MI hermana y MI primo. No tiene nada que
ver que el brujo los halla reconocido porque sabe quiénes son, pero él miente.
— ¿Cuándo es
mi cumpleaños? – preguntó Helena, que había empezado a dudar de cual era su
verdadero hermano y quería recuperarlo de una vez.
— El 12 de
Abril – dijo el verdadero.
— Eso también
lo sabía yo pero no me has dado tiempo a contestar. – dijo el brujo.
— ¿Y el mío?
Cualquiera que sea mi primo ¿sabéis cuando es mi cumpleaños? – preguntó Biel.
— Contesta tu
primero, ya que dices que antes no te he dado tiempo. – sugirió Pablo.
El brujo se
puso nervioso e intentó besar a Valentina a la fuerza, pero ésta, que no tenía
claro quién era su verdadero amado, se resistió. Quería que contestara a la
pregunta y estaba tardando demasiado.
— Es que el
primo es más difícil que mi propia hermana. – dijo al fin.
— Pues yo sí
que lo sé ¿lo sabes tú o no? – preguntó Pablo sabiendo que tenía las de ganar.
— Dilo. –
ordenó Biel.
— El 29 de
Marzo. – dijo Pablo.
— ¿Es
correcto? – le preguntó la princesa a Biel.
— Sí. –
contestó.
Entonces la
princesa se soltó del falso Pablo y corrió hacia el verdadero, y en cuanto
llegó a él le dio un dulce beso en los labios, que selló su amor para siempre.
— ¡Noooooooooo!
Vosotros dos habéis tenido la culpa – gritó el brujo volviendo a su aspecto
normal y apuntando a los niños con la barita que acababa de sacar de su
chaqueta.
Biel, al
sentirse amenazado por la barita del brujo, corrió raudo y veloz porque todavía
le quedaba energía gracias a la manzana y cogió un espejo que había visto sobre
el tocador de la princesa. Corrió hacia su prima y se puso de escudo sobre ella
y el espejo sobre sí de manera que cuando el hechizo producido por la barita le
llegó, rebotó sobre el espejo y fue a parar al brujo Isidoro, que quedó
convertido en el conejo Isidoro y la barita le cayó al suelo.
— Oh, qué
conejo más bonito ¡podríamos quedárnoslo de mascota! – sugirió Helena.
— Sí, pero
primero necesitamos una jaula. A ver si esto funciona. – dijo Pablo mientras
cogía la barita y la agitaba para crear una jaula. – Ahora vas a saber lo que
se siente al estar enjaulado. – dijo metiendo el conejo en su nueva casa. –
Chicos, tomad vuestra nueva mascota, pero mantenedla siempre alejada de la
barita.
Los niños
cogieron la jaula entre los dos porque pesaba mucho.
— ¿Podemos
volver ya a casa? – preguntó Helena, que empezaba a sentirse cansada.
— Sí, por
favor. Si tenemos que subir la cuesta de arena necesitaré comerme otra manzana.
– dijo Biel.
— ¿Qué cuesta
de arena? – preguntó la princesa.
— Hemos
seguido un camino para rescatar a mi hermano en el cual pasábamos por una
cuesta de arena que por suerte tuvimos que bajar.— explicó Helena.
— Oh, no hace
falta ahora seguir ese camino. En realidad estamos cerca de vuestra casa. Lo
que pasa es que pedí al pozo de los deseos que Pablo llegará hasta mí porque se estaba retrasando mucho desde que
habíamos quedado y no sabía por qué. Claro que como lo tenía el brujo
secuestrado el pozo se ingenió una forma en que pudiera ser rescatado y se
cumpliera mi deseo. – explicó la princesa – Ahora solo tenemos que remar un
poco para cruzar al otro lado.
Los cuatro
subieron en la barca que un rato antes habían dejado falcada a la arena y
cuando llegaron al otro lado de la orilla, Biel y Helena se dieron cuenta de que
reconocían el sitio. Pero vieron a su iaia preocupada buscándolos y se
asustaron por el castigo que les iba a caer. Se escondieron detrás de un árbol
mientras pensaban junto con Pablo y Valentina qué les iban a contar a su iaia
para que el castigo fuera menor.
De pronto se
les apareció una hermosa chica con el cabello dorado hasta los pies y un
vestido plateado la cual les dijo:
— Hola, soy
el hada del pozo de los deseos. Como ninguno de vosotros ha pedido deseos
materiales como estoy acostumbrada a escuchar os voy a conceder un deseo común.
Voy a hacer que vuestra iaia no recuerde haber estado más de un minuto sin
veros. Y aunque Pablo pidió ser príncipe, no lo hizo por ansias de riqueza sino
que lo hizo por amor, así que voy a concederos que nadie recuerde que ha estado
desaparecido para que no tengáis que explicar cómo dos niños de seis años se
alejaron de su iaia para rescatarlo. Ya podéis ir con vuestra iaia, que no os
reñirá.
— Pero, hada
del pozo… – dijo Biel cogiéndola de la falda puesto que vio que pretendía irse
ya – Mi deseo no se ha cumplido.
— Biel,
tienes que tener paciencia. Hay deseos que no se pueden cumplir en el acto. –
le contestó el hada desvaneciéndose al tiempo que les lanzaba un beso con la
mano.
Los dos niños
corrieron hacia su iaia seguidos de Pablo y Valentina, que iban cogidos de la
mano. Cuando llegaron hasta ella la abrazaron por la cintura, que era todo lo
que sus cuerpecitos de seis años llegaban.
— Pero ¿qué
es esto? – preguntó la iaia extrañada – Andad a jugar, pero no os alejéis mucho
que yo ya estoy mayor para estar corriendo detrás de vosotros.
Pablo se
acercó a su iaia y le presentó a Valentina como su novia, pero no le explicó
que ahora él era un príncipe porque al fin y al cabo como ya habían sellado su
amor, ya no tenía importancia que lo fuera. Además la iaia no se dio cuenta de
que se trataba de la princesa de la isla Margarita.
Cuando los papás de Biel y Helena fueron a
casa de los iaios a recogerlos por la noche los hallaron durmiendo porque
estaban muy cansados. Una vez les había pasado el efecto de la manzana les
había caído el cansancio de la aventura.
— Biel,
despierta. Tengo que contarte algo – le dijo su mamá.
Biel se hizo
el remolón. La que sí se despertó fue Helena al oír a su tía puesto que estaban
en la misma habitación. Cuando Biel se despertó, su mamá reunió a toda la
familia en el comedor de la casa de los iaios.
— Como sabéis
esta mañana he ido al médico – empezó a decir la mamá de Biel – Pero no he ido
porque esté enferma… He ido porque… ¡Estoy embarazada!
— ¡Yupiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
– gritó Biel corriendo para abrazar a su madre.— ¡Se ha cumplido…! ¡mi deseo se
ha cumplido!
— ¿Ves como
solo tenías que tener paciencia como te dijo el hada del pozo? – le preguntó su
primo Pablo mientras se unía al abrazo cogiendo a su hermanita para se uniera
también.
— ¿Cómo? –
preguntó la mamá de Biel extrañada por el comentario del hada.
— Nada nada –
dijeron Biel, Pablo y Helena al unísono. Y los tres empezaron a reír: Pablo
había sellado su amor con Valentina, Helena había recuperado a su hermano y
Biel tenía un hermanito en camino, solo tenía que tener paciencia y en nueve
meses su deseo se haría realidad.
Este cuento lo escribí porque mi hermana quería dar la opción en su empresa de animación infantil de hacer cuentos personalizados para los nenes. La idea no prosperó, pero yo me lo pasé muy bien escribiendo un cuento en el que los protagonistas eran mis hijos y mi sobrino. Mi sobrina Vera estaba de camino pero aún no sabíamos que sería ella así que no la pude personalizar pero bueno, es un bonito recuerdo para cuando los peques sean mayores.
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