Dedicado
a mi hermana Sandra,
a
quien le llegó al alma que dijera
que
las historias de parejas casadas no venden.
Espero
que os guste!!
— ¿Y no
que el tío va y me dice “me pones más caliente que el fuego de tu pelo”? ¡Será
sinvergüenza! – decía Lorena, indignada, mientras relataba el alocado fin de
semana en la discoteca Dance City – Mira, sé que desde que bailo mejor, gracias
a ti, ligo más, pero hija ¡qué quieres que te diga! Los tíos se han creído que
porque nos gusten las novelas romántico-eróticas y porque haya triunfado que un
multimillonario practique el sado con su pareja y le ponga que le digan “quiero
follarte duro” ya todas las mujeres queremos
que nos hablen así.
— La
verdad es que hay algunos que se pasan – opinó Marta, cogiendo a su bebé en
brazos ya que había empezado a protestar tras estar media hora quieto en el
carro – Pero si quieres que te diga una cosa, ya me gustaría a mí que David de
vez en cuando me dijera algo así.
La
tediosa cara de Marta preocupó a su amiga, quien desde que se habían
reencontrado hacía cinco años gracias al Facebook, quedaba con ella todos los
lunes para comer, antes de recoger a Daniela del colegio, ya que era cuando Lorena
tenía libre en su trabajo.
— ¿Por
qué dices eso? Marta, tienes un marido estupendo ¿hay algo que no me hayas
contado?
— No, si
va todo bien, estupendamente… — decía, zarandeando a su hijo para provocarle
unas risas y que así pudiera hablar con su amiga.
— ¿Pero?
— Pero
nada, y eso es lo malo precisamente. – contestó Marta, desganada.
— ¿Cómo
que nada? ¿Qué quieres decir?
— Pues
eso, que no hacemos nada. Nuestro matrimonio se está convirtiendo en un
aburrido y convencional typical spanish.
No discutimos porque apenas nos vemos. David llega tarde de trabajar y cansado,
cenamos sin apenas hablar y antes de que me dé cuenta se ha quedado dormido en
el sofá. Y yo, entre el trabajo, los niños y la casa, no creas que estoy más
espabilada que él cuando llega la noche. Y así pasan los días y días y días…
— ¿Me
estás diciendo que no folláis? ¿Desde hace cuánto?
— No lo
sé. A ver, si Lucas tiene cinco meses, pues desde finales del embarazo que me
sentía tan pesada y molesta que no tenía ganas, luego cuando parí tras pasar la
cuarentena me daba miedo y después empezó David a hacer más horas en el trabajo
y a llegar hecho polvo…
— ¡Me
estás diciendo que lleváis medio año sin hacer nada? – preguntó Lorena
estupefacta.
— Más o
menos, sip.
— Joder
niña, con vosotros va a ser verdad el dicho “follas menos que un casao” ¡Pero
eso no puede ser! Hay que solucionarlo pero ya.
— Como
si fuera tan fácil.
— Claro
que sí, vámonos de compras. – dijo Lorena resuelta y empezando a levantarse de
su sitio.
— ¿De
compras? ¿Dónde? No me hace falta nada. – dijo Marta meciendo a Lucas sin
moverse de la silla.
—
¿Cuánto hace que no te compras ropa interior?
— Pues
cada dos meses o así porque me la compro del Primark y se estropea enseguida.
— Marta,
lo que tenemos que hacer es comprarte un conjunto de ropa interior sexy con el
que seduzcas a tu marido antes de que se quede dormido.
— Eso es
una tontería porque la mayoría de las noches se duerme antes que Lucas. Como se
nota que no tienes hijos y no sabes lo que es tener que estar buscando el
momento adecuado para tener relaciones.
— Tener
relaciones, tener relaciones, ¡llámalo como toca! Una cosa es que no me guste
que los tíos me vengan en plan calentorros maleducados pero al pan pan y al
vino vino, tú lo que necesitas es folleteo del bueno. Cariño, ¿tu marido te
pone?
— ¡Claro
que sí! Cuando lo miro sigo viendo al hombre que conocí hace doce años, estoy
enamorada de él, pero lo que no sé es si él siente lo mismo por mí. A veces
pienso que se ha hecho cómodo a estar conmigo y que por eso seguimos juntos.
—
¿Piensas que te pone los cuernos?
— No,
pondría la mano en el fuego por él pero… No sé si me desea como antes.
— Pues
precisamente por eso es por lo que necesitas ropa interior sexy. Mira, esta
noche te las apañas como sea para tener a los niños acostados antes de que él
llegue de trabajar, y mientras se ducha tú te pones sexy, antes de cenar ni
nada ya que dices que en cuanto cena chafa la oreja.
— Con
Daniela es fácil, le hago la cena pronto y la acuesto pero con Lucas, como le
dé por llorar como casi todas las noches, me temo que tu idea no funcionará.
Marta
estuvo explicando a su amiga que su bebé padecía de cólicos y que aunque ya
empezaba a dejar de tenerlos, alguna que otra noche le daban y el pobrecito lo
pasaba fatal. En realidad el peque y ella, que era la que lo mantenía en
brazos, le masajeaba la tripita y hacía lo imposible por que se le pasara y
consiguiera dormir.
Marta
trabajaba de profesora de baile en la academia “Quiero bailar contigo”,
ayudando a su jefe con un grupo de adolescentes que se habían apuntado por las
mañanas. Le encantaba bailar, así había conquistado a su marido con tan solo
veinticuatro años y llevaban juntos desde entonces, y de eso hacía ya doce.
Llevaban siete años casados, habían tenido a Daniela a los dos años y a Lucas
hacía cinco meses y tenía la sensación de que su matrimonio empezada a
enfriarse. Antes, salían los sábados a bailar dejando a Daniela cada sábado o
con su madre o con su suegra y Marta pensaba que mantenía la llama encendida
porque hacían una pareja de baile perfecta, ella había enseñado a su marido.
Pero desde que se quedó embarazada de Lucas y a los tres meses le dijo la
matrona que hiciera reposo absoluto porque cabía la posibilidad de que se
produjera un desprendimiento de placenta, habían dejado de hacerlo. Y si a los
quilos que ganó en el embarazo le sumas los que ganó por el reposo, Marta se
sentía mal consigo misma porque su cuerpo no era el de antes y por eso empezaba
a pensar que su marido estaba perdiendo interés en ella. Menos mal que había
encontrado trabajo en la academia hacía dos meses. Aunque le dio una pena
tremenda tener que dejar a su hijo con su suegra con tan solo tres meses, sabía
que era una oportunidad para ella y que si decía que no al trabajo tal como
estaba la situación en el país, quien sabe cuándo podría encontrar algo de
nuevo, y encima que fuera de lo que más le gustaba hacer, bailar. Tenía amigas
y conocidos con carreras universitarias que estaban trabajando de dependientas
en supermercados o como mucho, de ayudantes en comedores escolares. No, no
podía decir que no a un trabajo que le apasionada y que encima solo le ocupaba
unas horas por la mañana. Su marido mismo, con la carrera de derecho que tenía,
estaba trabajando de reponedor en una cadena de supermercados, todo el día en
el camión de un supermercado a otro, haciendo esfuerzo con los palés y acabando
cansadísimo cada día. Ella dejaba a su hijo con su suegra por las mañanas,
aunque algunas a la mujer la llamaban para trabajar limpiando alguna casa y
como era un dinerito extra nunca decía que no, así que Marta había acordado en
una guardería que la dejaría algún que otro día suelto, aunque eso le supusiera
pagar casi más que si la dejara el mes entero. Aun así, ella prefería que
estuviera con su suegra, una mujer joven y dicharachera enamorada de sus hijos
con la que sabía que estaría bien cuidado el pequeño. Después dejaba a Daniela
en el colegio y acudía a la academia, daba sus clases e iba a recoger a Lucas,
comía con su suegra y recogía a la niña del colegio, la llevaba al parque una
hora y volvían a casa, a que la niña hiciera sus deberes, ella bañara al bebé y
comenzara la rutina de duchas, recoger un poco la casa, plancha, cena… Así era
su vida, así era su rutina.
— ¿Y qué tal te va el trabajo? – preguntó
Lorena mientras cogía un conjunto de ropa interior negro de encaje que llevaba
unos lacitos beige en los tirantes y en los laterales del tanga. Por fin había
conseguido llevar a su amiga a una tienda de lencería.
— Muy
bien. Estoy dando clase a unas niñas que son una pasada, tienen mucho interés.
Lo que me faltan son chicos pero claro, a esa edad los adolescentes no piensan
en bailar precisamente.
— Seguro
que a más de uno le gustaría pero tiene vergüenza de reconocerlo. Toma,
pruébate esto. – dijo Lorena, tendiéndole el conjunto.
— No,
demasiado pequeño el tanga ¡tú has visto como estoy? Quiero seducir a mi
marido, no que se ría de mí.
— ¡Qué
boba eres! Yo creo que este conjunto te quedaría ideal. – dijo Lorena, dejando
el conjunto en su sitio.
— La
verdad es que hay una chica que si consiguiera encontrarle pareja me gustaría
prepararla para competir, es realmente buena. Mira, ¿qué tal este? – preguntó a
su amiga mostrando un conjunto rosa de seda.
— Es muy
bonito pero poco sexy. Pues es una lástima que no se apunten chicos, mira
¿éste? ¿Y a ti no se te ha ocurrido nunca competir? – en este caso le estaba
enseñando un conjunto de braga brasileña gris marengo ribeteado en fucsia con
un sujetador con corpiño que le llegaría hasta las caderas, donde los tendría
que unir con las pantis.
—
¿Quieres que parezca una putona? Y no, yo nunca competiría porque tengo miedo
escénico. – contestó pensando en que dentro de poco actuaría no en una
competición pero sí ante un público. No le había contado nada a nadie porque ni
siquiera estaba segura de querer hacerlo y en tal caso, si querría espectadores
conocidos.
— No,
cielo, quiero que pongas cachondo a tu marido. O te lo pruebas o dejo de
hablarte para siempre.
— Está
bien, dame, pero solo por no oírte. Ya verás lo que voy a parecer.
Marta
cogió el conjunto y se metió en un probador.
— Estás
estupenda. – opinó Lorena una vez se lo vio puesto.
— ¿Qué
dices? Si parezco una morcilla.
—
Cariño, eso es porque tú no te ves bien porque siempre has sido una mujer
delgada y ahora tienes unos quilillos más, pero eso no quiere decir que estés
gorda. Yo te veo fantástica.
— Tú me
ves con ojos de amiga.
— ¿Y con
qué ojos se supone que te va a ver tu
marido?
— ¿La
verdad? No lo sé.
Marta
hizo caso a su amiga, cogió unas pantys a juego con el conjunto gris y después
de pagarlo lo metió en la cesta del carro de su hijo y salió de la tienda
todavía dudando si se lo pondría.
— Bueno
cariño, me tengo que ir pero quiero que mañana me cuentes cómo te ha ido ¿eh?
Aunque sea por whatsapp.
— Está
bieeeeeen. – dijo Marta, poniendo los ojos en blanco.
Marta
fue a recoger a su hija del colegio, y como cada tarde, se quedó un rato en el
parque charrando con las mamás de sus amiguitas. Se preguntó si a ellas les
pasaría lo mismo, pero no las conocía lo suficiente como para hablar de algo
tan íntimo y esa tarde se quedó más pensativa que nunca, escuchando a las demás
hablar de sus cosas. Marisa se dio cuenta de que su amiga estaba ausente y le
preguntó si le pasaba algo y a punto estuvo de explicarle que tenía la
sensación de que su matrimonio se iba a pique. Sin embargo, en lugar de eso le
dijo que esa mañana había hecho más horas en la academia y que estaba cansada.
— Chica,
si es que no sé por qué has empezado a trabajar tan pronto, podías haberte
quedado un año sabático para encargarte de tu bebé, que no es lo mismo un hijo
que dos, y no irías tan estresada. – dijo Ana, quien había escuchado la
conversación y era de las que opinaba aunque nadie le hubiera pedido hacerlo.
—
Trabajo porque me gusta lo que hago y tengo la suerte de poder dedicarme a eso,
que hoy en día pocos pueden decirlo. Y trabajo medio día, cosa que además me
ayuda a desconectar de mi faceta de madre, que quieras o no hay días que llega
a ser duro sentir que lo único que haces es criar hijos.
— Bueno,
eso depende de la persona. Yo me dedico a mi casa, mis hijos y mi marido y
estoy encantada de la vida. – dijo Ana a la defensiva, que entendió que Marta
le estaba dando a entender que ella no hacía nada.
— Pues
como bien has dicho, depende de la persona. Yo siempre he querido tener marido
e hijos, pero no que mi vida se basara solo en eso. También me gusta dedicar
tiempo a lo que me gusta hacer, y sé que si no bailo aunque sea unas horas al
día, mi vida sería tediosa. – dijo Marta, pensando en que en parte, aun
haciendo lo que le gustaba, se sentía aburrida.
— Cada
persona es de una manera. Yo también necesito trabajar aunque sea un poco, pero
claro, yo no puedo dar la razón a ninguna de las dos puesto que solo tengo un
hijo y creo que en mi caso es distinto. – dijo Marisa, queriendo apaciguar la
situación.
No
volvieron a hablar del tema. Marisa y Ana siguieron hablando de sus cosas
mientras Marta pensaba en llegar a casa cuanto antes, adelantarle el baño y la
cena a su hija e intentar que para cuando llegara su marido ya estuvieran los
peques durmiendo.
Y así lo
hizo.
Cuando
esa noche llegó David, enseguida notó el silencio en la casa. Acostumbrado a
que Daniela saliera corriendo a recibirlo y a escuchar a su mujer en la cocina
trajinando la cena o a Lucas llorando por querer ser atendido, esa noche nada
de eso estaba ocurriendo y cuando vio a su mujer tumbada en la cama leyendo la
miró extrañado.
— Hola
cariño – la saludó, acercándose a ella para darle un beso en los labios — ¿Pasa
algo?
— ¿Por
qué?
— No sé,
me sorprende que los nenes ya estén acostados y verte a ti en la cama, ¿estás
enferma? ¿Te encuentras mal?
— No, es
solo que estoy cansada y he pensado pedir comida a domicilio hoy ¿qué te
parece?
—
Genial, ¿te apetecen kebabs?
— Por mí
bien. Dúchate mientras los pido.
— Bien,
vengo con un hambre que me comería un toro.
“Más
bien me vas a comer a mí”, pensó Marta ilusionada porque su plan estaba
saliendo como esperaba.
Una vez
David entró en el baño Marta cogió el teléfono y marcó al restaurante árabe al
que solían pedir la cena de vez en cuando, pero justo cuando había marcado
colgó. Si llamaba en ese momento, a la media hora estaría allí la cena y si su
marido tardaba diez o quince minutos en salir del baño, les quedaría poco tiempo
para lo que había pensado. No, sería mejor llamar después de hacer el amor con
su marido. Le había dicho que tenía mucha hambre pero si su amiga Lorena tenía
razón, cuando la viera con el conjunto nuevo se olvidaría de la cena, sobretodo
porque llevaban muchos meses sin hacer el amor y estaba segura de que su marido
debía necesitarlo tanto como ella.
Sacó la
bolsa de la cesta del carro de su bebé, que todavía seguía ahí, y miró el
conjunto poniendo los ojos en blanco. ¿Cómo se había dejado convencer para
comprarse tal cosa? ¿Y si su marido la veía como se veía ella misma y en lugar
de provocarle morbo le bajaba el lívido verla con semejante mamarrachada? De
pronto sonó el teléfono y dio un brinco puesto que le pilló por sorpresa.
Guardó rápidamente el conjunto en el cajón de su mesita de noche y contestó.
Era su suegra. La llamaba para decirle que la habían llamado para trabajar al
día siguiente y tendría que dejar al nene en la guardería.
— Me
sabe fatal avisarte con tan poco tiempo pero es que me acaban de llamar a mí y
ya sabes, es un dinerito extra que nos viene muy bien, sobre todo desde que
Juan Carlos se jubiló y si voy a hacer esa casa pues…
—
Cecilia, no te preocupes, no tienes que darme explicaciones. – dijo Marta,
intentando cortar la llamada cuanto antes.
— Ya
pero me preocupa que no puedas avisar a la guardería con tan poco tiempo y
claro como tu madre trabaja y sé que no la puedes dejar con ella yo…
— Ceci,
en serio, ya hablé con la puericultora de que la podía llevar cuando quisiera,
le pago el día y no hay problema.
— Hay,
menos mal hija, no sabes lo tranquila que me dejas. Es que no veas dónde voy
mañana a limpiar, cada vez que voy allí se me hacen los dientes largos y pienso
en cómo puede ser que haya gente que tenga tanto dinero como para poder tener
esas casas. Por desgracia a mí no me tienen fija allí, porque la señora lo paga
muy bien. Tienen una interina, pero una vez al mes hacen limpieza a fondo y
necesitan más personal.
Cecilia
seguía hablando de la ricachona mientras Marta solo pensaba en colgarle el
teléfono, cosa que por educación y por ser quien era no podía hacer. Pero
cuando vio salir a David del baño con la toalla enrollada en la cintura y ella
seguía pegada al teléfono y sin cambiarse, se le cayó el alma a los pies. David
frunció el ceño preguntando quien era y ella, tapando el teléfono le susurró
“tu madre”, aunque le habrían dado ganas de decirle algo así como “Tu
inoportuna madre, o tu jodepolvos de madre” porque tenía claro que esa noche
sus planes se irían al traste.
— ¿Está
mi hijo por ahí? – preguntó Cecilia.
— Acaba
de salir de la ducha.
—
Pásamelo, que al menos lo salude.
“Mierda”,
pensó Marta, sabiendo cómo eran los saludos de su suegra. Mira que le gustaba
enrollarse en el teléfono, con lo poco que le gustaba a ella. Marta le pasó el
teléfono a su marido malhumorada y éste la miró sin entender. De pronto Lucas
empezó a llorar y fue a la cuna a cogerlo. Esa noche ya se había echado a
perder, así que cogió el móvil y llamó al restaurante para pedir los kebabs.
Con un poco de suerte habría conseguido tranquilizar al pequeño para cuando
llegara la cena.
A la
mañana siguiente, no eran ni las ocho de la mañana cuando Marta recibió un
whatsapp de Lorena: “Cuenta, cuenta”, decía.
“Nada q
contar”, escribió Marta, acompañándolo del icono de la cara triste.
“En
serio? Por q? No le gustó el conjunto?”
“No me
lo llegó a ver, llamó mi suegra, Lucas se puso a llorar, pedí comida y cuando
llegó, cenamos y cuando fui a mi cuarto, me lo puse y volví al comedor, David
estaba roncando”
“Joooodeeeer,
p q no lo despertaste?”
“Me supo
mal, estaba tan cansado…”
“Bueno
chiki, pues a ver hoy. Ya m cuentas, m voy al curro”
Marta se
preparó como cada mañana, llevó primero a Lucas a la guardería, después a
Daniela al colegio y como era habitual, llegó a la academia antes de la hora y
se tomó un café en el bar que había justo pegado al pub Quiero Bailar Contigo.
Ella daba las clases en la academia, que estaba justo encima del pub. Le
encantaba su jefe, era generoso y muy buen bailarín. Sabía que había ganado
muchas veces el concurso del Palace en Madrid, uno de los concursos que más
dinero daban y que los tres últimos años había participado con su mujer, una
abogada que había conocido en las clases, pese a que a ella al principio no le
gustaba bailar.
Era
pronto, su primera clase empezaba a las diez y todavía faltaban diez minutos,
pero como tenía llaves de la academia decidió subir y practicar la coreografía
del baile que pensaba hacer en la discoteca preferida de su mejor amiga, Dance
City. Todavía quedaba dos semanas para la exhibición pero aún no se lo había
contado a nadie, ni siquiera a David. No sabía cómo hacerlo, cómo se lo
tomaría. Cuando Alejandro, su jefe, le propuso actuar, puesto que el dueño de
la discoteca, Abel Ferri, organizaba fiestas y actuaciones a menudo para
mantener el interés de los clientes, ella en un principio le dijo que no. Nunca
le había gustado exhibirse. Como mucho ejercía de profesora y bailaba de
jovencita cuando salía por ahí y luego más cuando conoció a su marido. Les
encantaba salir a bailar juntos. Pero hacía tiempo que no bailaba sola y solo
el hecho de pensar que estaría encima de un escenario bailando para un montón
de gente, la ponía de los nervios.
“A mi
edad, ¿en qué estoy pensando?”, se dijo mientras le daba al play del equipo de
música. “Tengo treinta y seis años, soy madre de dos hijos, ¿qué coño estoy
haciendo?”
Pero aun
así, cuando la canción “Arrasando” de Thalia empezó a sonar, su cuerpo empezó a
moverse como si tuviera veinte años. Con unos quilitos de más, ella seguía
siendo la misma persona de siempre, y temía que su marido no lo viera así.
De
pronto la puerta de la academia se abrió y vio entrar a Alejandro junto a su
pequeña de tres años, Elsa.
— Espero
que no te importe que la haya traído, cerraron la guardería por defunción y ya
sabes como son estas cosas, no se puede avisar con antelación y como Sara justo
hoy tenía un juicio…
—
Tranquilo, tú eres el jefe. – dijo Marta, acalorada porque acababa de bailar
una canción con mucho ritmo.
— La
nena se sienta en una esquinita a pintar y seguro que no te molesta. Yo doy la
clase en la otra sala, ¿quieres que cambiemos hoy?
— No,
no, tranquilo, no pasa nada. ¿Ha sido por alguien de la guardería?
— ¿Eh?
Ah, no, creo que la mamá de la dueña. Supongo que mañana ya estará abierta. Hoy
fue porque todas las puericultoras se fueron al funeral.
—
Entiendo.
Enseguida
se empezó a llenar la clase de Marta de chicas de entre dieciséis y dieciocho
años y empezaron a bailar con un merengue de Sergio Vargas, “La quiero a morir”.
Las colocó por parejas, apenada de que no hubiera chicos para hacer su papel,
pero por lo menos las chicas aprenderían. Unas veces hacían unas de chico,
otras veces las otras.
— Y uno
y dos, y uno y dos, y uno y dos, vamos chicas, sin perder el paso básico el
chico le da una vuelta a la chica y uno y dos y seguimos…
Bailaban
al ritmo de: “Ella para las horas de cada reloj,
Y me
ayuda a pintar transparente el dolor con su sonrisa
Y
levanta una torre desde el cielo hasta aquí
Y me
cose unas alas y me ayuda a subir a toda prisa,
A toda
prisa
La
quiero a morir
…”
Esa
noche, Marta volvió a realizar la misma operación que el día anterior, acostó
pronto a Daniela, intentó que Lucas se tomara el biberón pronto y se durmiera,
suplicando que no tuviera un cólico y le diera por llorar de nuevo. La
diferencia ese día fue que pensó en ponerse sexy para cuando su marido llegara.
Le daba igual que no se duchara primero, no había tiempo que perder. Así que
una vez tuvo a los niños dormiditos, se puso el conjunto de lencería que se
había comprado el día anterior y como hacía frío, se echó un batín por encima y
esperó a su marido mientras preparaba la cena. Quería tenerlo todo listo antes
de que él llegara porque no quería tener nada que hacer que la interrumpiera de
sus calientes intenciones.
Cuando
escuchó el sonido de las llaves abriendo la puerta, se apresuró en quitarse el
batín y se colocó en la cama de la manera más sexy que se le ocurrió.
“Qué
extraño que los niños se estén durmiendo tan pronto esta semana”, pensó David
mientras se dirigía a su habitación, de nuevo sorprendido al no escuchar ruido
por la casa. Cuando entró en su cuarto y vio a su mujer, se le abrieron los
ojos como platos.
—
Cariño, estás… — pero se quedó sin palabras.
Marta se
pasó la lengua por los labios de manera sugerente y su marido fue hacia ella y
se sentó a su lado para besarla.
— ¿Te
gusta? – preguntó ella.
—
Cariño, me encanta, ¿a qué se debe?
— Me
apetecía comprarme algo sexy para ti.
— Umm… —
se relamió David acariciando el pecho derecho de su mujer – Debería ducharme.
— Me da
igual, hazme tuya ya, por favor. – suplicó Marta.
— Oh,
cariño, ¿cuánto tiempo hace? – dijo David con la voz rota mientras bajaba un
tirante del sujetador y mordisqueaba el hombro de su mujer como sabía que tanto
le gustaba. Llevaban tanto tiempo sin hacerlo que apenas lo recordaba.
Le bajó
el encaje del sostén para mordisquear un pezón, no le quería quitar el conjunto
que tanto morbo le daba. Su mujer se había puesto sexy para él y había
conseguido ponerle cachondo. Pero había un problema, se sentía sucio por todo
el día trabajando y no quería disfrutar de su mujer así.
— Vamos.
– le instó Marta a que prosiguiera viendo que su marido iba más lento de lo que
ella deseaba. Más bien ella estaba ansiosa, desesperada.
David no
se lo pensó más y dejó que su mujer le quitara la camiseta y le bajara los
pantalones; él se quitó los zapatos restregándose los pies y terminó quitándose
los calcetines. Una vez solo con los bóxers Marta empezó a acariciar el paquete
que tanto tiempo hacía que no tocaba. Estaba erecto, eso era buena señal, tal
vez ella era una exagerada y todavía excitaba a su marido. David metió la mano
por la braguita brasileña y Marta gimió, pero entonces una voz que no era de
ninguno de ellos dos, se escuchó en la habitación.
— Mami,
he tenido una pesadilla. – decía Daniela, con los ojos medio pegados, gracias a
dios.
David y
Marta se recompusieron rápidamente y ella cogió en brazos a su hija.
—
Cariño, no pasa nada, mamá está aquí.
— Me
paso a duchar. – susurró David.
Marta
asintió con la cabeza, no sin maldecir la oportunidad desaprovechada que
acababa de perder.
— ¿Puedo
dormir aquí contigo, mami?
—
Cariño, te puedes quedar en mi cama un ratito, pero luego te pasaré a la tuya.
Sabes que tienes que dormir en tu cama ¿verdad, mi vida? ¿Lo entiendes?
— Sí,
mamí, solo hasta que se me pase el susto.
Marta
metió a su hija en la cama y se acostó con ella. Cuando David salió de la ducha
Daniela ya se había dormido pero en lugar de continuar con lo que habían dejado
a medias, dijo:
— He
visto que ya está la cena hecha, ¿cenamos? ¡Estoy muerto de hambre!
— Claro.
– aunque por dentro Marta pensó “joder, joder, joder”.
Se quitó
su sexy conjunto, se puso el pijama y puso la mesa.
— Es muy
bonito el conjunto que te has comprado. – es todo lo que dijo David al
respecto.
— Ya, me
hubiera gustado que sirviera de algo. – susurró Marta, de mal humor.
— ¿Qué
quieres decir? Cariño, tenemos hijos, ¿qué culpa tenemos de que Daniela se haya
despertado justo en el mejor momento?
— No es
eso y los sabes.
— ¿Qué
se supone que he de saber?
— Que
llevamos meses sin hacer nada y eso no es normal.
—
Cariño, ¿te crees que yo no lo sé, que no me doy cuenta? ¡Joder, soy un hombre!
Pero trabajo muchas horas y llego reventado, me gustaría poder hacer algo pero
me quedo dormido contra mi voluntad.
— Ya. –
Marta no quería seguir hablando del tema porque temía hacerle la gran pregunta,
si es que ya no la deseaba, si es que tal vez, aunque el día anterior le había
dicho a su amiga que pondría la mano en el fuego por él, si tal vez existía la
posibilidad de que su marido tuviera a otra mujer en su vida pero, ¿de dónde
iba a sacar el tiempo? ¿Tal vez la mentía y no trabajaba tanto como decía? No
podía ser, lo veía llegar a casa sucio y cansado, confiaba en él y descartaba
esa idea. Pero respecto a lo otro… — Dentro de dos semanas voy a bailar junto
con Alejandro y su mujer en una actuación que vamos a hacer en una discoteca. –
dijo por fin.
— ¿Sí?
¿En cuál? ¡Eso es estupendo!
Vaya,
desde luego Marta no había pensado en esa reacción por parte de su marido.
— En
Dance City.
— ¿Esa
no es la discoteca del modelo Abel Ferri?
— Sí. La
verdad es que me da vergüenza, yo, a mi edad bailando sobre un escenario…
— ¿Qué
tiene que ver la edad? Tienes treintaiséis años y pareces una chica de
veinticinco y te encanta bailar, ¿por qué no ibas a hacerlo? Pero cariño,
¿desde cuándo lo sabes? ¿Por qué no me lo habías dicho?
— Lo sé
desde hace un mes más o menos, pero no estaba segura de querer hacerlo y temía
que no te sentara bien. Además, apenas hablamos. Últimamente nuestro matrimonio
se está volviendo frío y monótono.
— ¿Eso
piensas?
— Sí.
David se
levantó de la mesa y se dispuso a recoger su plato y el resto de la mesa. Marta
no pudo evitar su congoja y salió de la cocina hacia el baño para romper a
llorar sin que su marido la viera. Cuando salió de nuevo, su marido estaba en
el comedor viendo una serie en la televisión. Ella se sentó a su lado, apoyó la
cabeza sobre su pecho y David empezó a acariciarla provocándole una grata
sensación. Le encantaba que su esposo le acariciara la cabeza. Cuando se dio
cuenta de que la mano pesaba sobre su nuca, giró la cabeza para poder ver a su
marido que ya dormía.
El resto
de la semana Marta no consiguió que Lucas se durmiera temprano. Cuando llegaba
David de trabajar ella todavía estaba liada con la cena e intentando parar los
lloros de su hijo hasta que finalmente conseguía tranquilizarlo y lo dormía.
Pero entonces su marido ya había caído rendido en el sofá. Al principio, lo despertaba
para hacer que fuera a la cama, pero tras años de ver que era inútil puesto que
tenía un sueño tan profundo que no se enteraba de nada, le daba un beso de
buenas noches sin que él apenas lo percibiera y se iba a dormir a su solitaria
cama. Sabía que en algún momento de la noche David acudiría a su lecho, pero se
acostaba y despertaba sola sin darse cuenta en qué momento su marido le había
hecho compañía.
El
sábado, Marta pensó en preparar algo especial para cenar. Sabía que a David le
encantaban las costillas a la miel hechas en el horno. Compró los quesos que
más le gustaban, unos buenos patés y guarnición para acompañar las costillas.
Mientras su marido se duchaba puso velas por el comedor para crear un espacio
íntimo y sonrió al ver a sus hijos durmiendo.
David
salió del baño y miró a su mujer sugerente al ver el esfuerzo que había hecho
al decorar el comedor.
— Oh,
cielo, ¿acaso me quieres seducir? – bromeó David.
—
Siéntate. – le ordenó su mujer. — Quiero alimentarte bien, para que luego
disfrutes mejor el postre.
— Ah,
¿sí? ¿Y qué has comprado de postre?
— Nada,
el postre soy yo.
— Ummmm,
qué rico postre.
Marta
sacó del horno las costillas y las colocó en una bandeja. Como estaban recién
hechas quemaba mucho y se arrepintió de no haber cogido agarraderas para no
quemarse las manos. Corrió hasta el comedor con la bandeja ardiendo y la soltó
rápidamente en la mesa, haciendo que una de las velas volcara y prendiera fuego
al mantel.
— Oh,
¡dios mío! – gritó Marta asustada.
A David
lo primero que se le ocurrió fue echar el vino que había en su copa sobre el
fuego, cosa que lo avivó más y la mesa empezó a arder.
— Pero
¿qué haces? ¿Te has vuelto loco? – le recriminó Marta ante su genial idea.
David ignoró a su mujer, no era momento de
discutir sino de actuar lo más rápido posible, así que cogió el teléfono fijo y
llamó a los bomberos mientras Marta corría a las habitaciones de sus hijos para
cogerlos y sacarlos de la casa.
Dos
horas después, los cuatro descansaban sobre el sofá, el matrimonio todavía con
el cuerpo temblando y teniendo en brazos cada uno a uno de sus hijos. Todo se
había quedado en un susto gracias a la rapidez con la que habían actuado y
habían llegado los bomberos. El único problema era que la mesa, cena incluida,
había quedado chamuscada, pero por suerte el fuego no se había llegado a
extender por el resto de la casa.
Una vez
los niños volvieron a coger el sueño, la pareja se fue a la cama, sin cenar,
abrazados y asustados por lo que podía haber pasado.
Cuando
Marta le contó el lunes a su amiga Lorena lo sucedido, no se lo podía creer.
— Niña,
es que no dais pie con bola. ¿No te habrán echado un conjuro o algo así para
evitar que folles con tu marido?
— Sabes
que no creo en esas cosas, pero llegado a este punto ya no sé qué pensar. Y encima
nos hemos quedado sin mesa de comedor, pero bueno, eso es lo de menos ¿te das
cuenta de lo que podía haber pasado por mi estúpida idea de poner velitas para
crear un romántico ambiente?
— Chica,
en realidad si hubieras cogido un trapo aunque fuera para sacar la cena no
tenía que haber pasado nada.
— Mira,
no me lo recuerdes, mejor hablemos de otra cosa. ¿A ti como te va?
Lorena,
una vez más, contó a su amiga su descabellado fin de semana mientras ésta la
escuchaba con cierta envidia. ¿De verdad su vida iba a ser siempre así de
monótona y aburrida? Empezaba a ver con entusiasmo su actuación en Dance City,
por lo menos así saldría de su tediosa vida y haría algo diferente aunque solo
fuera una noche.
—
Tenemos que pensar dónde dejaremos a los nenes el sábado durante mi actuación.
– dijo Marta por la noche, mientras cenaban.
—
Cariño, si me toca trabajar el sábado me quedaré yo con ellos. – contestó
David.
— ¿Es
que no piensas venir a verme? Esto es el colmo.
— ¿El
colmo? ¿Por qué eres tan egoísta? Sabes que nos hace falta el dinero extra que
me dan los sábados y lo cansado que acabo, te estoy dando libertad diciéndote
que yo me quedaré con nuestros hijos, ¿qué problema hay?
— ¿Qué
problema? Pues que esto es algo muy importante para mí y me gustaría que mi marido
me acompañara, aunque solo fuera por hacer algo juntos, que hace tiempo que no
hacemos.
— Claro
que hacemos, salimos con los nenes al parque todos los domingos.
— Oh,
qué barbaridad, es súper emocionante salir al parque, mira, estoy extasiada de
la felicidad que me produce. – gritó Marta sarcástica haciendo que Lucas se
despertara. – Tranquilo, ya voy yo.
Marta
salió de la cocina con lágrimas en los ojos. No podía entender que su marido no
quisiera ir a verla actuar en algo tan importante para ella, puesto que era la
primera vez que bailaría ante un público. Cogió a su hijo en brazos y empezó a
mecerlo intentando que no le cayeran más lágrimas. Estaba enfadada, no quería
llorar, quería gritar, y como eso no lo podía hacer, tuvo que contenerse y aguantar
su furia.
Una vez
dormido su bebé, volvió al comedor y encontró a su marido dispuesto a hablar.
— ¿No te
gusta la vida de madre y esposa? — le pregunto David, algo molesto.
— Sí me
gusta, lo que no acepto es que me vida se limite a eso, necesito más.
— Marta,
tenemos muchos pagos que cubrir, tú apenas trabajas unas horas al día y me
siento feliz de que hagas lo que te gusta y puedas dedicar el resto del día a
nuestros hijos. ¿Tú crees que yo soy feliz haciendo lo que hago? Joder, tengo
una carrera de derecho y estoy todo el día jodido reponiendo palés en los
supermercados para poder sacar la casa adelante. Y encima llego a casa y me
recriminas que no salimos o que no hacemos el amor, ¿cómo crees que me siento
yo?
— No lo
sé, la verdad es que no sé si te da igual o si es que ya no me deseas.
— ¿Cómo
puedes pensar eso? Eres mi mujer, te quiero.
— Mira,
déjalo estar. – dijo Marta, levantándose del sofá para dirigirse a la cama.
Sabía que su marido la quería, pero no había dicho lo que ella quería escuchar,
y cada vez sentía menos pasión en su vida y más frío su matrimonio.
Pasó la
semana sin cambios. Marta seguía molesta porque David no entendiera que ella
quería que la acompañara en su actuación y en cambio su marido insistía en que
hacía falta el dinero.
— ¡Si lo
que no ganes tú lo voy a ganar yo esa noche! – exclamó Marta, echándose las
manos a la cabeza.
—
Entonces ganaremos doble este sábado cariño, ¿no queríamos empezar a mirar una
habitación para Lucas? Hace falta ahorrar.
— A
Lucas no le hace falta aún nada y en cambio a mí sí me hace falta que estés
conmigo. Joder, me siento tan sola…
David se
levantó de su silla y la abrazó haciendo que apoyara la cabeza sobre su pecho.
Marta aspiró su perfume y recordó todos los buenos momentos vividos con su
marido. Lo quería con locura, estaba profundamente enamorada de él, lo veía
igual de guapo que cuando lo conoció ¿por qué él no sentía lo mismo por ella?
Y llegó
el sábado de la actuación. Marta se había preparado al milímetro la coreografía
de Thalia pero aun así estaba muy nerviosa. “Si mi marido estuviera aquí seguro
que me sentiría más segura”, pensaba. No quería estar enfadada, ya no podía
hacer nada y quería disfrutar el momento y evitar que su jefe se diera cuenta
del estado en el que se hallaba, así que intentó poner buena cara.
Cuando
el disc-jockey anunció a la pareja de baile Alejandro y Sara, que actuarían
bailando la canción de Marc Anthony, “Valió la pena”, Marta empezó a ponerse
cada vez más nerviosa porque sabía que a continuación le tocaría actuar a ella.
Era impresionante como se movían la pareja de casados, se compenetraban al cien
por cien y eso le dio envidia a Marta. Echaba tanto de menos a su marido que no
pudo evitar que una lágrima cayera por su mejilla. Se la quitó rápidamente
porque no quería estropearse el maquillaje. Alejandro y Sara bailaban al ritmo
de “valió la pena, porque era necesario para estar contigo amor,
tú eres
una bendición,
las
horas y la vida de tu lado nena,
están
para vivirlas pero a tu manera,
enhorabuena,
porque valió
la penaaaaa,
valió la
penaaaa”;
y Marta
los observaba cada vez más nerviosa.
Y acabó
la actuación de su jefe y su esposa, acompañada de un fuerte aplauso por parte
de los espectadores. Ahora le tocaba a ella, sola ente el peligro, por primera
vez en su vida se enfrentaba a algo así, más cerca de los cuarenta que de los
treinta, y sola. Alejandro y Sara se aceraron a ella y su jefe le dijo a Marta
al oído.
— Mira
hacia allí.— y señaló la barra en la que se hallaba el empresario Abel Ferri,
acompañado de su mujer, Emma Blasco… y su marido!! De pronto sintió como si el
corazón por un pequeño instante se le parara para a continuación latirle con
fuerza. Aun así, una sonrisa iluminó su rostro y la sensación de soledad que
había sentido hasta entones desapareció de inmediato. – Vamos, al ataque.
El
disc-jockey anunció la actuación de
Marta con la canción Arrasando, de Thalia y ella salió con fuerza al escenario.
Su marido estaba allí, ella sí era importante para él y ya nada más le
importaba. Bailó la rápida canción tal y como se la había preparado sin fallar
ni un movimiento y aunque los nervios no la abandonaron ni un solo instante, lo
hizo bien y al acabar el público la aplaudió y se sintió feliz. Entre todos los
asistentes vio a Lorena con sus amigas, quien la saludaba con la mano con una
sonrisa que quería decir “¿por qué no me habías contado esto?”.
Miró
hacia la barra y su marido no estaba.
No lo
entendía, durante la actuación lo había estado observando y la miraba con
admiración, ¿habría hecho algo al final que lo enojara? ¿Dónde demonios se
había metido? Pero justo en el momento en el que iba a abandonar el escenario,
Alejandro le hizo un gesto con la mano para que permaneciera en él y el
disc-jockey anunció una nueva actuación, una improvisada y que no se esperaba,
y allí apareció su marido, vestido con unos pantalones negros y una camisa gris
oscuro, con su pelo rubio revuelto y sus ojos azules resplandecientes, tan
guapo como cuando lo conoció hacía ya doce años, y se dirigió a ella con los
brazos extendidos. Empezó a sonar la canción “Completamente enamorados”,
cantada por Chayanne y David cogió a su esposa dispuesto a bailar con ella en
público. A Marta le temblaba todo y se sintió segura cuando su marido la agarró
fuerte y empezó a moverse al ritmo de la romántica balada.
“Colgados,
enamorados
Aquí
estamos como dos perros sin dueño.
Esta
noche es imposible tener sueño seguro.
Pegados
en plena calle
Parecemos
como dos recién casados
Cuando
todos los amigos se han largado cansados.
Completamente
enamorados
Alucinando
con nosotros dos
Sintiendo
morbo por primera vez
Y por
primera vez tocándonos.
Completamente
enamorados
Como
borrachos yo no sé de qué
Entre
las sombras de los árboles
Nos
desvestimos para amarnos bien
Para
amarnos bien
Para
amarnos bien
Amarnos
bien
Amarnos
bien
Compenetrados
Estamos
enamorados.
Matados
de tanta risa
Con la
luna resbalando por la espalda
Tú te
pones mi camisa yo tu falda
Felices
Completamente
enamorados
Alucinando
con nosotros dos
Sintiendo
morbo por primera vez
Y por
primera vez tocándonos
Completamente
enamorados
Como
borrachos yo no sé de qué
Entre
las sombras de los árboles
Nos
desvestimos para amarnos bien
Para
amarnos bien
Para
amarnos bien
Amarnos
bien
Amarnos
bien
Compenetrados
Estamos
enamorados
…”
Terminó
la canción y a Marta aún le temblaba todo, pero su marido se encargó de hacer
que se le pasara agarrándola de la cintura y besándola como si fuera la primera
vez.
— De
frío nada, cariño. – le dijo después de un largo e intenso beso delante de todo
el mundo.
La cogió
de la mano y bajaron las escaleras apresurados, escabulléndose de la gente que
se interponía en su camino.
— ¿Por
qué no me habías contado nada de esto? – preguntó Lorena, cogiéndola del brazo.
— Porque
me daba vergüenza que… — pero David no la dejó que terminara de hablar, tirando
de ella como esta.
— ¿Dónde
vamos? – preguntó Marta, viendo que su marido se disponía a sacarla de la
discoteca.
David no
la escuchó y siguió tirando de ella hasta la salida, el único sitio en el que
podrían hablar sin tener que gritar por la intensidad de la música de la
discoteca.
—
Cariño, perdóname por haber estado ausente estos últimos meses. – empezó a
decir, todavía fatigado tras la actuación — Llegaba a casa tan cansado que no
me daba cuenta de lo que te estaba afectando. Quiero que sepas que te amo no
como el día que te conocí sino más, cada día que paso junto a ti doy gracias a
dios porque estás conmigo, por quererme. Dices que nuestro matrimonio se está
volviendo frío y no sabes cuánto te equivocas, me pones caliente cada noche,
pero no puedo controlar mi cansancio. ¿Me perdonas si te digo que a partir de
ahora voy a intentar satisfacerte y demostrarte cuanto te deseo cada día?
— ¿Me
deseas? – preguntó Marta con la voz rota y a punto de llorar de la emoción.
— Te
deseo más que a nada en el mundo, eres la mujer más bonita que he visto en mi
vida, te amo, y me siento afortunado por los hijos que me has dado. Ellos y tú
sois lo más importante en mi vida, así que te repito para que se te meta en esa
cabecita tan linda que tienes, que nuestro matrimonio, de frío nada, cariño.
¿Quieres ver lo caliente que me tienes ahora mismo?
David
acercó a su mujer pegándola a su cuerpo y ella pudo notar la erección que le
había provocado.
—
Vámonos, no aguanto ni un segundo más sin hacerte mía. – dijo él.
— Pero,
Alejandro…
—
Tranquila, entre los dos hemos planeado esto y ya sabe que te raptaría después
de la actuación. – se explicó David mientras la dirigía ya hacia su coche.
— ¿Y los
niños?
— Hice
pito pito gorgorito y le tocó a tu madre, así que allí están. Mañana los
recogeremos, pero esta noche es toda para nosotros.
Marta se
sintió húmeda de inmediato solo de imaginar lo que harían, después de tanto
tiempo. Entraron en el coche y no pudo más, se echó encima de su marido, se sentó
a horcajadas encima de él y empezó a besarlo absorbiendo su boca y su sabor,
ese que tanto había echado de menos. Empezó a restregar su entrepierna contra
la inminente erección de su marido, pero cuando más cachondos estaban, un grupo
de chavales que habían salido al parking a hacer botellón tocaron con los puños
sobre el cristal y les gritaron “Iros a un hotel!!!”. La pareja medio
avergonzados de pronto empezaron a reír a carcajadas. Entonces Marta se sentó
en su sitio y le dijo a su marido:
— A casa,
YA!!!
En el
garaje, en el ascensor, en el rellano, en la entrada… no podían dejar de
besarse y de manosearse como si fueran dos adolescentes, completamente
enamorados como decía la canción que habían bailado juntos, como dos recién
casados, como si fuera la primera vez, y se hicieron el amor en la cama, en la
cocina, en el baño, hasta que cayeron rendidos tras una ducha en la que de
nuevo follaron como locos.
Entonces,
Marta miró a su marido y se dio cuenta de lo feliz que era.
— David,
yo… también quiero disculparme.
— ¿De
qué, mi vida?
— De no
haberme dado cuenta de lo afortunada que soy, de haber querido más cuando en
realidad lo tengo todo. Tengo un marido estupendo, unos hijos maravillosos,
trabajo en lo que me gusta, tengo una buena amiga… He sido una estúpida y te he
hecho sentir a ti mal por mi culpa cuando en realidad no había motivo.
— Sí lo
había, preciosa. Hemos pasado mucho tiempo sin hacer esto que tanto nos gusta y
que tan necesario es. Sé que te he descuidado y eso podría haberme causado perderte
y no lo soportaría. Estar sin ti es lo peor que me podría pasar en la vida. Te
amo tanto cariño… te deseo tanto…
— Y yo a
ti, no dejemos que esto nos vuelva a pasar… nunca.
— Nunca
mi amor. Pienso recordarte cada día cuanto te deseo y lo enamorado que estoy de
ti.
— Y yo
pienso hacer que nunca pierdas ese deseo ni dejes de amarme.
— Sería
imposible que eso pasara.
Marta se
sentía tan dichosa que por cansada que estuviera no pudo evitar volver a
sentarse sobre su marido y hacer que la volviera a poseer. Tenían que recuperar
el tiempo perdido.
Para
todas aquellas mujeres casadas que piensen que en su vida ya no cabe la pasión,
estáis equivocadas, mientras hay sentimiento, mientras sientas un hormigueo en
el estómago al ver a tu marido, existe esa pasión, solo hay que provocarla,
buscar el momento adecuado no es tan difícil (con esta pareja me he pasado
porque esa era la historia) pero en la realidad, que nunca dejemos que nos
pase, hay que mantener viva esa llama, sin provocar incendios jajajaja. Espero
que os haya gustado. Besets
Cristina
Merenciano Navarro
Este relato pertenece a la antología "EL AMOR HUELE A LETRAS", ¿Quieres leer al antología entera? Pues pincha aquí
Necesito saber mas de la historia de amor de esta pareja....ESTOY SUPER ENGANCHADA!!!!. Por favorrrrrrrrrrrrrrrr Cristina
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