miércoles, 11 de febrero de 2015

EL POZO DE LOS DESEOS. Cuentos personalizados

    Biel y Helena estaban en el parque jugando al escondite. Eran primos y se llevaban tan solo dos semanas, por lo que se estaban criando juntos y se querían muchísimo. Era verano y estaban de vacaciones. Esa mañana los estaba cuidando su iaia porque los papás estaban trabajando. Además, la mamá de Biel había tenido que ir al médico y su hermana, la mamá de Helena, la había acompañado.
    La iaia no les quitaba la vista de encima, pero se ponía nerviosa porque cuando uno de ellos estaba escondido, se preocupaba por no verlo y parecía que ella también jugaba ya que buscaba con la mirada y hacía el mismo itinerario que al que le tocaba encontrar.
   Estaba Helena escondida y Biel la estaba buscando. Cuando la descubrió, corrió hacia el lugar en el que tenían que delatarse y Helena al verse descubierta hizo lo mismo. Era una carrera bastante reñida  y la iaia puso su vista sobre el libro que de vez en cuando leía unos segundos, puesto que ya no había peligro. Los dos se dirigían a “mare”. Pero de pronto Helena cayó en un agujero y se vio bajo tierra en un santiamén. Biel, al ver que su prima había desaparecido, corrió al lugar en donde la había visto caer y se asomó por el pequeño agujero. Vio a su prima sentada en el suelo y un poco despeinada.
— Biel, baja aquí conmigo, quiero enseñarte algo.— dijo Helena.
— Pero si no nos ve la iaia se enfadará. – contestó el sensato de Biel.
— Va a ser solo un momento. – aseguró su prima.
Biel hizo caso a su querida prima y se dejó caer por el agujero. Era como un tobogán de arena y le pareció muy divertido. Cuando estuvo con su prima, ésta le indicó para que mirara una flecha que decía “PARA RESCATAR AL PRÍNCIPE PABLO”.
    Helena tenía un hermano que le llevaba diez años llamado Pablo. Su hermano hacía un mes que había desaparecido, pero no estaban muy preocupados porque normalmente todo el que desaparecía en extrañas circunstancias, a los dos meses aparecía en la “Oficina de objetos y no tan objetos perdidos”, por lo que les quedaba esperar un mes más. Pero esa flecha bajo tierra indicando un túnel subterráneo, la verdad es que era muy sospechoso. O al menos eso quería ella pensar.
— ¿No estarás pensando que esta flecha es para rescatar a tu hermano? ¡Sabes que Pablo no es ningún príncipe! – exclamó Biel.
— Lo sé, pero ¿y si lo fuera?
— ¿Qué quieres decir?
— Sea lo que sea, hay un Pablo en apuros ¿no? Y está flecha indica el camino para rescatarlo.
— Helena, has dicho que bajara un momento. Si la iaia no nos ve nos la vamos a cargar. – insinuó con toda la razón el primo Biel.
— Porfa porfa, ¿y si se trata de mi hermano? – rogó Helena.
— Y aún así ¿qué podríamos hacer nosotros? Solo tenemos seis años. – argumentó Biel, otra vez con razón de peso.
— Porfa porfa – insistía su prima – Mira: Podríamos seguir la flecha a ver hasta donde nos lleva y si vemos que se nos hace muy tarde volvemos ¿vale? Porfiii.
— Está bien – dijo Biel haciéndose el remolón – Pero solo un rato ¿eh? Si nos lleva muy lejos volvemos.
— ¡Gracias! – exclamó Helena dándole un abrazo a su primo.

   El túnel bajo tierra estaba iluminado con unos farolitos de colores, lo que hizo que Biel y Helena se entretuvieran mirándolos y no se dieran cuenta de lo lejos que se iban. De pronto llegaron a una especie de charco con un tubo redondo que parecía que subía hasta la superficie. En la pared del tubo había un cartel que ponía “POZO DE LOS DESEOS. DA TRES SALTOS EN EL CHARCO MIENTRAS PIDES UN DESEO Y SE CUMPLIRÁ”.
    Los dos primos se miraron asombrados y decidieron que no les pasaría nada malo por intentarlo. La primera que lo hizo fue Helena, la cual, levantándose un poco el vestido para que no se le mojara al salpicar, dijo mientras daba los tres saltitos:
— Deseo encontrar a mi hermano Pablo.
A continuación salió del charco y dejó entrar e su primo, el cual hizo lo mismo diciendo:
— Deseo tener un hermano.
Helena se sorprendió porque su primo nunca le había dicho nada al respecto, y le sonrió porque pensó que ahora podría seguir convenciéndolo para buscar al príncipe Pablo.
    Los dos primos subieron por una escalera de cuerda que había colgada y que llegaba hasta la superficie, y una vez arriba vieron que estaban en un bosque. Al principio se asustaron mucho porque creían que seguirían estando en el mismo parque c uando salieran, pero se calmaron al ver que había otra indicación que decía “PARA RESCATAR AL PRÍNCIPE PABLO”. Como no sabían dónde estaban, decidieron que lo mejor sería seguir buscando al príncipe, y si conseguían rescatarlo, le pedirían ayuda para volver con su iaia.
    Siguieron la indicación de la flecha y enseguida se adentraron en un camino con naranjos a ambos lados.
— Umm, ¡qué hambre tengo! – exclamó Biel.
— No Biel, no comas del árbol. – aconsejó Helena – Mi mamá me tiene dicho que no coma nada que no me dé ella, y además no sabemos si esas naranjas son buenas o no.
— Ya lo sé, mi mamá también me dice lo mismo. Pero tengo mucha hambre y no podemos volver con la iaia porque nos hemos perdido ¿y de quién ha sido la culpa? – contestó Biel malhumorado pensando en el bocadillo de jamón que su mamá le había preparado para almorzar esa mañana y que no se podría comer.
— Bueno, pruébala. Pero si está mala no te la comas. – insistió Helena.
— Pues claro, ¿te crees que soy tonto? – refunfuñó Biel, al tiempo que cogía una naranja de un árbol.
— Claro que no. – le contestó su prima.
Biel peló la naranja y le dio un bocado mientras Helena esperaba a que con su cara al morder le indicara si estaba buena o no. De pronto Biel empezó a reír a carcajadas.
— Jaaaaaaaaaaajajaja jaaaaaaaaaaajajaja.
— Biel ¿qué te pasa? – preguntó su prima intrigada.
— Jaaaaaaaaaaajajaja jaaaaaaaaaaajajaja. – seguía riendo su primo.
 Tal fue la risa que le entró que cayó al suelo y empezó a rular desternillándose sin poder parar de reír. Helena se arrodilló hasta donde estaba su primo y lo zarandeó preguntándole el motivo por el que se reía tanto, pero Biel no podía contestar, y seguía mondándose de risa. Entonces Helena vio un cartel colgando de un naranjo que decía “NARANJAS DE LA RISA. COMED SOLO EN CASO DE SENTIRSE TRISTE”.
— Oh, no.— se lamentó Helena por no saber hasta cuando duraría el efecto de la naranja en su primo.
Al menos solo se había comido un gajo, por lo que esperaba que no durara mucho rato. Tirar de él con tal ataque de risa era muy pesado.
   Siguieron caminando por el sendero de naranjos durante unos veinte metros más, los cuales a Helena le parecieron kilómetros y eso que todavía no entendían de medidas, pero cargar con su primo el risueño era agotador.
De pronto el camino se acabó y se vieron en el canto de una montaña. A Biel se le cortó la risa en seco. A continuación tenían una cuesta hacia abajo tremendamente empinada. Lo bueno era que al final de la cuesta había una casita, y pensaron que allí podrían preguntar dónde se hallaban e intentarían volver al parque con su iaia. Entonces fue cuando Biel vio la siguiente flecha clavada en el suelo de la cuesta que decía “PARA RESCATAR AL PRÍNCIPE PABLO”. Biel se sentó en la cima dispuesto a dejarse caer hasta abajo, pero ahora era Helena la que permanecía de pie sin decidirse.
— ¡Vamos! Siéntate conmigo – la instó Biel.
— Pero, mi vestido, se me va a romper. – dijo Helena.
— Oh, no ¡Es arena de playa! Está blandito ¡Vamos! ¿No quieres rescatar al príncipe?
— ¿Arena de playa?
Entonces Biel y Helena se dieron cuenta de que detrás de la casita que había al final de la cuesta, estaba el mar.
— ¡Vamos! – insistió Biel.
Helena hizo caso a su primo y se sentó a su lado.
— Será como un juego – dijo Biel – A la de una, a la de dos y a la que va… de… ¡tres! – y se dejó caer dando vueltas por la arena.
Helena siguió a su primo. La arena estaba calentita por el sol y empezaron a jugar sobre ella al tiempo que iban bajando.
— Yujuuuuuuuuu – gritó Biel.
— Wuauuuuuuuu – lo acompañó Helena.

Cuando llegaron abajo quedaron los dos sentados sobre una arena mojada más dura. Helena se espolsó la arena seca de su vestido y con cuidado, ambos se dirigieron a la casita. Desde la ventana pudieron ver a Pablo dentro de una jaula como si fuera un animalito del zoo.
— ¡Oh, no! Pobrecito mi hermano. – se lamentó Helena.
— Pero ¿Cómo puede ser tu hermano el príncipe? – preguntó Biel sorprendido.
— No lo sé, pero vamos a sacarlo de ahí. – contestó Helena.
Pero ¿cómo lo harían? Primero tenían que asegurarse de que en la casa no había nadie más. Quienquiera que hubiera secuestrado a Pablo, si los veía los metería también en la jaula. Dieron la vuelta a la casa mirando por las ventanas que afortunadamente no tenían persianas, y comprobaron que no había nadie en las habitaciones ni en la cocina. Solo les quedaba por ver el cuarto de baño porque no daba al exterior, pero decidieron entrar en la casa y esconderse hasta que verificaran que tampoco allí había nadie. Volvieron a la ventana de la habitación en la que habían visto a Pablo enjaulado y la abrieron con cuidado de no hacer ruido ¿Cómo podía ser tan fácil? Seguramente no habían pensado que nadie pudiera llegar hasta allí, pero ¡si habían carteles indicando el camino!
Los dos primos entraron en la habitación y enseguida Pablo los vio.
— ¿Qué hacéis aquí? ¿Os habéis vuelto locos? Como el brujo Isidoro os encuentre os encerrará aquí conmigo.— dijo Pablo preocupado por su primo y hermana.
— Hemos venido a rescatarte siguiendo las flechas que nos han indicado el camino. – dijo Helena.
— Pero ¿eres un príncipe? – preguntó Biel.
— Es una historia larga para contar ahora. Si habéis venido a rescatarme, abrid la jaula y vámonos antes de que os descubran. – dijo Pablo – La llave la lleva el brujo siempre consigo, pero ahora está en el aseo duchándose para estar guapo porque piensa ir a conquistar a mi princesa, por lo que imagino que las habrá dejado en algún sitio. Aunque no creo que estén muy lejos de él.
— Habrá que entrar en el aseo y buscarlas. – dijo Biel.
— Tened mucho cuidado, por favor. – pidió Pablo.
Los dos primos fueron en silencio hasta el cuarto de baño y oyeron el sonido del agua en la ducha. Por suerte, el brujo estaba cantando “A la isla Margarita iré y a la princesa conquistaré…” por lo que no oyó a los dos niños entrar. Biel y Helena miraron por todas partes pero no veían la llave en ningún sitio. De pronto Helena la vio colgando de una alcayata en la pared, pero era muy alto y unos niños de seis años no llegaban hasta ella. No había ninguna silla en la que subirse.
— Sube en mis hombros – le dijo Biel a su prima agachándose un poco para que le fuera fácil.
Helena subió a los hombros de su primo y sin no pocos equilibrios para mantenerse ambos en pie, llegaron hasta la llave y una vez Helena la cogió, bajó al suelo y salieron en silencio del aseo. Una vez fuera corrieron hasta la jaula, la abrieron y salieron de la casa.
— ¡Vamos chicos! Hay que coger una barca – dijo Pablo señalando las barcas que habían a la orilla del mar.
— Pero Pablo ¡No es por ahí por donde hemos venido! – exclamó Helena.
— Lo sé ¡vamos! – insistió Pablo mientras corría dirigiéndose a las barcas.
Biel y Helena lo siguieron porque al fin y al cabo, él era el mayor, y tenían que hacerle caso. Arrastraron una barca hasta adentrarla en el mar, y una vez allí subieron en ella al tiempo que Pablo decía:
— Vosotros dos remad de un lado y yo remaré del otro.
— Pero ¿dónde vamos? – preguntó Helena.
— Vale, creo que os debo una explicación, sobre todo porque me habéis rescatado. – dijo Pablo, y se dispuso a contarles su historia mientras remaban – Hace dos meses conocí a la princesa Valentina, sabéis que el reino de sus padres es la isla Margarita, pues allí es donde vamos. Me enamoré de ella al instante, y lo mejor de todo es que fui correspondido. Pero había un problema, y era que su familia nunca me aceptaría a no ser que fuera un príncipe. Valentina me habló del pozo de los deseos y me dijo que en el momento en que yo fuera príncipe, con un beso en los labios sellaríamos nuestro compromiso y ya nadie nos podría separar. Así que fui hasta el pozo, y dando tres saltos pedí ser príncipe. Se cumplió al instante, pero cuando salí del pozo el brujo Isidoro me estaba esperando y me secuestró para impedir que fuera con la princesa porque él también está enamorado de ella. Y por eso ahora nos dirigimos hacia la isla, para llegar antes que el brujo, porque además en cuanto se dé cuenta de que he sido rescatado empleará su brujería para llegar antes que nosotros, de eso estoy seguro.
— ¡Pues esperemos que tarde mucho en salir de la ducha! – exclamó Biel – Lo que no entiendo es cómo es que habían flechas indicando para rescatarte.
— Yo tampoco, pero por suerte eso ha hecho que me encontrarais ¿no?
— Sí. – contestó Helena contenta de estar con su hermano.
Biel se quedó un poco triste pensando que a sus primos se les había concedido el deseo del pozo.
— Y si es un brujo ¿cómo va a conquistar a la princesa? – preguntó Helena mientras Biel seguía ensimismado.
— Precisamente por ser brujo puede convertirse en lo que quiera. Creo que tenía pensando transformarse en mí para convencerla y que le bese. – contestó Pablo a su hermana.
Llegaron a la orilla de la isla y falcaron la barca. Ahora tenían que encontrar un castillo. Pero solo se veían árboles. Parecía una isla paradisíaca. Fue Biel el que vio el sendero ladeado de manzanos con la flecha que indicaba “AL CASTILLO”.
— ¡Manzanas! ¡Qué hambre tengo! – exclamó Pablo.
— Espera un momento. No quiero que pase como con las naranjas. – dijo Helena empezando a buscar algún cartel que indicara si eran comestibles.
A los pocos metros fue cuando lo vio. El cartel que colgaba del árbol decía “MANZANAS ENERGÉTICAS. COMED SOLO EN CASO DE SENTIRSE MUY DÉBIL    “.
— Pues yo me voy a comer una, – dijo Pablo – porque la verdad es que ese brujo me tenía a pan y agua y sí que me encuentro muy débil.
— Y yo después de haber remado tanto, y que ya tenía hambre antes, también me voy a comer una. – dijo Biel.
— Entonces me comeré una yo también, porque no quiero ser la única que no tenga energía. – se convenció Helena.

Los tres se comieron la manzana y se sintieron llenos de energía. Biel dio tal salto que llegó a tocar una nube y Helena cuando lo vio quiso hacer lo mismo. Empezaron a saltar tocando nubes y cuando uno subía bajaba el otro y al revés. Y para divertirse más quisieron chocarse las manos cuando se cruzaban por el aire. Era muy divertido.
— Chicos, vamos ya, dejad de jugar. Os recuerdo que tengo que besar a una princesa. – les dijo Pablo.
— Eso, tú tienes que besar a una princesa, no nosotros. – le contestó su hermana.
— Pues si no pensáis ayudarme me adelanto a vosotros. No puedo permitir que me gane el brujo. – les dijo Pablo saliendo disparado como una bala de rápido.

Cuando Pablo llegó al castillo se encontró con que el brujo Isidoro había usado su magia para llegar antes que él y se había transformado en una copia de sí mismo. Tenía cogido a la princesa Valentina de la mano y oyó que ésta le decía:
— Al ver que tardabas tanto, fui al pozo de los deseos y pedí que se solucionara cualquier cosa que te impidiera estar conmigo, y ya estás aquí…
Pablo entró en la sala del castillo en la que se encontraban la princesa y el brujo y le gritó porque vio que estaba a punto de besarlo:
— ¡Nooooo, princesa no le beses! Es el brujo Isidoro transformado en mí para sellar el compromiso contigo. Me tenía secuestrado.
— No le hagas caso. – dijo el brujo poniéndole el morro para que Valentina lo besara.
— ¡Pero esto qué significa? – se extrañó la princesa al ver a dos príncipes Pablo.
— Valentina, el Pablo que te tiene cogida de la mano es un farsante. – insistió el verdadero Pablo.
— No, él es el farsante. – gritó el brujo Isidoro.
La princesa estaba aturdida y no sabía a qué Pablo creer. Entonces aparecieron Biel y Helena, que ya se habían cansado de jugar y habían llegado al castillo para ayudar a su primo y hermano.
— ¿Quiénes sois vosotros? – preguntó la princesa.
— Son mi hermana y mi primo. – dijo el falso Pablo. Los niños creyeron que era el verdadero Pablo puesto que los había reconocido.
— No le hagáis caso. – dijo el verdadero – Son MI hermana y MI primo. No tiene nada que ver que el brujo los halla reconocido porque sabe quiénes son, pero él miente.
— ¿Cuándo es mi cumpleaños? – preguntó Helena, que había empezado a dudar de cual era su verdadero hermano y quería recuperarlo de una vez.
— El 12 de Abril – dijo el verdadero.
— Eso también lo sabía yo pero no me has dado tiempo a contestar. – dijo el brujo.
— ¿Y el mío? Cualquiera que sea mi primo ¿sabéis cuando es mi cumpleaños? – preguntó Biel.
— Contesta tu primero, ya que dices que antes no te he dado tiempo. – sugirió Pablo.
El brujo se puso nervioso e intentó besar a Valentina a la fuerza, pero ésta, que no tenía claro quién era su verdadero amado, se resistió. Quería que contestara a la pregunta y estaba tardando demasiado.
— Es que el primo es más difícil que mi propia hermana. – dijo al fin.
— Pues yo sí que lo sé ¿lo sabes tú o no? – preguntó Pablo sabiendo que tenía las de ganar.
— Dilo. – ordenó Biel.
— El 29 de Marzo. – dijo Pablo.
— ¿Es correcto? – le preguntó la princesa a Biel.
— Sí. – contestó.
Entonces la princesa se soltó del falso Pablo y corrió hacia el verdadero, y en cuanto llegó a él le dio un dulce beso en los labios, que selló su amor para siempre.
— ¡Noooooooooo! Vosotros dos habéis tenido la culpa – gritó el brujo volviendo a su aspecto normal y apuntando a los niños con la barita que acababa de sacar de su chaqueta.
Biel, al sentirse amenazado por la barita del brujo, corrió raudo y veloz porque todavía le quedaba energía gracias a la manzana y cogió un espejo que había visto sobre el tocador de la princesa. Corrió hacia su prima y se puso de escudo sobre ella y el espejo sobre sí de manera que cuando el hechizo producido por la barita le llegó, rebotó sobre el espejo y fue a parar al brujo Isidoro, que quedó convertido en el conejo Isidoro y la barita le cayó al suelo.
— Oh, qué conejo más bonito ¡podríamos quedárnoslo de mascota! – sugirió Helena.
— Sí, pero primero necesitamos una jaula. A ver si esto funciona. – dijo Pablo mientras cogía la barita y la agitaba para crear una jaula. – Ahora vas a saber lo que se siente al estar enjaulado. – dijo metiendo el conejo en su nueva casa. – Chicos, tomad vuestra nueva mascota, pero mantenedla siempre alejada de la barita.
Los niños cogieron la jaula entre los dos porque pesaba mucho.
— ¿Podemos volver ya a casa? – preguntó Helena, que empezaba a sentirse cansada.
— Sí, por favor. Si tenemos que subir la cuesta de arena necesitaré comerme otra manzana. – dijo Biel.
— ¿Qué cuesta de arena? – preguntó la princesa.
— Hemos seguido un camino para rescatar a mi hermano en el cual pasábamos por una cuesta de arena que por suerte tuvimos que bajar.— explicó Helena.
— Oh, no hace falta ahora seguir ese camino. En realidad estamos cerca de vuestra casa. Lo que pasa es que pedí al pozo de los deseos que Pablo llegará hasta mí  porque se estaba retrasando mucho desde que habíamos quedado y no sabía por qué. Claro que como lo tenía el brujo secuestrado el pozo se ingenió una forma en que pudiera ser rescatado y se cumpliera mi deseo. – explicó la princesa – Ahora solo tenemos que remar un poco para cruzar al otro lado.

Los cuatro subieron en la barca que un rato antes habían dejado falcada a la arena y cuando llegaron al otro lado de la orilla, Biel y Helena se dieron cuenta de que reconocían el sitio. Pero vieron a su iaia preocupada buscándolos y se asustaron por el castigo que les iba a caer. Se escondieron detrás de un árbol mientras pensaban junto con Pablo y Valentina qué les iban a contar a su iaia para que el castigo fuera menor.
De pronto se les apareció una hermosa chica con el cabello dorado hasta los pies y un vestido plateado la cual les dijo:
— Hola, soy el hada del pozo de los deseos. Como ninguno de vosotros ha pedido deseos materiales como estoy acostumbrada a escuchar os voy a conceder un deseo común. Voy a hacer que vuestra iaia no recuerde haber estado más de un minuto sin veros. Y aunque Pablo pidió ser príncipe, no lo hizo por ansias de riqueza sino que lo hizo por amor, así que voy a concederos que nadie recuerde que ha estado desaparecido para que no tengáis que explicar cómo dos niños de seis años se alejaron de su iaia para rescatarlo. Ya podéis ir con vuestra iaia, que no os reñirá.
— Pero, hada del pozo… – dijo Biel cogiéndola de la falda puesto que vio que pretendía irse ya – Mi deseo no se ha cumplido.
— Biel, tienes que tener paciencia. Hay deseos que no se pueden cumplir en el acto. – le contestó el hada desvaneciéndose al tiempo que les lanzaba un beso con la mano.
Los dos niños corrieron hacia su iaia seguidos de Pablo y Valentina, que iban cogidos de la mano. Cuando llegaron hasta ella la abrazaron por la cintura, que era todo lo que sus cuerpecitos de seis años llegaban.
— Pero ¿qué es esto? – preguntó la iaia extrañada – Andad a jugar, pero no os alejéis mucho que yo ya estoy mayor para estar corriendo detrás de vosotros.
Pablo se acercó a su iaia y le presentó a Valentina como su novia, pero no le explicó que ahora él era un príncipe porque al fin y al cabo como ya habían sellado su amor, ya no tenía importancia que lo fuera. Además la iaia no se dio cuenta de que se trataba de la princesa de la isla Margarita.

   Cuando los papás de Biel y Helena fueron a casa de los iaios a recogerlos por la noche los hallaron durmiendo porque estaban muy cansados. Una vez les había pasado el efecto de la manzana les había caído el cansancio de la aventura.
— Biel, despierta. Tengo que contarte algo – le dijo su mamá.
Biel se hizo el remolón. La que sí se despertó fue Helena al oír a su tía puesto que estaban en la misma habitación. Cuando Biel se despertó, su mamá reunió a toda la familia en el comedor de la casa de los iaios.
— Como sabéis esta mañana he ido al médico – empezó a decir la mamá de Biel – Pero no he ido porque esté enferma… He ido porque… ¡Estoy embarazada!
— ¡Yupiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! – gritó Biel corriendo para abrazar a su madre.— ¡Se ha cumplido…! ¡mi deseo se ha cumplido!
— ¿Ves como solo tenías que tener paciencia como te dijo el hada del pozo? – le preguntó su primo Pablo mientras se unía al abrazo cogiendo a su hermanita para se uniera también.
— ¿Cómo? – preguntó la mamá de Biel extrañada por el comentario del hada.

— Nada nada – dijeron Biel, Pablo y Helena al unísono. Y los tres empezaron a reír: Pablo había sellado su amor con Valentina, Helena había recuperado a su hermano y Biel tenía un hermanito en camino, solo tenía que tener paciencia y en nueve meses su deseo se haría realidad.

1 comentario:

  1. Este cuento lo escribí porque mi hermana quería dar la opción en su empresa de animación infantil de hacer cuentos personalizados para los nenes. La idea no prosperó, pero yo me lo pasé muy bien escribiendo un cuento en el que los protagonistas eran mis hijos y mi sobrino. Mi sobrina Vera estaba de camino pero aún no sabíamos que sería ella así que no la pude personalizar pero bueno, es un bonito recuerdo para cuando los peques sean mayores.

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