Dedicado a mi agente literario, Pepe, y a todos los que
trabajan con él, por haber confiado en mí y apoyarme haciendo que no pierda las
ganas de escribir. Gracias!!
— Vamos, Marta, ven a bañarte
que el agua está buenísima, ¡en Valencia no tenemos este tipo de playas!! –
gritó Lorena a su amiga que prefería estar tirada en la toalla asándose al sol.
— En Valencia también tenemos
playas muy buenas, si vas hacia arriba tenemos Canet, Oropesa… si vas hacia
abajo tenemos Cullera, Gandía… ¿continúo? – dijo Marta con desgana mientras se
daba la vuelta para tostarse la espalda.
— Ya, pero en ninguna de ellas
se puede ver el color del cielo reflejado en el mar, como mucho ves el agua
transparente y consigues verte los pies. Anda, vamos, anímate.
Como Lorena vio que su amiga
no le hacía caso, se llenó las manos de agua y llegando hasta ella, arrojó el
agua sobre su espalda, haciendo que Marta se levantara del susto maldiciéndola.
— ¿Pero estás tonta o qué?
— Jajajaja, anda, ya que no me
quieres acompañar al agua, hazme el favor y ponme crema en la espalda. – dijo
Lorena buscando su bote de crema factor 50.
Marta se incorporó y empezó a
masajear a su amiga repartiendo la crema por la espalda… hasta que vio a un
rubio que mediría unos dos metros y se quedó embobada mientras lo seguía con la
mirada hasta el agua.
— Marta, ¿te has dado cuenta
de que además de ese trozo sobre el que ya me has masajeado unas cien veces y
que estoy segura que no se va a quemar, además tengo más espalda?
— ¿Eh? Oh, claro. ¿Has visto a
ese tío?
— ¿A quién?
— Al rubio que acaba de entrar
al mar, ¡vamos a bañarnos!
— Ah, que ahora sí quieres ¿eh? Es que es pa
matarte.
— Vamos, el rubio no está solo.
Lorena miró hacia donde su
amiga señalaba y vio al rubio del que hablaba junto con tres amigos más y una
chica. La verdad es que ninguno estaba nada mal y se preguntó si la chica sería
la novia de alguno de ellos.
Cuando Marta notó cómo el
rubio la miraba no pudo evitar sonrojarse, y eso que ya lo estaba debido al
calor que hacía, así que se tiró de una al agua para desaparecer aunque fuera
un instante. El agua estaba buenísima, tenía razón su amiga. El color del cielo
reflejaba en el mar dejándolo de un color verde esmeralda que nunca había visto
en ninguna playa de su comunidad.
Estaban de viaje de fin de
curso. Las dos amigas estaban a punto de licenciarse en filología inglesa,
aunque en realidad lo que a Marta le gustaba era el baile. Desde muy pequeña
había ido a academias a aprender a bailar y su sueño siempre había sido ser
bailarina. Como no era una profesión fácil de conseguir se decantó por el
inglés, porque la enseñanza también la apasionaba y porque sabía que le abriría
puertas allá donde fuera, pero su sueño era poder dedicarse algún día a enseñar
a bailar, que era lo que mejor se le daba.
— Vaya, sí te ha entrado calor
de repente. – opinó Lorena, al ver como su amiga se había zambullido en el
agua.
— Vamos, ¿no eras tú la que te
querías bañar? Métete de una vez que está buenísima.
Pero Lorena seguía avanzando
poco a poco, consiguiendo cada vez mojarse tan solo un centímetro más. Marta se
hartó de esperarla y empezó a arrojarle agua, sin darse cuenta de que el grupo
en el cual se encontraba su rubiales, se les había acercado.
— ¡Traidoraaaaa!! – gritó
Lorena, al sentir el agua fresca por su cuerpo caliente.
Marta siguió echándole agua
hasta que notó que su codo chocaba contra algo duro. Se quedó inmóvil mirando
al tío a quien le había metido tal codazo.
— Lo… lo siento. – se lamentó,
avergonzada de haber tenido que tartamudear pero, ¡es que este hombre estaba
que quitaba el hipo! Nunca le había pasado eso. Ella era una mujer liberal que
nunca había querido tener pareja porque había puesto sus estudios ante
cualquier relación y por tanto no había pasado de dos citas con cualquier
hombre, y ninguno de ellos estaba tan bueno como ese hombretón que le pasaba
toda la cabeza.
— Deberías tener más cuidado y
mirar lo que haces. – le dijo el hombre, con una voz tan sensual que se le caló
en los oídos y se quedó tan embobada mirándolo que se olvidó de todo cuanto la
rodeaba. — Sabes que la playa no es solo tuya, ¿verdad? – añadió él, al ver que
la chica no decía nada.
— Oh… ¡qué alto eres! ¿Cu…
cuánto mides? – fue lo primero que se le ocurrió decir, ¿era pava o qué?
— Un metro noventa y ocho,
creo que lo suficiente como para que me hubieras visto.
— Ya… pero estabas detrás y…
lo siento ¿vale?
— Estás perdonada, pero creo
que voy a pensar si te lo hago pagar. Por cierto, soy David.
— ¿Que me lo vas a hacer
pagar? – Marta no entendía nada, solo le había dado un pequeño codazo.
— Preciosa, cuando alguien se
presenta, lo normal es que el otro diga “yo soy…”
— ¿Cómo que me lo vas a hacer
pagar? ¡No te he hecho nada! – Marta empezaba a reaccionar y a darse cuenta de
lo que su encandilamiento le había evitado ver.
— Era broma, además, mi idea
sería obligarte por ejemplo a cenar conmigo esta noche, ¿sería algo muy malo
para ti?
— ¿El qué? ¿Que me invitaras a
cenar? Oh, no, para nada. – Marta sintió que las piernas le temblaban, por
suerte su amiga llegó a su lado y al saludar al rubiales, Marta apoyó un brazo
sobre el hombro de su amiga en señal de colegueo.
— ¿Para nada quieres cenar
conmigo o para nada sería algo malo?
— Para nada sería algo malo.
— Hola, yo soy Lorena. –
saludó ésta, aupándose para darle dos besazos al hombretón.
— ¿Y tú ereeees? – David se
dirigió a Marta, que todavía estaba atontada, ahora más que el tío bueno le
había pedido una cita.
— Oh, perdona, yo soy Diana.
Lorena la miró con los ojos
muy abiertos. Sabía de la costumbre de su amiga de dar nombres falsos a los
tíos que no le interesaban, pero se veía a la legua que Marta estaba babeando
por ese rubio de ojos azules.
— Encantado Diana. ¿Estáis de
vacaciones las dos solas? – se interesó.
— No, estamos de viaje de fin
de carrera, por ahí desperdigados están el resto de compañeros, ¿y vosotros? –
preguntó Lorena, ya que Marta parecía estar en estado de shock.
— También, acabamos de
licenciarnos en derecho ¿y vosotras?
— Aquí estamos alumnos de
distintas filologías, en concreto nosotras hemos estudiado inglesa.
— Oh, wonderful, I’m from
England.
— We are from Valencia. –
siguió hablando Lorena en inglés, como si Marta no existiera, a no ser porque
notaba todo el peso de su cuerpo sobre su hombro.
— Beautiful city.
— You have been to Valencia?
— Yes, once I was there. –
mintió al evitar decir que en realidad vivía allí, al igual que ellas.
— Vale, acepto la invitación,
pero hablaremos en español, ¿de acuerdo? Ya bastante hablaré inglés cuando no
tenga más remedio, y por lo visto, por lo bien que hemos hablado anteriormente,
no veo que suponga ningún problema para ti, ¿verdad? – de pronto Marta se
sentía enojada porque le había dado la sensación de quedarse a un lado.
— Ningún problema, preciosa.
Mi padre es español y me he criado con los dos idiomas, soy bilingüe.
— Genial entonces, nos vemos
esta noche, ¿en qué hotel te hospedas?
— En el Gran Bahia Príncipe
Bavaro.
— ¡Qué coincidencia! ¡Igual que
nosotras! – dio un gritito seguido de un saltito, Lorena. Marta la miró con
cara de pocos amigos, por lo que añadió — ¿Nos presentas a tus amigos? – así se
uniría al grupo y dejaría al rubiales solo para su amiga.
— Claro, venid.
David les presentó a Juan,
Joaquín, Rafa y Mireia, y todos empezaron a hablar de sus respectivas carreras,
de lo bien que lo estaban pasando en el viaje y de lo maravilloso que era el
hotel.
— Qué raro que no te he visto
estos días por el restaurante del hotel. – dijo David, quien denotaba un
interés especial por Marta.
Marta pensó en que entre tanta
gente habría sido un poco difícil verla, ella no es que fuera una chica
llamativa, pero de todos modos era imposible que la hubiera visto porque habían
llegado esa misma mañana, y así se lo aclaró.
— Ya decía yo. Estoy seguro
que de haberte visto no me habría olvidado de tu cara.
— ¿Eres así de adulador con
todas? – preguntó Marta, que estaba acostumbrada a los tíos que lo único que
querían de ella era echar un buen polvo, lo mismo que ella, e intuía por la
mirada penetrante con la que David la acechaba, que ese chico quería lo mismo
que todos. Uff, solo de pensar en tocar ese cuerpo que aparentaba estar
completamente duro y preguntarse si lo tendría todo en proporción a su cuerpo, a
pesar de estar en el agua se acaloró, así que sin decir nada, se hundió bajo el
agua para refrescarse. Cuando salió, David la miraba sonriente y eso la puso
nerviosa, ¿pero qué le estaba pasando? Ese hombre era demasiado para ella, de
eso estaba segura, y empezó a pensar si no sería mala idea quedar con él y
llegar a mayores puesto que estaban de viaje, él era inglés y ella española y…
¿pero acaso no era eso lo que siempre había buscado de un hombre? ¿Echar un
polvo y nada más? Tenía ante sí al tío más bueno que había visto en su vida y
se le estaba insinuando, no podía dejar pasar la oportunidad de tenerlo en su
cama, o en la de él, o en la arena, le daba igual el donde con tal de tenerlo
entre sus piernas. Ummm, Marta se relamió solo de pensarlo.
Salieron del agua y las chicas
unieron sus toallas a las del grupo. Siguieron hablando de todo un poco, ellos
habían llegado hacía dos días a la isla y ya se conocían todos los rincones del
hotel. David y Marta no podían evitar miradas furtivas entre ellos haciendo que
ella se pusiera colorada e intentara disimularlo por el calor que hacía. Cada
vez que alguien se dirigía a Marta con el nombre Diana, Lorena la mirada con
cara de “ya te vale” y en cuanto estuvieron un momento a solas no pudo aguantar
preguntarle:
— ¿Se puede saber por qué le
has dado un nombre falso? ¿No te das cuenta de que lo vamos a estar viendo
durante días? Acabará pillándote.
— No sé, ha sido por inercia,
la costumbre… Pero da igual, si me pilla le diré que me llamo de las dos
formas, ¿qué más da el nombre?
— No, lo que pasa es que tú
das siempre nombres falsos porque no tienes intención de volver a ver al tío en
cuestión, incluso das números de teléfono inventados, pero con este, aunque
queramos pasar de ellos, va a ser inevitable que nos encontremos por ahí.
Además, el tío está buenísimo y sé que te encanta, no puedes evitar babear cada
vez que lo miras así que creo que deberías decirle la verdad.
— ¿Y qué explicación le doy?
Paso. Total van a ser solo unos días, luego no lo volveré a ver nunca más, así
que procura dirigirte a mí siempre como Diana y no tendrá que pasar nada.
Cuando David les preguntó qué
planes tenían para esa tarde Marta se adelantó a explicarle que pretendían
descansar. Habían llegado esa misma mañana y no habían podido resistirse a ver
la playa, pero había sido un viaje muy largo y estaban molidas. De hecho, la
mayoría de los compañeros de clase se habían quedado en el hotel descansando
esa mañana.
Al despedirse del grupo, David
cogió de la muñeca a su Diana y le dijo con la voz rota:
— I wait at nine reception.
— Vale, pero como te he dicho
antes, prefiero el español.
— De acuerdo, entonces te veo
a las nueve en recepción.
Marta sonrió nerviosa y corrió
hasta llegar a su amiga, que se había adelantado para darles intimidad. Llegaron
a la habitación y se echaron en sus respectivas camas a descansar e intentar
dormir, pero Marta no se quitaba a David de la cabeza, ¿qué le pasaba con ese
tío? Ella pasaba de relaciones sentimentales, era joven y quería vivir y
divertirse, terminar sus estudios, hacer un máster, doctorarse… y para todo
ello una pareja la frenaría. De pronto se dio cuenta de que estaba planteándose
algo absurdo ya que ni siquiera vivían en la misma ciudad. David era un inglés
que hablaba español perfectamente pero que vivía a kilómetros de ella. Además,
lo acababa de conocer, como mucho si cenaban juntos y la cosa llegaba a más,
disfrutaría de él en la cama y ahí terminaría todo. De pronto se preguntó por
qué sus amigos parecían españoles, al menos hablaban español a la perfección y
no tenían acento de ningún tipo. Como no es que le importaran mucho, no les
había preguntado de dónde eran, y empezó a no estar segura de si David vivía en
Inglaterra, de donde había dicho que era, o no.
A las ocho Marta se levantó de
la cama para ducharse. Debería haberlo hecho en cuanto llegó de la playa pero
estaba tan cansada que necesitaba poner el cuerpo en horizontal. Lorena estaba
dormida pero ella no había podido pegar ojo.
Cuando salió de la ducha
encontró a su amiga sentada en la cama mirándola con una sonrisa picarona.
— ¿Qué pasa? – le preguntó
Marta.
— Que noto un brillo en tus
ojos al que no estoy acostumbrada.
— Tonterías, estás viendo
cosas que no son. David no va a ser más que un polvo veraniego.
— No te digo que no, y más
sabiendo que estamos a miles de kilómetros de casa y que por lo que ha dado a
entender él no vive en España, pero no sé… te noto diferente.
— Pues déjate de estupideces
porque estoy igual que siempre. Además, empiezo a pensar que sí vive en España
pero supongo que si viviera en Valencia al decir que nosotras somos de allí
habría dicho que él también ¿no? Sus amigos parecen españoles, así que estoy
casi segura de que vive en alguna ciudad de España.
— Joder Martita, ¡pues sí que
le has dado vueltas al asunto para querer solo un polvo de verano con el
gigante!
— ¡Qué va! Es solo que de
pronto he caído en que los amigos no parecían ingleses, eso es todo. Y si son
compañeros de carrera…
— Ya, ya. – dijo Lorena,
poniendo los ojos en blanco.
Marta abrió la maleta y empezó
a sacar toda la ropa y a colocarla en el armario. Eligió un vestido rosa
intenso de tirantes y volantes en la falda, unas sandalias con cuña plateadas y
de accesorios se colocó unos pendientes con forma de flor rosa y su reloj
plateado sin el cual se sentía desnuda. No se colocó ni collar ni pulseras
porque era tan calurosa que en verano no soportaba nada más. Se miró al espejo
para empezar a maquillarse y se entristeció al saber que el calor le impedía
plancharse el pelo, puesto que con el pelo liso se veía más favorecida. Sin
embargo, era incapaz de pasarse la plancha en verano y le tocaba llevar su
medio rizada melena rubia, muy a su pesar. Se maquilló poco, profundizando
sobre todo en los ojos para resaltar su color azul claro y en los labios se
puso un poco de brillo rosa.
— Que te diviertas. – dijo
Lorena juguetona viendo a su amiga coger su minibolso.
— Lo haré. – le contestó su
amiga guiñándole un ojo.
David la esperaba en
recepción, apoyado sobre una columna. Marta lo vio desde atrás. Llevaba el pelo
recogido en una coleta, una camisa blanca con las mangas remangadas y un
pantalón pirata de lino beige con sandalias de dedo. Cuando llegó a su altura
la diferencia era menos que por la mañana gracias a sus cuñas, pero aun así le
pasaba toda su cabeza.
— No me acostumbro a estar al
lado de alguien tan alto. — fue lo
primero que dijo cuando se acercó hasta él.
David la sorprendió dándole un
suave beso en los labios y él, al ver la cara de ella, le guiñó un ojo sin
darle más importancia y cogiéndola de la mano dijo:
— Vamos.
— ¿Vamos? ¿A dónde? Pensé que
cenaríamos en el restaurante del hotel.
— ¿Aquí, con todos tus
compañeros y los míos observándonos y cuchicheando? Ni pensarlo. He investigado
y he descubierto un restaurante en la playa que parece muy acogedor, prefiero
estar a solas contigo.
Marta no pudo evitar que su
cuerpo se estremeciera ante esas palabras, todavía no se podía creer que ese
monumento se hubiera fijado en ella.
Anduvieron por la isla hasta
llegar al restaurante “El pulpo cojo”, donde se cenaba en unos cómodos sillones
situados sobre la misma arena, cobijados bajo una sobrilla de paja. Mientras
cenaban estuvieron hablando de cosas triviales, aunque David se mostró más dado
a hablar sobre sí mismo que ella, quien no acostumbraba a hacerlo. ¿Por qué
tenía que contarle su vida a un tío con el que solo pensaba pasar un rato
agradable en la cama?
Después de cenar dieron un
paseo por la zona de los chiringuitos y al pasar por uno en el que estaban
poniendo la canción “Santo, santo” de Gloria Estefan y Alexander Pires, Marta
cogió a David de la mano y lo empujo para entrar, pero este se quedó inmóvil y
como ella no tenía fuerza para abarcar con él, se quedó delante mirándolo con
los brazos cruzados.
— ¿Me ves con pinta de saber
bailar? – preguntó David al ver la cara de enojo de la rubia que le había
atraído en cuanto la vio entrar en el agua aquella mañana.
— ¿Qué pinta se supone que
debe tener alguien que sepa bailar?
— Bueno, mírame, mido casi dos
metros, necesitaría una pista solo para mí ¿no crees?
— Anda, no seas exagerado,
vamos, por favor. – suplicó Marta haciendo fingidos pucheritos.
— En serio, Diana, soy un
palo, me veo incapaz de mover un pie después del otro y darle ritmo al mismo
tiempo.
— Ya, pero lo que tú no sabes
es que yo soy una estupenda maestra. Vamoooooooos.
Esta vez David no pudo
resistir ver esos morritos apretados que más bien le dieron ganas de comérselos
a besos, así que se dejó llevar de la mano y entró en el chiringuito donde
ahora sonaba “María”, de Ricky Martin.
— Vamos, mírame los pies, y
un, dos, tres, y un, dos tres. – y empezó a canturrear – Un, dos, tres, un
pasito palante María, un, dos, tres, un pasito patrás.
David no es que no lo
intentara, pero en realidad sí se veía enorme entre la gente y a ella solo con
ver la sonrisa en el rostro de ese hombre tan atractivo le bastó. Se soltó y
empezó a bailar a su ritmo, rodeándolo, y a él, si ya por la mañana sin
maquillaje y en bikini le había gustado, en ese momento, al verla bailar, ya no
pudo contenerse más, así que a la segunda vuelta que dio alrededor de él, la
agarró de la cintura y la pegó contra su cuerpo. Ella se sorprendió y su
corazón empezó a agitarse, ¿qué estaba pasando? ¿La iba a besar? ¿Y a qué
esperaba?
David se quedó mirándola con
una medio sonrisa preguntándose si ella desearía lo mismo que él y solo pudo
emitir una frase con la voz que apenas le salía de su gigante cuerpo.
— Me encanta verte bailar.
— Gracias. – contestó ella,
pasando los brazos alrededor de su cuello y moviéndose esta vez con su cuerpo
apretado junto al de él.
Entonces el hombretón ya no
pudo más, la cogió de la nuca y empezó a besasr esos labios provocadores que no
había podido quitarse de la cabeza desde esa mañana. Pero ¿qué diablos estaba
haciendo? Sabía que si hacía algo con esa chica y la cosa llegaba a más,
tendría que seguir viéndola el resto de su viaje y ¿acaso quería seguir pasando
el rato con ella? ¿Qué pensaría Diana del tema? Era el primer día que se
conocían y ya se estaban besando, estaba claro que entre ellos había fluido la
química desde el primer momento pero, ¿habían pensado qué pasaría después?
El caso es que daba igual, de
momento lo que a los dos les apetecía era unir sus labios, devorarse
mutuamente, y no les importaba ni el resto de la gente que los miraban como si
esa pareja no hubiera besado a nadie en la vida, ni lo que pudiera pasar
después.
El resto de la noche la
pasaron entre Marta haciendo intentonas de enseñar a bailar a su gigante y
devorándose las bocas mutuamente, hasta que ella se sintió cansada y pidió
volver al hotel. Había algo que le apetecía hacer en ese momento más que seguir
bailando.
Llegaron al hotel y David
acompañó a la supuesta Diana hasta su habitación. Ella se preguntó por qué no
habían hablado de a qué habitación ir para estar a solas, ya que en la suya
supuso que estaría Lorena durmiendo, y aunque fueran silenciosos, era un marrón
entrar con David estando su amiga allí. Pero ¿por qué David no le proponía
seguir juntos?
El rubiales, dio un tierno
beso de buenas noches a la chica que lo estaba volviendo loco, por su manera de
mirarlo, por su delicado cuerpo y por como lo movía, con un calentón tremendo y
dispuesto a darse una ducha de agua fría cuando llegara a su habitación, y ella
entró en la suya algo desilusionada. ¿Acaso no la deseaba? ¡No decían lo mismo
los besos que se habían dado en el chiringuito!
A la mañana siguiente, Marta
contó con pelos y detalles a su amiga todo lo que había pasado esa noche.
Bajaron a desayunar con cierta timidez por su parte por si se encontraba con
David y sus compañeros en la cafetería. Al no querer nada más con ella dudaba
de si querría volver a verla en plan pareja o si lo suyo se había limitado a
una cena, un poco de baile, besuqueos y ya. Por suerte, la cafetería estaba
medio vacía. Era tarde y la mayoría de los clientes ya habían desayunado.
Las chicas decidieron volver a
la playa esa mañana, a pesar de que el resto de compañeros se iban de excursión
por la isla. Lorena estaba maravillada por la playa y Marta, en realidad,
acompañó a su amiga con la esperanza de encontrarse de nuevo a los estudiantes
de derecho.
Y allí estaban.
David, en cuanto vio a su
Diana, corrió hacia ella y le dio un beso en los labios. Lorena los miró con
los ojos muy abiertos, sorprendida de que ese chico no disimulara lo que había
entre su amiga y él delante de los demás.
— Temía que no vinieras. – le
susurró al oído. – He visto a tus compañeros irse de excursión muy temprano.
— Nosotras somos más de playa
que de excursiones. – mintió Marta, ya que le hubiera gustado ir con sus
compañeros pero prefería todavía más estar allí, con ese hombre de ojos azules
que la miraba con cara de deseo. Entonces, ¿por qué la noche anterior…? No
entendía nada.
De nuevo juntaron sus cosas
con las de los abogados y pasaron la mañana jugando, bañándose, tomando el sol
y entre medias, David y Marta se propinaban algún que otro beso en los labios.
— David, anoche…— empezó a
decir Marta.
— ¿Sí?
— Pensé que me deseabas y
luego… — no sabía cómo seguir.
— ¿Querías que te follara en
la primera cita? – le susurró al oído, haciendo que todo su cuerpo se
estremeciera. Joder, pero ¿cómo de repente le hablaba así?
— La verdad es que sonaba
mejor en mi mente. – dijo ella, temblándole la voz.
— Me moría de ganas de
quitarte ese vestido rosa de niña buena que llevabas y follar ese cuerpecito
pequeño que tienes, pero no quería parecer grosero en la primera cita. – siguió
susurrándole de manera que Marta cada vez estaba más nerviosa y sentía más
calor.
Marta ya no pudo más y salió
corriendo hacia el agua, necesitaba refrescarse o le daría algo. David corrió
detrás de ella y al alcanzarla la cogió de la cintura levantándola del suelo y
entró con ella hacia el mar.
— ¿Se puede saber qué haces? –
le gritó ella.
Pero él hacía oídos sordos y
solo hacía que andar hacia dentro, metiéndose cada vez más y más lejos de la
orilla, hasta que estuvo lo suficientemente lejos de sus amigos y de todo el
mundo en general, y entonces hizo que ella bajara y lo rodeara con sus piernas.
— David, ¿estás loco? ¿No ves
que a mí aquí me cubre?
— Tranquila preciosa, no te
pasará nada. Solo quiero terminar lo que parece que anoche empecé. No me gusta
dejar a nadie a medias, y menos cuando yo también lo estoy deseando. Por
cierto, espero que tomes la píldora porque aquí no tengo nada…
— La tomo. – lo interrumpió
Lorena, ardiente de deseo.
Y diciendo eso, se sacó la
polla del bañador, y haciendo a un lado la braguita del bikini de Marta, la
penetró hasta el fondo haciendo que ella gritara ante tal sensación. Dios, ¡sí
que lo tenía todo en proporción con su cuerpo!
Marta gimió y él tapó su boca
con la suya, moviendo las caderas para penetrarla una y otra vez, con disimulo
pero sin parar. Era delicioso tener a ese hombre dentro de ella, en ese mar
color esmeralda, con esos enormes labios devorándola. En ese momento le hubiera
gustado que el tiempo se detuviera, y cuando llegó al orgasmo, sintió que las
piernas se le debilitaban.
— Tranquila, yo te sostengo. –
le susurró él, al sentir los espasmos de su vagina sobre su polla. La sujetó con
fuerza para que no cayera y empezó a moverse cada vez más rápido hasta que él
también llegó al clímax, y con él un nuevo orgasmo de ella que la hizo vibrar.
— ¿Convencida? – le preguntó,
después de relajarse durante un rato con la brisa del mar.
— ¿De qué?
— De cuánto te deseo.
— Sí. – contestó ella, algo
tímida.
— Me gustaría esta noche
invitarte a cenar.
— David, yo… no soy mujer de
tener varias citas.
David empezó a carcajearse
ante la sorpresa de ella.
— ¿De qué te ríes? ¿He dicho
algo gracioso?
— No, es que me preguntaba si
te follaba y luego pasaba de ti, si te lo tomarías mal, y resulta que eres tú
quien me está rechazando.
— No es que te esté
rechazando, además, ¿pretendías pasar de mí después de follarme? ¿Pero qué
clase de tipo eres?
— Pues me da a mí que la misma
clase de tipa que eres tú. – dijo sin poder parar de reír — ¿Una cena? Solo una
más, quiero tenerte en mi cama y hacer que te queden ganas de más.
— ¿Y entonces serás tú el que
pase de mí?
— ¿Quién sabe? Para eso te
tendrás que arriesgar, Diana. – dijo un poco con sorna, puesto que se había
empezado a dar cuenta de la cara que ponía Lorena cada vez que alguien decía
ese nombre.
— Está bien, una cena. Después
me follarás en tu habitación, donde espero que no esté ningún compañero tuyo, y
se acabó.
— Muy bien, será lo mejor. Nos
queda mucho viaje y no deberíamos pasar más tiempo juntos o nos perderemos lo
mejor.
— Estoy de acuerdo.
Esa noche, después de cenar en
un restaurante de la isla, David quiso ir directo al grano y llevó a su chica a
su habitación, donde ya había prohibido a su compañero que apareciera por allí
en toda la noche. Follaron como locos durante media noche y tras ducharse,
Marta decidió volver a su habitación.
— ¿No te gustaría dormir
conmigo?
— ¿No habíamos quedado en que
solo sería un polvo? – le guiñó un ojo y salió de la habitación, dejándolo a él
tumbado en la cama con una medio sonrisa agridulce, acostumbrado a ser él quien
diera largas a las mujeres.
Al día siguiente, pese a que
intentaban evitarse puesto que los dos tenían claro que una relación entre
ellos no llevaría a ningún lado, el destino hacía que allá por donde iban se
encontraran y como Lorena había hecho buenas migas con el grupo de los
abogados, acabaran yendo juntos a todas partes. Y así día tras día, y cada
noche se las ingeniaban para que la habitación de alguno de los dos se quedara
vacía para pasarla juntos devorándose el uno al otro cada día con más ansias
porque sabían que las vacaciones se terminaban y dejarían de verse. Lo que en
principio no iba a ser más que un polvo de una noche se convirtió en varias
noches, coincidían en los chiringuitos de moda y Marta iba enseñando poco a
poco a bailar a ese grandullón que por más que ella quisiera lo contrario, cada
día le gustaba más.
Dos noches antes del final del
viaje de David, Marta reposaba en su cama después de haber tenido sexo
desenfrenado.
— Tú eres de Inglaterra. –
dijo.
— Sip.
— Pero no vives allí. – afirmó
Marta, en lugar de preguntar, pues ya intuía por su perfecto español y por sus compañeros,
que vivía en alguna ciudad de España, pero no se atrevió a preguntar en cual.
¿Y si vivía en Valencia? ¿Le obligaría eso a tener que continuar con su
relación? ¿Era lo que ella quería? O mejor dicho ¿Querría él? Pero no podía
ser, David había dicho que conocía la ciudad porque había estado una vez allí.
Si fuera su ciudad ya se lo habría dicho.
— Nop. – contestó David,
esperando que le preguntara en qué ciudad vivía.
¡Habría sido tan sencillo que
ella le dijera que su auténtico nombre no era Diana y que le gustaría seguir
viéndolo fuera como fuera! ¡Habría sido tan sencillo que él le dijera que vivía
en su misma ciudad y le preguntara si estaría dispuesta a tener una cita allí!
Pero ambos callaron, y Marta volvió a su habitación, como cada noche.
Al día siguiente era el último
día del viaje de David. Se levantó sin quitarse de la cabeza que sería la
última vez que viera a su rubia y decidió ir a su habitación y proponerle pasar
el día juntos para aprovecharlo al máximo. Es más, pensaba decirle lo que
sentía por ella, que vivía en Valencia y que lo que había entre ellos no tenía
por qué terminar ese día, pues estaba convencido de que ella también sentía lo
mismo. Estaba llegando a su habitación cuando escuchó a las chicas hablando, y
se quedó rezagado para poder escuchar, pues algo le llamó la atención.
— La verdad, Marta, no
entiendo cómo no le has dicho ya tu nombre verdadero, salta a la legua que
estás loca por ese chico. Es más, creo que en los años que te conozco nunca te
he visto quedar tantas veces con alguien.
— Si he quedado tantas veces
ha sido solo porque sabía que no iba a pasar de este viaje. Han sido unos días
de ensueño pero desde el principio los dos sabíamos que lo nuestro no llevaría
a nada, ¿y qué más da si me llamo Diana, Marta, o Pepita Flores?
— Pues yo creo que sí importa,
porque una cosa es decir un nombre falso cuando el tío no te importa y no
piensas tener más que un revolcón, ¡pero que no habéis parado en toda la
semana!
— Ya, pero eso no significa
que me importe más que si hubiéramos pasado solo una noche juntos. – mintió
porque no quería que su amiga se diera cuenta de cuánto lo iba a echar de menos
cuando se fuera. En realidad nunca había sentido por nadie lo que sentía cuando
estaba cerca de ese hombre tan alto, con sus enormes embestidas que parecían
abarcarla toda, sus enormes labios devorando su boca… solo de pensarlo una
lagrimilla cayó por su mejilla, la cual quitó antes de que su amiga se diera
cuenta.
Sin embargo, atrás había
quedado un hombre destrozado. ¿Tan poco había significado él para aquella mujer
que no había sido capaz ni de decirle su verdadero nombre? Nunca habían jugado
así con él, y se sintió tan dolido que volvió a su habitación hecho una furia.
Desde luego estaba equivocado, él no había significado nada para ella y se
sintió un idiota al haberse dejado enamorar por aquella pequeñaja que se movía
tan bien tanto en la pista como en la cama. “¡Maldita sea!”, maldijo.
Marta esperaba ver en la
cafetería a David y desayunar con él. Le extrañó ver a su grupo de amigos sin
él pero no se atrevió a preguntar porque hasta el final tenía que hacerse la
chica dura y sin sentimientos que había sido siempre. No podía enamorarse de un
hombre al que nunca más volvería a ver pero ¿acaso no había sucedido ya? ¿Uno
podía elegir cuando enamorarse y cuando no? Ella pensaba que sí, ya que nunca
había llegado a sentir nada por nadie, pero esta vez su jugarreta se le volvió
en su contra, no podía dejar de pensar en que ese sería el último día que vería
a su rubiales y se le formaba un nudo en el estómago que no la dejaba casi ni
respirar. Desayunó desganada por lo que se avecinaba y decidió ir a la
habitación de David. Seguramente se había dormido, esa última noche la habían
vivido con tanto entusiasmo que se les hizo casi de día. Tocó con los nudillos
y esperó a que abriera.
David estaba tumbado en la
cama y cuando se incorporó para abrir escuchó la voz de Diana, ¿o tal vez
debería decir Marta?
— David, soy yo. Me preocupaba
no haberte visto en la cafetería.
Pero él volvió a tirarse en la
cama e hizo como si no estuviera. No pensaba abrirle la puerta a una mujer que
había sido tan falsa con él. No es que él estuviera orgulloso de no haberle
dicho que vivían en la misma ciudad, pero pensaba decírselo ese día. Sin
embargo ella había dejado muy claro hacía un rato que entre ellos no había
habido más que un amor de verano y que daba igual como le hubiera dicho que se
llamaba ya que no sentía nada por él. Aunque tuviera que pasar su último día de
viaje metido en la habitación, no pensaba ver a Marta, ni ese día ni nunca más.
— David, ¿estás ahí? – volvió
a preguntar ella, por si no le había oído.
Tras diez minutos esperando a
que abrieran sin resultado, volvió a su habitación cabizbaja.
Cuando Lorena la vio entrar lo
primero que le dijo fue:
— Lo sabía.
— ¿Que sabías el qué?
— Que te has enamorado.
— Y aunque así fuera, ¿qué más
da? David se va mañana y ni siquiera sé dónde vive.
— ¿Y por qué puñetas no se lo
preguntas?
— Pues porque los dos
acordamos que no seríamos más que un polvo de verano y no quiero obligarle a
nada.
— Que yo sepa preguntarle a
alguien dónde vive no es obligar a nada.
— Claro que sí. Mira, no lo
quiero agobiar ¿vale?
— Lo que tú digas. – dijo
Lorena levantando las manos y poniendo los ojos en blanco.
Ese día Marta lo pasó buscando
con la mirada allá por dónde iba intentando localizar a David. Le extrañaba no
saber de él, sobretodo siendo su último día. Más o menos habían hablado de que
lo pasarían juntos, que se despedirían follando como locos de manera que ambos
recordaran ese viaje como el mejor verano de sus vidas. Pero no lo vio en todo
el día, y cada vez que iba a su habitación, nadie le abría la puerta. Por la
noche, viendo que no bajó a cenar al restaurante, no pudo evitar preguntar a
sus amigos por él.
— Hola chicos, sé que mañana
os vais y me extraña no haber visto a David en todo el día, ¿le ocurre algo? –
su voz temblaba más de lo que le hubiera gustado.
— Me ha dicho que no se
encontraba bien. – contestó Joaquín, su compañero de habitación.
— Ya, pero es que como he ido
a su habitación y no me ha abierto la puerta, pensé que no estaba. – cada vez
se sentía más estúpida.
— No lo sé, Diana, igual lo
has pillado durmiendo. – le contestó Joaquín con retintín al pronunciar su
nombre, puesto que su amigo ya le había contado la mentira de la valenciana.
— Ya, supongo que habrá sido
eso. – dijo Marta levantando los hombros dispuesta a volver a la habitación y
aporrear la puerta hasta que le abriera.
Salió del restaurante echando
humo por las orejas. “Con que se encuentra mal ¿eh?”, iba pensando por el
camino, “ahora me va a explicar a mí qué coño le pasa”. Pero una vez llegó a su
puerta se quedó paralizada. No estaba acostumbrada a ir detrás de nadie, si
David no había querido pasar su último día con ella sus motivos tendría y ella
no pensaba rebajarse a un hombre que se había negado a abrirle la puerta y a
decirle siquiera adiós.
Se fue a la cama malhumorada.
Se negó a salir con Lorena cuando ésta se lo propuso. Solo tenía ganas de
llorar y de maldecirse a sí misma por haberse enamorado de un hombre con el que
sabía que no podría tener nada.
Se despertó de un sobresalto.
Como por instinto, supo que no podía dejar que David se fuera sin despedirse,
así que se vistió lo más rápido que pudo y bajó a la cafetería. Desierta,
estaba completamente desierta. Preguntó en recepción por el grupo de abogados y
le dijeron que sus autobuses estaban a punto de salir hacia el aeropuerto.
Corrió a la salida y vio cómo terminaban de meter las maletas. Recorrió uno y
otro en busca de David, pero cuando por fin lo encontró con la cabeza dejada
caer en el cristal de la ventana, el autobús empezaba a ponerse en marcha.
— ¡David! – gritó.
David no la escuchó, pero algo
hizo que mirara hacia afuera y vio a una rubia pequeñaja todavía con legañas en
los ojos y la cara encendida por la carrera que acababa de hacer en busca de su
chico.
— Marta. – susurró él, girando
la cabeza hacia un lado ignorándola.
A Marta se le partió el
corazón. Le hubiera gustado despedirse de él como dios manda y no entendía su
cambio de actitud del último día. Seguramente habría conseguido asustarlo, tan
dispuesta desde el principio a no tener nada al final no habían dejado de estar
juntos en todo momento, y no habían cumplido con lo acordado.
Los dos días que le quedaban de
viaje intentó pasarlo bien con sus compañeros, pero no conseguía quitarse a
David de la cabeza. Se sentía estúpida por haberse enamorado de un tipo que no
había sido capaz ni de despedirse de ella, pero había pasado y ya nada podía
remediar eso excepto el tiempo.
— Si al menos os hubierais
dado los teléfonos. – opinó Lorena.
— Si no nos dimos los
teléfonos fue precisamente porque no queríamos que hubiera nada más después de
estas vacaciones.
— Ya, pero tú no contabas con
enamorarte.
— Bueno, pues está claro que a
él no le pasó así es que ¿de qué habría servido darle mi número de móvil? ¿Para
pasarme la vida pendiente de que me llamara? Prefiero saber que no lo volveré a
ver más e intentar olvidarlo lo antes posible.
— No sé, Marta, su
comportamiento del último día fue muy raro. Yo también llegué a pensar que él
sentía algo por ti.
— ¿No ves que no? Dejemos ya el tema ¿vale? No
quiero volver a hablar de David nunca más! – gritó Marta enfadada.
— Lo que tú mandes. – dijo
Lorena, entrando al baño para darse una ducha.
Un mes después, Marta seguía
pensando en David, pero no lo mencionaba para nada y sus amigas pensaban que ya
lo había olvidado. El verano continuaba y lo pensaba aprovechar al máximo, ya
bastante tendría que estudiar una vez empezara el doctorado.
Salía a menudo con sus amigas
a la playa, a tomar algo por las tardes y a los chiringuitos de moda los fines
de semana.
Un sábado, después de tomarse
dos cubatas, estaba en un chiringuito bailando la canción “Torero” de Chayanne,
cuando vio la cara de susto de Lorena, y antes de que pudiera darse la vuelta
para comprobar qué miraba su amiga, unos enormes brazos la cogieron de la
cintura y la pegaron contra un fuerte cuerpo. Su gigante, no hacía falta
girarse para saber que era él, su olor lo delataba, y cuando le susurró al
oído: “Me encanta verte bailar, Marta”, todo su vello se erizó y sus piernas
empezaron a flaquear. Pensó que nunca más lo vería y ahí estaba, se debían
muchas explicaciones, pero en ese momento lo único que hizo fue girarse, pasar sus
brazos por su cuello y comerse la boca del hombre del que estaba tremendamente
enamorada y a quien no había podido olvidar, pese a que pensaba que nunca más
vería.
Unos minutos más tarde, cuando
se dieron cuenta de que no estaban solos en la discoteca de verano, se
separaron y se miraron con intensidad, con brillo en los ojos y el corazón
acelerado.
— ¿Marta? – preguntó él, sin
poder disimular su enojo.
— David, yo… lo siento. No
estaba acostumbrada a tener que ver a nadie más de dos veces seguidas y no pensé
que llegara a sentir nada por ti. Fue por inercia, no te lo tomes como algo
personal.
— Ya, ni pensaste que llegaras
a sentir nada ni lo sentiste, te hoy hablar con tu amiga.
— ¡Mierda! – maldijo Marta,
medio borracha como estaba — ¿No te diste cuenta de que solo pretendía hacerme
la dura? ¿De que no podía admitir que me había enamorado de un hombre que no
quería nada serio conmigo y del que ni siquiera sabía dónde vivía?
— La verdad es que ese día
pensaba decirte que vivo en Valencia.
— ¿Vives en Valencia?
Marta no pudo evitar dar un
salto de alegría tras el cual quedó agarrada de piernas a la cintura de su
grandullón, quien la cogió de la espalda y fue con ella fuera de la pista.
— Quería pasar todo el día
contigo, pero cuando te hoy decirle a tu amiga que no significaba nada para ti
y que no me habías dicho ni tu propio nombre yo… me enfadé muchísimo.
— No debiste marcharte sin
despedirte.
— No me lo perdonaré en la
vida, pero te he buscado y te he encontrado ¿no?
— ¿Me has buscado?
— Claro, sabía que una
bailarina como tú no me resultaría difícil de encontrar.
— ¿Tan fácil ha sido?
— En absoluto, me he recorrido
toda Valencia, no ha quedado un pub ni una discoteca en la que no haya estado
buscándote.
— Y eso ha sido ¿por…?
— Porque estoy enamorado de ti
y no he podido dejar de ver tu rostro desde el día en que mi autobús salió y te
dejé en la calle con legañas en los ojos.
— Tuve que madrugar mucho para
intentar despedirme.
— Siento haberme ido de
aquella forma.
— Y yo siento haberte mentido
respecto a mi identidad y mis sentimientos. Me llamo Marta.
— Encantado de conocerte,
Marta, pero yo no soy un hombre de un solo polvo, no sé qué esperas de mí.
— Encantada David, yo espero
tener una relación seria por primera vez en mi vida, porque por primera vez me
he enamorado. ¿Qué te parece si volvemos a empezar?
— Me parece lo mejor que me
podría pasar en la vida. Te amo, pequeñaja.
— Y yo a ti, grandullón.
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